Marbella, una historia de dos ciudades
En los sesenta, la mayoría de los destinos turísticos del Mediterráneo español se decantan por un turismo de rendimiento medio, que en muchos casos llevó a la degradación urbanística y medioambiental de lugares que durante siglos habían desarrollado una fisonomía atractiva y equilibrada.
Marbella tomó la dirección opuesta: gracias a la visión de unos pocos y al buen trabajo de muchos, se hizo lo contrario de lo que el desarrollismo a ultranza de entonces aconsejaba. Se apuesta por el mejor turismo internacional, el de los máximos rendimientos, el de la máxima capacidad de creación de riqueza y empleo, que consolida al alza los patrimonios individuales y colectivos.
La ciudad, entonces pueblo, se convierte en el irresistible objeto del deseo de personajes de todo el mundo que quieren tener una residencia en Marbella. Se crean espléndidos hoteles, que pronto alcanzan los niveles de calidad, precio y ocupación más altos de España. Consigue que la guía Michelin premie con estrellas a cuatro de sus restaurantes. Durante mucho tiempo el único restaurante de hotel con estrella Michelin de España estaría aquí. Algunos de los mejores campos de golf europeos nacen entre las playas marbellíes y las estribaciones de la Sierra Blanca.
Se inventa y se hace realidad Puerto Banús, con los yates más espectaculares de todo el mundo, en un entorno de jardines mediterráneos y hermosas casas.
Durante esos años, Marbella trata como igual a los enclaves que desde la Belle Époque habían dominado el turismo de alta gama europeo. En la historia del turismo, nunca nadie lo había hecho tan bien y tan rápido como Marbella. En una España, donde nos habíamos resignado a la mediocridad y donde el complejo de inferioridad ante lo que ocurría en otros países era casi inevitable, este éxito nos llenó de orgullo a muchos españoles de entonces.
Al final de los ochenta, una administración local con poca capacidad para afrontar las necesidades de una ciudad compleja, internacional, líder del turismo mundial, coincide con una coyuntura difícil por la recesión de los mercados turísticos más importantes. En 1990 la ciudad vive una etapa de decaimiento generalizado, aprovechada brillantemente en su propio interés por un "salvador": Jesús Gil, ganador por mayoría aplastante de las elecciones de 1991.
Aparte de su contribución al estudio en el marco de la patología social y política, los años bajo la sombra de Don Jezú representan el desmantelamiento de parte de un gran destino turístico. Según uno de los medios de comunicación más respetados del mundo, The Economist, la corrupción es endémica en Marbella.
Ahora los grandes hoteles se mueven en un mercado de competidores, no de líderes. Los excelentes restaurantes han visto como todas las estrellas Michelin de antaño se han desplazado a otros destinos. Un hotel de la vecina Mijas acumula más famosos que en toda Marbella.
Se podría afirmar académicamente que con una imagen contaminada por la corrupción y los escándalos, Marbella no puede mantener su posición de destino líder ni aspirar a las ventajas que esa posición le concedía; y es negativo que Andalucía y España pierdan también esa presencia en el mejor turismo internacional.
Según el Profesor William Kaven de la Universidad de Cornell "ningún destino turístico se puede considerar irrecuperable, por su descenso de una situación de máxima rentabilidad a otra de rendimientos más modestos. Es una cuestión de contención, control del daño y gestión de los factores de optimización con dosis masivas de sentido común, honradez e inteligencia". Virtudes, éstas que han sido las grandes ausentes en la gestión de los intereses públicos durante los últimos doce años en esta ciudad.
Rafael de la Fuente Milanés es concejal del Grupo Popular en el Ayuntamiento de Marbella
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