Inflación enquistada
La economía española parece incapaz de crecer y reducir al mismo tiempo sus desequilibrios básicos. La inflación es, junto al déficit exterior, la principal asignatura pendiente de un patrón de crecimiento que ya ha dado muestras suficientes de vulnerabilidad. Ambos desequilibrios están estrechamente vinculados: la persistencia de tasas de inflación superiores a las de las economías con las que mantenemos la mayoría de nuestros intercambios de bienes y servicios acaba dañando la competitividad y el saldo exterior.
El crecimiento de 0,5 puntos en agosto ha situado la tasa interanual en el 3%, lo que, además de superar el objetivo ya revisado por el Gobierno, ensancha el correspondiente diferencial con el resto de Europa, y de forma particular, con Francia y Alemania, nuestros principales socios comerciales. El dato favorable es que la inflación subyacente, sin energía ni alimentos frescos, que en mayo era del 3%, ha descendido lentamente hasta el 2,8% actual. Ello permite mantener cierta expectativa de contención en el resto del año.
Se supone, sin embargo, que el control de los precios de los alimentos frescos y de los servicios era una prioridad del Gobierno, y esos componentes han subido, respectivamente, el 6,5% y el 3,7%. Hace tiempo que se sabe que un punto débil de la economía española es el coste de la distribución de los alimentos sin elaborar. Atribuir en exclusiva el incremento del precio final de los mismos a la sequía de este verano (o el de los servicios al turismo) supone ignorar razones que se vienen manifestando en todas las épocas del año, especialmente la insuficiente competencia. Que las manufacturas, abiertas a la competencia exterior, mantengan una tasa de crecimiento de sus precios del 2% es suficientemente ilustrativo.
Otras razones habría que localizarlas en el propio patrón de crecimiento de la economía española, huérfano de inversión en equipo y en conocimiento y, por tanto, lejos de la eficiencia y la productividad equivalentes cuanto menos a las del resto de Europa. Competencia y productividad, eliminación de privilegios y aumento de la inversión son las necesidades de una economía que, aun creciendo por encima del promedio de Europa, lo hace basándolo en un patrón poco avanzado y de escasa calidad. Su superación también supondría extirpar el quiste inflacionista.
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