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Reportaje:ASESINATO EN ESTOCOLMO

¿Pueden los políticos vivir sin escolta?

La opinión pública sueca considera que la voluntad de libertad de sus políticos no justifica la grave omisión policial

El hecho de que la ministra asesinada no tuviera consigo escolta cuando fue objeto de la agresión que le provocó la muerte, ha causado estupor en el exterior y removido internamente una polémica no acabada sobre la eficiencia y cometidos de la policía de seguridad (SÄPO).

La gran conmoción al respecto se produjo en 1986 a raíz del atentado que costó la vida del entonces primer ministro, Olof Palme, también en pleno centro de Estocolmo. Palme no llevaba escolta esa noche por petición expresa, según se dijo. No hubo tampoco una discreta vigilancia que, sin desatender abiertamente la petición, cumpliera la obligación policial de proteger la vida del primer ministro. En el caso de Anna Lindh, la propia naturaleza de su cargo de ministra de Exteriores, en el que a veces debe asumir resoluciones que afectan a ciudadanos de terceros países, la convertía en un hipotético objetivo de atentado. Se agrega ahora el hecho de que se encontraba inmersa en una intensa campaña electoral de cara al referéndum sobre el euro, en la que estaba todos los días en la televisión o en las plazas, de cara al público, exponiendo su opción. Cualquier psicópata pudo considerarla un objetivo que abatir. Y eso es lo que la policía de seguridad evidentemente no tuvo en cuenta. "Se trata de un fracaso por algo que le ha ocurrido a una persona sobre cuya seguridad teníamos la responsabilidad", admitió el jefe interino de SÄPO, Kurt Malmström, que agregó, a modo de justificación, que no tenían ningún indicio de que hubiera alguna amenaza contra la ministra.

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La agresión dentro de una tienda sumamente concurrida fue perpetrada ante numerosos testigos, ningún guardia privado de los que suele haber en los grandes almacenes parece haberse percatado de lo que ocurría y el asesino pudo huir casi tranquilamente, sin que hasta anoche hubiera sido capturado.

Hay una razón de cultura política que, si no justifica la grave omisión policial, aporta una explicación. En este país -y la afirmación puede extenderse a los países nórdicos- los políticos se han movido casi siempre con la misma libertad de cualquier ciudadano. En verano, ministros y altos funcionarios suelen ir cada día en bicicleta a su despacho. O hacen cola en el cine para sacar el billete, tal como hizo Palme la fatídica noche del 28 de febrero de 1986. Se precian de hacerlo y no les gusta moverse con escolta. Es un legítimo orgullo democrático. Sólo el primer ministro tiene escolta permanente.

Esa sensación de seguridad interna hizo que la policía asumiera como tarea principal la búsqueda de "comunistas" y el fichaje de estudiantes y trabajadores izquierdistas. La "amenaza rusa" nunca se concretó, pero las mafias que brotaron después son, según afirma la policía, una realidad que cada día da un testimonio. Cuesta asumir que la ínsula de paz y seguridad que era este país haya cambiado tan radicalmente.

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