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Canal Parlament

Francesc de Carreras

Mañana se inaugurará una nueva emisora, ciertamente muy peculiar, del mapa televisivo catalán: el Canal Parlament. Emitirá, por el momento en fase todavía experimental, dentro de la programación de 3/24, el también nuevo canal informativo de la Corporación Catalana de Radio y Televisión. Con el tiempo, cabe esperar que esta nueva y arriesgada experiencia contribuya a vitalizar la política catalana. Por ello, debe felicitarse a quienes han ideado y llevado a término tal iniciativa, muy especialmente al presidente Joan Rigol y al vicepresidente primero Higini Clotas, que en un muy corto periodo de tiempo ha sido el eficaz encargado de llevarla a buen término.

Canal Parlament será -cuando dentro de unos meses se haya consolidado y funcione a pleno rendimiento de forma autónoma- una emisora de televisión del Parlament de Catalunya, dedicada íntegramente a dar a conocer las actividades de dicho órgano con dos finalidades primordiales: superar el actual distanciamiento de la Cámara parlamentaria respecto de la sociedad y actuar como cauce de participación de los ciudadanos y grupos sociales en la vida política catalana. En definitiva, se trata de aproximar la máxima institución representativa a su base social.

Estas finalidades son especialmente importantes dado que los parlamentos en general, y aún más los no estatales, han visto transformadas y disminuidas sus antiguas y clásicas funciones. En efecto, el tradicional parlamento de la monarquía constitucional ejercía, con mayor o menor intensidad y acierto, dos funciones principales: legislar y controlar al gobierno. Todavía en los textos legales -y el Estatut no escapa a esta regla- figuran estas funciones como las propias de un parlamento. Pero se trata de funciones más formales que reales. Tras un complejo proceso histórico, en la actualidad el Parlamento no controla al Gobierno, sino que, por el contrario, es el Gobierno el que controla y dirige el Parlamento. Veamos.

El proceso democratizador que acabó con las monarquías constitucionales -es decir, con los poderes del rey- instauró formas de gobierno parlamentarias. Piezas clave de las mismas han sido el sufragio universal y los sistemas proporcionales, que implicaban la elección no de un candidato, sino de una lista de candidatos. Ello hizo que el protagonista principal del parlamento dejara de ser el diputado individual y pasara a ser el partido político, el cual había presentado las listas electorales y designado a sus componentes.

Efectivamente, los diputados, una vez elegidos, forman grupos parlamentarios dotados de una estricta disciplina interna y vinculados a los respectivos partidos: son estos grupos los que ejercen de modo efectivo las funciones parlamentarias. Y estos grupos no son otra cosa que los representantes de los partidos en la Cámara parlamentaria.

Tras constituirse, el primer acto de un parlamento consiste en elegir, por mayoría, un gobierno. Si esta mayoría es -como suele ser- lo suficientemente sólida, el gobierno dirige el parlamento a través del grupo o grupos que la forman. Por su parte, los grupos que no forman parte de la mayoría pasan a ejercer la función de oposición. Ahora bien, dado que las leyes y los actos parlamentarios se aprueban por mayoría, la oposición ejerce una escasa influencia en la determinación de su contenido. La principal función de la oposición queda así reducida -y no es poco- a actuar de modo tal que, en las elecciones siguientes, el cuerpo electoral se incline por otorgarle su voto y pueda llegar a ser la nueva mayoría gobernante. En definitiva, la oposición debe tratar de convencer a la opinión pública de que su opción política es la más conveniente.

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La clave, por tanto, está en cómo, desde el parlamento, se influye en la opinión pública. Ésta se convierte así en el objeto del deseo de los parlamentarios, tanto de la mayoría que quiere conservar el gobierno como de la oposición que quiere, en el futuro, acceder a él. Mientras, el gobierno, a través de su confortable mayoría parlamentaria, hace aprobar las leyes que propone y controla las decisiones de la cámara. El parlamento pasa de teórico controlador del gobierno a ser controlado, en la práctica, por éste. Pero la opinión pública sigue activa y, presuntamente, cambiante: sobre ella hay que influir.

Por todo ello, un principio parlamentario que antes tenía un papel secundario ha pasado a tener un papel decisivo: la publicidad de la actividad parlamentaria. Para que la democracia funcione correctamente -es decir, que sea un verdadero gobierno del pueblo-, el parlamento debe ser un escaparate, debe estar siempre ante el público, ante sus futuros potenciales electores. El ciudadano -naturalmente, el ciudadano que lo desee- tiene que ser un ciudadano informado.

Pues bien, ésta debe ser la finalidad de Canal Parlament: crear un feedback entre el ciudadano y sus representantes para que la democracia no se limite a ser un ritual que se celebra cada cuatro años, sino un diálogo continuo entre el poder y el pueblo. No puede ser que el gobierno controle al parlamento. Sin embargo, por lo antes expuesto, revertir esta situación es casi imposible en la actual forma de gobierno parlamentaria. En cambio, es posible que el pueblo -repito, los ciudadanos que lo deseen- controle a los partidos mediante el seguimiento de la actividad de sus grupos parlamentarios, en definitiva, de lo que suceda en el parlamento. Ahí es donde el Canal Parlament puede realizar una tarea decisiva.

En los últimos años, algunos -muy pocos- países han llevado a cabo ensayos similares. Francia, por ejemplo, tiene una excelente emisora dedicada exclusivamente a informar sobre la actividad del Parlamento. El riesgo, naturalmente, está en que este servicio sea utilizado de forma manipuladora al servicio de la mayoría. Si ello se impide, mañana puede comenzar en Cataluña una nueva etapa de nuestra vida democrática. Permanezcamos vigilantes.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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