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OPINION DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La calle, la escuela

La buena mujer barría la acera y el borde de la calle. El tránsito, en la calzada, no por ello se interrumpía en su marcha incesante. Absorta, sólo parecía interesarle su cometido, hurgando con la escoba en los rincones de la reja o rascando un pegote sobre la piedra del bordillo. Seguramente estaba ejecutando la misma tarea, el mismo ritual que su madre, que su anciana madre, igual que la de todos sus ancestros, sin darse cuenta del paso de los coches, como del paso del tiempo y de las costumbres. Actualmente es el Estado quien sustituye al individuo, a la familia, en todos aquellos cometidos públicos. Ya no es necesario acudir a sofocar a cubos el incendio de la casa del vecino, ni reparar los baches de tu calle. Los individuos hemos depositado en el Estado la solución de nuestras necesidades. A cambio de unos impuestos.

Claro que aquella antigua solidaridad o sentido de la corresponsabilidad colectiva ha ido remitiendo. Un espíritu vago de que algo o alguien o algún organismo o institución será el encargado de ir solventando cada papeleta se ha instalado en nuestras mentes de ciudadanos de hoy. Hemos abdicado de muchas labores y responsabilidades, porque para eso ya está el Estado. Incluso, enseñar o educar a las nuevas generaciones. Tenemos mucho trabajo, estamos muy ocupados. La escuela (el Estado) ya se encargará de formar a nuestros hijos. Y el maestro, que para eso le pagan, ya sabrá cómo apañárselas. Hemos conferido a la escuela, al profesorado, una inmensa responsabilidad, y quizá no hayamos reparado en saber cuál es nuestra cuota parte. Por el contrario, el derecho que nos asiste a la educación de nuestros hijos parece que nos concede automáticamente un supuesto derecho de juicio, de crítica, de fiscalización. El profesor, diríamos, es aquel que se queda solo ante el peligro. Los padres tenemos demasiado quehacer y ocupación, y quizá no podamos o no sepamos ver que hemos de limitar el tiempo de nuestros hijos ante el televisor; que hemos de sistematizar y organizar su tiempo, para que haya un espacio para cada necesidad; que hay límites en los deseos, en las actitudes, y en las formas; que abdicar en la inculcación de valores y contenidos quizá sea abdicar como ciudadanos. Y un Estado de ciudadanos abdicados no puede enseñar apenas nada, por muy bonitas que sean las escuelas que construya.

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