Madrid apesta

Madrid apesta, y no es una hipérbole literaria. El centro de Madrid se ha convertido en una auténtica ciudad sin ley. Y no me refiero a la inseguridad, que eso es otro asunto, sino a la "sin ley" en el cumplimiento de las más mínimas normas de convivencia y civismo. Cada esquina del centro de Madrid se ha transformado en un urinario público, cada hueco, árbol y recipiente en un basurero improvisado.

Las bolsas de desperdicios se pudren en contenedores de obra, el olor nauseabundo de los orines y las cacas de los animales de cuatro patas se confunden con el olor aún más repugnante de la orina de los que andan erguidos, o casi; las pintadas cubren el metro, las fachadas, las tiendas...

Recuerdo la tenue esperanza que sentí al oír uno de los más floridos discursos de campaña electoral de nuestro actual alcalde-presidente. Voy a traer, dijo, a los mejores arquitectos, los mejores urbanistas, los mejores ingenieros, los mejores paisajistas... para transformar el centro de Madrid.

Todas estas megalómanas intenciones se quedan en nada cuando no se respetan ni se hacen respetar las leyes que hacen de una ciudad un lugar habitable. No hacen falta más normativas, hace falta que las que ya existen se cumplan y se hagan cumplir. No hay nada de malo, democráticamente hablando, en hacer cumplir la ley. Muy al contrario, esta dejación de la función pública, esta impunidad cada vez más acusada para aquellos que no saben convivir ni respetar sólo lleva a un incremento de las actitudes fascistas: "los políticos no sirven para nada, lo mejor es la mano dura... ".

La democracia no es que cada uno campe por sus fueros, sino que todos, por educación, por convicción y, en su defecto, por el peso de la ley, nos respetemos los unos a los otros.