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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pérdida de confianza

Tony Blair hizo ayer buen uso de sus dotes de abogado y político en el interrogatorio al que, en condición de testigo, le sometió el juez Hutton, que instruye el caso Kelly. Arriesgó, al asegurar que de haberse exagerado el informe oficial de septiembre pasado sobre las supuestas armas de destrucción masiva de Irak hubiera dimitido, pues aún puede salir información en ese sentido.

Cabe recordar que esta instrucción, que el propio Blair puso en manos de este juez independiente que no ha dudado en llevar al estrado de los testigos al propio primer ministro (la segunda vez en la historia, tras su predecesor John Major en 1994, por una cuestión relacionada también con Irak), no versa sobre las razones para la guerra, sino, básicamente, sobre "las circunstancias que rodean la muerte del científico David Kelly". Y a este respecto, Blair también arriesgó al asumir plenamente la responsabilidad de decidir hacer público el nombre del doctor Kelly como informante de la BBC, para evitar que le acusaran de engaño. El científico, que trabajaba para Defensa, aparentemente no pudo soportar la presión de ser librado a los lobos, y su cuerpo apareció el 18 de julio, tras su supuesto suicidio. Una cuestión a la que tendrá que responder el juez Hutton es si el Gobierno trató a Kelly como debía.

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Con esta instrucción, el sistema británico está dando una exhibición en materia de transparencia. Se está desnudando. La instrucción, que proseguirá hasta octubre, ha servido para sacar a la luz, como nunca antes, los tejemanejes de las estructuras más íntimas del poder político en Londres. Ha quedado claro que la camarilla autoritaria que rodea a Blair no duda en seguir una política de manipulación y maquillaje de la realidad, intenta constantemente presionar a otros ministerios y a los medios, en particular a la BBC, contra la que el equipo de Blair se ha lanzado en tromba. Pues está en curso un pulso de poder por el control de la cadena, cuya imagen también sufre. Blair pudo considerar "absurda" la información de la cadena estatal de que había hinchado el informe de septiembre -todo gira en torno al detalle de que Bagdad estaba en condiciones de lanzar armas de destrucción masiva 45 minutos después de recibir la orden-, pero el hecho de que estas armas sigan sin aparecer no alimenta la credibilidad del actual primer ministro, que acepta que quería un documento lo más musculoso posible, si bien "dentro de los límites de la inteligencia disponible". El testimonio de Blair ayer también deja claro que él y Bush estuvieron preparando la guerra desde varias semanas antes, y de que el informe estaba destinado a justificarla, no a decidirla.

De momento, no hay prueba alguna para llegar a plantear una acusación judicial contra Blair y sus ministros. Pero está claro que, políticamente, algunas cabezas tendrán que rodar, ya sea la de su manipulador jefe de Información, Alistair Campbell, o la de su ministro de Defensa, Geoff Hoon, que la víspera, de forma totalmente insolidaria, desvió ante el juez Hutton todos los disparos hacia la oficina del primer ministro.

Más allá de la instrucción judicial, estamos ante una cuestión de confianza. La mayoría de los británicos la han perdido en Blair, y no es seguro que esta compareciencia le ayude a recuperarla lo suficiente como para seguir tirando del país, para políticas internas o aventuras exteriores, ya sea en la posguerra iraquí, o en el objetivo totalmente pacífico de la incorporación del Reino Unido al euro, cuya campaña ha quedado en estado de hibernación.

Blair se está saliendo de ésta. Pero ha quedado tocado. ¿Hasta qué punto? El tiempo lo dirá.

Pero tendrá que luchar mucho para borrar el sentimiento de que el Gobierno ha engañado.

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