El agujero negro del capitalismo bursátil
"Capital ficticio". La expresión se refiere a la incapacidad de los mercados bursátiles a la hora de crear valor económico, y fue esbozada mucho antes de que los escándalos de Enron o Worldcom demostraran las debilidades del capitalismo financiero. La frase es de Karl Marx -en El capital-, y ahora, es recogida por los 300 economistas franceses reunidos en el Llamamiento de los economistas para salir del pensamiento único, una iniciativa destinada a crear debate en torno a la mundialización de la actividad financiera y sus efectos sobre la economía.
Algunos de estos economistas escriben sus reflexiones en este libro. La obra es algo antigua, ya que fue escrita en el primer trimestre del año 2000. El prólogo a la edición actual palía en algo este problema, aunque la falta de datos actualizados pesa a lo largo de la obra.
Las trampas de las finanzas mundiales
François Chesnais y Dominique Plihon
Editorial Akal
ISBN 84-460-1891-8
El libro gira en torno a una teoría clara. La marcha de los mercados financieros domina de tal manera los sectores productivos que la viabilidad de gran parte de las empresas depende de ellos. Y una economía dirigida por la Bolsa -y no al revés- genera inestabilidad y crisis. La burbuja.com o la quiebra de la propia Enron prueban hasta qué punto las empresas tienen como casi único objetivo la "generación de valor para el accionista", olvidando generarlo para los empleados y la economía. Y, cuando llega una crisis bursátil, la debilidad del sistema es tal que puede hundir a un gigante del tamaño de Enron. Los mercados financieros, en fin, dirigen la marcha de la economía y las empresas como nunca antes en la historia.
La explicación de esta realidad está clara en el libro. La mayor parte de los autores gira en torno a ella y dedica buena parte de sus exposiciones a explicar las causas de esta progresiva financiarización en la gestión empresarial y a esbozar sus posibles consecuencias. Algunos capítulos hacen énfasis en las crisis regionales, y se hace un hincapié especial en el papel de los inversores institucionales.
Los autores -siguiendo bien el papel que el tópico atribuye a los economistas- se arriesgan menos a aventurar las soluciones a estos problemas. Hay dos capítulos dedicados a la tasa Tobin y a la imposición de un tipo de cambio de equilibrio. Sin embargo, las propuestas son acríticas, ya que sus autores parten de la base de que ambos instrumentos deben imponerse. El libro peca además de cierto dogmatismo; se realizan afirmaciones como que es necesario "eliminar" la influencia del mercado financiero en la dirección de las empresas, sin especificar cómo ni ofrecer alternativas, e ignorando los beneficios que puede tener el control de los accionistas sobre la gestión.
Otro problema de la obra es que, aunque la teoría es aplicable a la economía mundial, los autores se centran casi exclusivamente en la francesa, lo que resta mucha fuerza a sus argumentos. Es una obra, en todo caso, interesante y que invita a la reflexión. Como se explica en el libro, da cierto vértigo pensar que Keynes, en los años veinte, ya afirmaba: "En ninguna sociedad, antigua o moderna, los agentes económicos que aportan actividad y esfuerzo consentirán que se entregue a los rentistas propietarios de títulos más que una proporción determinada de su trabajo".
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