Sangre de toro
El visitante que llegue a España sin una idea predefinida del patrimonio iconográfico no deberá fiarse de la primera impresión. Si al llegar a un pueblo descubre una placa con yugos y flechas, puede significar que a) el alcalde es facha o b) que le da pereza quitarla. Si hay una estatua de Franco en la plaza, en cambio, más vale empezar a sospechar. A juzgar por el número de crucifijos impunemente expuestos, será prudente deducir que, pese a lo que diga la Constitución, el país es más confesional de lo que parece a según qué horas. Tómeselo con calma, ya que en verano abundan romerías y festividades lingüísticamente interesantes (rezos, coplas y un uso sacramental del español) que suelen propiciar, además de solemnes ceremonias, fiestorros adosados en los se adora a imágenes paganas como piercings, ombligos espirales y tatuajes churriguerescos. Además de los símbolos con carga ideológica, están los tradicionales, como la boina y el botijo, que se mantienen sobre todo para saciar el apetito antropológico de los turistas ávidos de souvenirs cañís.
En los últimos años ha crecido la onda expansiva de un símbolo de origen estrictamente comercial. Se trata del toro de Osborne, preciosa silueta recortada que preside montículos cercanos a carreteras y autopistas. Diseñado en 1957 por el artista Manuel Prieto, el toro fue el icono mercadotécnico de las bodegas Osborne para lanzar su brandy Veterano. Cuando la Ley de Carreteras del ministro Borrell propuso eliminarlos, se produjo una reacción de repulsa e incluso Umberto Eco y Rafael Alberti glosaron el halo estético del animal-anuncio. La ley que intentaba preservar el paisaje fuera de las ciudades fue recurrida y al final se indultó (así lo escribió Antonio Burgos) al toro con el argumento de que "debe prevalecer, como causa que justifica su conservación, el interés cultural que la colectividad ha atribuido a la esfinge del toro". Desde entonces se ha usado con fines inicialmente lúdicos, pero, por desgracia, cada vez más ideológicos por parte de los que ven el toro como alternativa al águila preconstitucional de su ideal de bandera española. La bandera del toro ondeó en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles y se la ha visto en circuitos de motociclismo, estadios de fútbol, tiendas de legionarios destinados en el islote de Perejil, la base española de Diwaniya en Irak, giras de Operación Triunfo o carcasas de teléfonos móviles. El toro ideológico ha ido ganando adeptos y ha creado un gran rechazo en sectores independentistas de Cataluña, que lo consideran fuerza animal de ocupación y, a la mínima, le cortan las patas o lo pintan de vaca. En su día, Bigas Luna lo inmortalizó en su película Jamón, jamón, y cuentan que durante mucho tiempo los gigantescos testículos de uno de aquellos toros decoraron el vestíbulo de su domicilio. La idea no cuajó como moda del interiorismo hispánico. La prueba: cuando el príncipe Felipe decoró su nueva casa, no recurrió a los testículos taurinos como símbolo para dar la bienvenida a sus huéspedes.
Ejercicio del día: construya una frase en la que aparezcan las palabras boina, botijo, toro y testículos.
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