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Columna
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La caída

Manuel Vicent

No hay nada que hacer, así son las cosas. Esta resignada expresión que se usa para aceptar una desgracia familiar, la muerte de un amigo o una enfermedad irremediable, se está aplicando en este tiempo también a la política nacional como si se tratara de un destino aciago. Así es la vida: con esta divisa, la derecha en el poder está marcando a fuego las ancas de todo el ganado. El pesimismo de la izquierda, ya consolidado, se ha unido al concepto de naturaleza caída, fuera del paraíso. Hagas lo que hagas, nada va a cambiar. El presidente Aznar ha dicho que los españoles pacifistas que nos manifestamos contra la guerra en Irak estamos deseando que haya muertos entre nuestros soldados como la única forma de deteriorar a su Gobierno. Esta brutalidad sólo puede emanar de un alma de tercera clase, que se reconoce muy bien en la propia miseria. Pero no ha pasado nada. No se ha desplomado ningún tabique. La oposición se ha quedado sin capacidad de reacción ante semejante escarnio, sumida como está en el pozo negro de la impotencia. Alguien podría contestarle a Aznar que, en el fondo, él también desea que los terroristas de ETA sigan matando a ciudadanos inocentes, incluso a niños si es posible, para sacar una ventaja de la conmoción nacional que producen estas salvajadas y seguir ganando así las elecciones. No voy a ser yo quien le atribuya esta bajeza que suele otorgarle Arzalluz. Todas las cargas de basura que afloran a la superficie vienen acompañadas de la misma voz profética: no hay nada que hacer, así son las cosas, así es la vida. Este país está a las patas de los caballos, pero no se sabe qué es peor, si la desmoralización de la izquierda o ese silencio de los corderos con que muchos políticos de la derecha, que en privado son personas muy honorables, han dado por buena esta villanía de su presidente con tal de tener trincada la llave de la pastelería. Cada día con más impudor, una chusma política sale de los intestinos de la sociedad y comparte mesa con esos miserables personajes que, a través de la televisión, llenan de cochambre todas las casas. Allí este electrodoméstico, tantas veces infame, penetra los sentidos de la gente anónima hasta conseguir que se acepte como la cosa más natural cualquier degradación. En medio de este estercolero nacional, los ciudadanos respetables han pactado con gran conformismo la corrupción, los escándalos, atropellos o injusticias flagrantes a cambio de un cierto bienestar económico. Así son las cosas. Así es la caída.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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