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Reportaje:

La fortaleza de la historia

La excursiones nocturnas a la Alcazaba de Almería sumergen al visitante en el mundo medieval con los cinco sentidos

La bahía de Los Genoveses, en el corazón del Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, era ya famosa antes de que David Bisbal pisara el arenal para grabar uno de sus vídeos más esperados. "Se llama así porque allí desembarcaron, procedentes de Génova, los soldados que pretendían la reconquista cristiana de Almería. O sea, que Bisbal no ha descubierto nada", explica jocoso Javier Giménez Lalanza, uno de los cuatro guías oficiales que Cultura tiene asignados en la Alcazaba de Almería para las noches veraniegas de los viernes y sábados.

El guiño del guía, uno de los muchos que soltará a lo largo de los 70 minutos que dura el recorrido, sirve para ubicar a su público en una ciudad medieval llamada Portus Magnus por los romanos -no en vano Almería es la bahía natural más grande del Mediterráneo- y que contaba, en pleno siglo XI, con la segunda mezquita más grande de Al-Ándalus después de Córdoba. "Tengan en cuenta que en el siglo XI París o Londres apenas sumaban 11.000 habitantes. Almería en aquel entonces contaba con 35.000 habitantes y Córdoba tenía más de 100.000. El saber y el conocimiento estaban aquí", remacha Javier a su auditorio.

Las primeras palabras del conductor de la expedición, con la serena imagen de la ciudad iluminada a los pies de la fortaleza, sirven para estimular el sentido de la vista. Estas visitas estivales organizadas por la Delegación Provincial de Cultura y denominadas Con los cinto sentidos persiguen cautivar a golpe de estímulo (vista, oído, tacto, gusto y olfato) la magia y el duende que esta ciudad tuvo un día.

Javier, el guía, continúa explicando los secretos históricos de los tres recintos de que dispone la fortaleza: los jardines actuales, cuya función inicial fue la de campamento militar y refugio para la población; la pequeña ciudad palaciega dotada con mezquita, casas, baños y aljibes; y el castillo de la parte más occidental y elevada de la Alcazaba, mandado construir por los Reyes Católicos tras la toma de la ciudad en 1489.

Jarchas cantadas

A partir del segundo recinto, además de las explicaciones del guía, se suman las representaciones teatrales con pequeñas escenas de la vida cotidiana de la Edad Media, tanto árabes como cristianas, en las que el espectador puede escuchar un poema cantado y sacado de las jarchas del siglo XV, comprobar la variedad culinaria de la época o ponerse en el pellejo de un soldado cristiano con el deber de "guardar el puesto" para la corona.

Vicente Funes (45 años) y Mélida Segura (44), ambos funcionarios y residentes en Almería desde hace años, no salen de su asombro por el embrujo que, "de repente", descubren en su propia ciudad. "Lo cierto es que la visita resulta bastante amena y excelentemente ambientada. Para nada se puede hacer pesado, aportan datos históricos y hechos reales que se transmiten con la mayor naturalidad y de la manera más divertida", explica el matrimonio.

Como ellos opina Joaquín Villanueva (42), un informático madrileño que se ha desplazado de su hotel de Roquetas de Mar hasta la capital para vivir, con toda su familia, la aventura histórica. "Nos lo han recomendado en el hotel donde paramos y no nos arrepentimos en absoluto de haber venido. Merece la pena", comenta el visitante.

Al sonido de las fuentes recreadas en los recintos arabescos se suman, en la escenificación de la familia musulmana dentro de la almunia que el grupo de teatro Los Taráis representa, la degustación de dulces y té moruno para todo el que quiera tentar los sabores más genuinos. La visita culmina su repaso por la historia con una mirada a la Almería conventual encarnada en el personaje de un trinitario y a la figura del soldado mal pagado y alejado de su familia llamado a "reinstaurar" el orden cristiano.

La salida del monumento, por la Torre del Homenaje en su parte norte, es otro regalo para los sentidos y una oportunidad única de ver, más cerca que nunca, el barrio de La Chanca que el escritor Juan Goytisolo y el fotógrafo Carlos Pérez Siquier descubrieran al mundo allá por la década de los sesenta.

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