_
_
_
_
Reportaje:PAISAJES IMPREVISTOS

Rastros

De la Devesa de El Saler han sido erradicados los eucaliptos casi por completo. Australia, sin embargo, da para mucho: aún puede uno toparse con otras monedas de su donación vegetal. Pura calderilla, pues el alto arbusto llamado myoporum ya sólo ocupa algunos tramos del borde de la carretera. Es llamativo y estéril el gesto de añadir espesura foránea a la espesura propia, y es, sobre todo, innecesario. La Devesa, esa cinta de fronda que ocupa la franja de tierra existente entre la Albufera y el mar, resulta única por su entramado botánico, además de inconfundible en su apariencia. Aun siendo como es un lugar para nosotros, para el disfrute de la ciudadanía, la Devesa no se parece a un jardín ni a un parque. Todo lo que puede exigírsele a un bosque, a excepción de la nieve, podemos encontrarlo en ella. Bajo la carpa formada por los tupidos pinos carrascos el tiempo ha desarrollado una rica gama de arbustos y de hierbas. El lentisco, por ejemplo, que es una planta afable, fuerte sin rabia; el aladierno, de enturbiado verde, elegante en el nombre y de igual finura en el dibujo de sus ramas y sus hojas; el mirto de los vencedores y de las procesiones; la zarzaparrilla, pobre liana sin prestigio por culpa de sus frutos, de los que se extrae zumo para pusilánimes; la coscoja, en enfado perpetuo, de hojas forjadas a partir de alguna durísima aleación...

Dijo Josep Pla en una ocasión que "observar és més difícil que pensar". Una sentencia exagerada, como todas. Pero si la suponemos verdadera entenderemos quizá por qué resulta tan complicado encontrar lo propio de cualquier paisaje, aquello que lo hace distinguible más que distinto. Semejante sutileza puede esconderse en la luminosidad, en una disposición cromática, en algo irregular o en regularidades; puede residir en una atmósfera o en un detalle extendido. La buena observación genera descubrimiento, de ahí lo arduo de su naturaleza. Pues bien, la clave de la Devesa, inadvertida para una mirada desatenta, reside en el hecho de que es un lugar lleno de rastros manifiestos.

Apenas empieza a caminar sobre la omnipresente arena, el paseante se ve obligado a llevar sus ojos al suelo de forma continua. Allí está cuanto quedó grabado. Ve, por todas partes, marcas regulares que dibujan cenefas, hechas como con diminutos triángulos estriados: las deja el deambular de los escarabajos. Ve las decididas rectas impresas por la cola de las lagartijas: son delgados surcos con la escolta, a ambos lados, de una caligrafía reptil. Ve las íes griegas que componen las aves, al andar solitarias o en el desorden de la compañía. Y ve también rastros humanos, muchos: el tirabuzón trazado por las bicicletas, la pisada deportiva, la pisada precisa de quien camina lento, la sempiterna lata de conservas o la bolsa de plástico. Y marcas a mayor escala: los edificios de apartamentos que fueron indultados de la demolición, el erróneo lago artificial o el campo de golf. Entre tantos vestigios ya no ha de parecernos extraña la presencia del vestigio australiano.

La Devesa de El Saler existe gracias al mar, es un regalo suyo. Por eso acabaremos nuestro paseo a orillas de una playa que, de tan familiar, demasiadas veces nos hace olvidar su propia excelencia. En ella hay otro rastro, el de las olas. Se renueva constante y borra las huellas de nuestros pies desnudos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_