Irán, entre la crisis reformista y la amenaza de EE UU
Las recientes manifestaciones estudiantiles revelan la pérdida de apoyo al reformismo del presidente Jatamí mientras crecen los temores y los deseos de una intervención estadounidense
En 1997, millones de iraníes, la gran mayoría de los que votaron, apostaron por el reformismo dentro del régimen islámico que encarnaba Mohamed Jatamí. Seis años después se ha generalizado la frustración ante la incapacidad de Jatamí para aplicar su programa y torcer el brazo de los ultras del régimen. Con un clima político tórrido y empantanado y una situación socioeconómica no demasiado boyante, Irán está ahora en el punto de mira del imperio estadounidense.
Ni en Washington ni en Teherán se piensa en estos momentos en una guerra, pero los norteamericanos, por usar su lenguaje, comienzan a "construir un caso" contra los ayatolas iraníes. Y éstos cometen brutalidades, como la represión de las recientes revueltas estudiantiles y la muerte a palos en comisaría de la periodista Zahra Kazemi, que brindan nuevos argumentos a los detractores de su régimen.
El fracaso de los reformistas se debe en gran medida al boicoteo estadounidense
El régimen puede estar dividido y bloqueado, pero no en vísperas de un colapso
Los manifestantes fueron reprimidos no sólo por la policía, sino por las bandas ultras
En el mes de junio pasado, Irán fue escenario de una decena de jornadas de protestas juveniles. Arrancaron de la Universidad de Teherán y se extendieron por las calles de la capital y de otras grandes ciudades. En ningún caso los manifestantes fueron más de unos pocos millares, pero sus declaraciones a los corresponsales extranjeros expresaron el creciente escepticismo que provoca el presidente Jatamí entre sus compatriotas y, en particular, entre los menores de 30 años, que constituyen el 70% de la población. Estas manifestaciones fueron una prolongación de las desarrolladas el pasado invierno para rechazar la condena a muerte por blasfemia -que fue posteriormente conmutada- del universitario Hashem Aghajari, y en su transcurso la policía, según sus propias informaciones, detuvo a más de medio millar de personas.
Sin embargo, no fue esto lo más grave. En muchos casos, los manifestantes fueron reprimidos no sólo por las fuerzas policiales, sino por las bandas ultras de los basiyis y los hezbolahis. En motocicletas y armados con cuchillos, palos y cadenas, estos zelotas islamistas apalearon y apuñalaron a varios jóvenes, lo que fue denunciado con vehemencia en un escrito firmado por 166 diputados reformistas. La denuncia fue una nueva muestra de la impotencia de los reformistas, que con Jatamí ocupan la presidencia de la República Islámica y detentan la mayoría de los 290 escaños de su Parlamento.
Son los conservadores del jomeinismo, liderados por el llamado guía de la revolución, el ayatola Jamenei, los que ejercen el poder en la antigua Persia. Ellos controlan el Ejército, las fuerzas policiales y parapoliciales y el poder judicial y, a través de personajes como el ayatolá Mohamed Yazdi, exigen que los tribunales juzguen a los detenidos de junio como "enemigos de Dios", una acusación que puede conllevar la condena a muerte.
Los conservadores están explotando a fondo el hecho de que las manifestaciones fueron alentadas profusamente por las numerosas páginas web, emisoras de radio y cadenas de televisión por satélite que el exilio iraní tiene en Los Ángeles y otras ciudades norteamericanas de la costa del Pacífico. El mismo presidente de Estados Unidos, George W. Bush, que sin haber terminado la conquista de Irak ya ha designado a Irán como el próximo objetivo de su "cruzada", las tildó del "comienzo de la expresión popular hacia un Irán libre".
Los periodistas y diplomáticos europeos destinados en Teherán son menos vehementes. El régimen, afirman los consultados telefónicamente por este periódico, puede estar dividido y bloqueado, pero no en vísperas de un colapso. La oposición demócrata en el interior de Irán está dividida, desorganizada y vigilada. En cuanto a la basada en el exterior, su desprestigio es importante. Los Muyahidines Jalq, por sus métodos violentos y sus vínculos con el depuesto tirano iraquí Sadam Hussein; los monárquicos, que aspiran a la reinstauración de la dinastía Pahlevi en la persona del hijo del último shah, que vive en EE UU, por el anacronismo y los malos recuerdos.
Agotados por la turbulenta revolución jomeinista y los ocho años de guerra con Irak, entre 1980 y 1988, pocos iraníes del interior predican una rebelión violenta contra el régimen. La mayoría sigue prefiriendo una transición hacia la democracia desde dentro del sistema, una evolución pacífica y gradual que culmine con el regreso de los molahs o clérigos chiíes a sus escuelas teológicas. Por eso votaron en los años 1997 y 2001 a Jatamí y por ese motivo su desilusión actual es enorme. En las manifestaciones de junio, según los corresponsales extranjeros que las cubrieron, hubo bastantes estudiantes que dijeron desear el apoyo norteamericano a la causa de la democratización de su país, pero precisaron que no bajo la forma de una invasión y ocupación como ha ocurrido en el vecino Irak.
Al menos hasta después de las elecciones presidenciales de otoño de 2004, Bush no planea intervenir militarmente en Irán. La tesis dominante en Washington es que la caída del régimen teocrático iraní resulta deseable y posible a través de un golpe de Estado o de una revuelta popular interiores. A diferencia de la Unión Europea, que ha apoyado críticamente el reformismo de Jatami, Bush no hace la menor distinción entre uno y otro sector del régimen y proclama su voluntad de destruirlo. El imperio estadounidense tiene una cuenta personal que saldar con la revolución islámica que, en 1979, destronó al shah, su principal gendarme en la región. Y como en el caso de Irak, sus deseos coinciden con los intereses de un Israel que teme a la potencia persa. A partir de tecnología norcoreana, Irán acaba de ensayar con éxito el Shahab-3, un misil de unos 1.400 kilómetros de alcance, capaz teóricamente de herir al Estado hebreo.
EE UU continuará en su empeño de aislar y presionar por medios políticos, económicos y propagandísticos al régimen iraní. Las últimas semanas han ofrecido nuevos elementos para su "caso" contra los ayatolás: las manifestaciones de junio, la muerte en comisaría de la periodista canadiense de origen iraní Kazemi y la resistencia iraní a aceptar inspecciones por sorpresa y en profundidad de sus instalaciones nucleares. Acusado por Israel y EE UU de estar buscando la bomba atómica, Irán afirma que sólo pretende desarrollar centrales nucleares para usos civiles. Pero este deseo, afirman Jerusalén y Washington, resulta sospechoso en un país rebosante de energía petrolera.
La beligerancia norteamericana despierta tantas esperanzas como miedos entre los demócratas iraníes. Muchos creen que una excesiva presión sólo puede reforzar a los ultras de Jamenei y forjar en torno a ellos una coalición nacionalista. En un artículo publicado recientemente en The New York Times, el profesor iraní Reza Aslan afirma que Bush se equivoca cuando "simplifica" la situación de su país en términos de "un conflicto entre teocracia islámica y la democracia secular occidental". El caso iraní, según Aslan, es más complejo y muchos teólogos, universitarios y políticos trabajan abiertamente en busca de un islam reformista compatible con la democracia.
Pero Jatamí y los suyos no están consiguiendo materializar políticamente ese reformismo. Han conseguido una mayor libertad de expresión y de costumbres, pero poco más. Y lo paradójico es que, según Aslan y especialistas europeos como Gema Martín Muñoz, su fracaso se debe en gran medida al boicoteo estadounidense, que les ha impedido mejorar la situación económica y consolidar así el apoyo popular y argumentos poderosos contra los conservadores.
Ahora Jatamí tiene una buena ocasión de probar a sus compatriotas y a los extranjeros la credibilidad de sus intenciones. A través de su vicepresidente, ha reconocido que la periodista Kazemi murió como consecuencia de los golpes recibidos en comisaría, tras ser detenida cuando fotografiaba una manifestación frente a la siniestra prisión de Evin, y ha prometido una investigación en profundidad.
Como ha declarado a la agencia France Presse el escritor reformista Shams Al Waaizin, Jatamí tiene ahora la oportunidad de "cortar cabezas" en las filas ultras. La alternativa a la que se enfrenta es clara: o exhibe firmeza o reconoce su derrota frente a los conservadores.
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