Casas de piedra y madera en Beget
ENTRE ITALIA y Argentina, Cataluña. Después de cinco días quemando suelas de zapato en Roma, y antes de volar a Buenos Aires para pasar un agosto porteño, disfrutamos de cuatro días maravillosos en el Pirineo de Girona.
Recién llegados a nuestro alojamiento rural en Ribes de Freser, vimos caer entre las montañas una tormenta de verano mágica, pues se llevó el calor pegajoso y nos dejó sol y fresquito. Desde allí, a ritmo tranquilo, descubrimos los pueblos de la comarca del Ripollés, "bressol de Catalunya". Visitamos las pequeñas iglesias románicas de Ribes, Pardines y Planotes, y los emblemáticos monasterios de Ripoll y Sant Joan de les Abadesses. A orillas del Ter, enmarcada por el inconfundible Pont Nou, descubrimos la villa de Camprodón con sus tranquilas calles y sus palacetes modernistas.
Y, por supuesto, hicimos la subida en tren cremallera al valle de Nuria. No logró entusiasmarnos el ambiente de romería y sardanas, pero ¡qué maravilla el paisaje sin un solo coche a la vista! La bajada hasta Queralbs la hicimos a pie por un increíble sendero que cruza torrentes y bordea precipicios.
Sin embargo, el verdadero descubrimiento del viaje fue Beget, en la Alta Garrotxa. El pueblo, al fondo de un recóndito valle, sirvió durante siglos de refugio a los prófugos de la justicia, y de paso fronterizo para los republicanos tras la Guerra Civil. La iglesia y las casas de piedra con balcones de madera se encuentran perfectamente conservadas, y la quietud del lugar únicamente se ve alterada por el murmullo de los dos riachuelos. Todo un lujo.