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Columna
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Los malos

Da la sensación de que los malos de ahora no están a la altura del buen concepto de la maldad que algunos teníamos. Son muy poco comparados con todo lo que esperábamos de ellos: esos tiranos, terroristas gafes, políticos corruptos, billonarios insaciables, espías locos, repugnantes pirómanos, gobernantes belicosos, sangrientos déspotas domésticos... que maquinan cómo apoderarse del mundo o de su pequeño mundo, dejan mucho que desear. Parecen necios peligrosos, nada más. Para ser auténticamente malos, sobra la estupidez. Sin embargo, dicha característica es lo más sobresaliente de los malos y malas de nuestros tiempos. Aunque a lo mejor no es que sean idiotas, me digo yo a veces para consolarme, sino que tienen unas mentes tan portentosamente enormes que las ideas (buenas o malas, pero ideas al fin) se pierden cuando circulan por ellas buscando desesperadas una neurona donde echar raíces y convertirse en pensamientos (malévolos o no, pero pensamientos al fin). Hay que dudarlo, empero.

Luego está la angulosidad que, según nuestro imaginario cultural, es señal de peligro y de maldad. Pero fijémonos, ¿acaso hay rasgos afilados en las caras de nuestros malos contemporáneos?, ¿o más bien lucen unas bovinas redondeces, una suave avidez lubricando sus miradas siempre turbias, una vileza muelle y conejil en el andar? Es muy decepcionante. Como si traicionaran al mal hasta en las formas. Si bien es conveniente razonar así sólo si uno cree en la maldad, claro. Porque el mal, el bien, Dios, el diablo, el amor, el odio y hasta la vida son sobre todo actos de fe. Al contrario que la estupidez, que tiene mucho más que ver con la realidad visible.

El mal era históricamente un bonito referente social que nos hacía sentirnos bien a la mayoría de las personas, por mucho que fuésemos buenas y malas a tiempo completo. Pero entre unos y otras lo están mezclando con la tontería, y así acabarán confundiéndonos a todos. Cosa que no está nada bien y nos lleva a sospechar, con cierta lógica, que si se murieran todos los tontos del mundo no quedaría ni un solo malo vivo sobre la Tierra. Una suposición estremecedora, dado que ni siquiera tenemos el consuelo de que tamaña correlación pueda funcionar igual de bien a la inversa.

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