Monstruo
La gente suele olvidar que Frankenstein, el personaje que da título a la novela y que ha servido de excusa a innumerables sesiones de maquillaje en los platós, no es el monstruo, sino su creador. Rápidamente asociamos a ese apellido germánico con ecos aristocráticos la silueta maciza de Boris Karloff deshojando margaritas a orillas de un estanque, pero en realidad Victor Frankenstein era un joven médico con ínfulas de artista que pretendió desafiar al destino y a la naturaleza y se embarcó en la tarea de crearse un hijo artificial, no a partir de la simiente de la vida, que es el camino que recorren todos los hombres, sino de las larvas de la muerte: dio aliento a un cadáver, lo despertó de su sueño de aguas estancadas. Frankenstein esperaba que su vástago se convirtiese en el prólogo de una nueva raza, que pudiera reconocérsele como el Adán de una nueva humanidad liberada por fin del sucio trámite reproductor del sexo y las placentas. A estas alturas de la película todos sabemos que la cosa salió mal: Frankenstein no parió una versión corregida y aumentada del ser humano sino un monstruo, y Aristóteles dice que el monstruo consiste en una equivocación de la finalidad. A lo más que llegó el fatuo médico fue a pergeñar una caricatura de sí mismo, un simulacro distorsionado de sus ansias, esperanzas y temores. La criatura, como la llama la señora Shelley en su libro, sólo aspira a emular a su fabricante, quiere ser tan inteligente y bello como él y poseer una familia y ser admirado y respetado por sus convecinos; cuando se da cuenta de que nada de eso es posible porque el creador ha renegado de su obra, troca el amor en odio: y la historia termina en las nieves infinitas del norte, con el monstruo arrastrando el cadáver de su amo entre un huracán de dolor.
Luego dicen que los clásicos no sirven para nada. De dónde se puede extraer mejor lección que de esta oscura novela para comprender qué función sórdida se está representando este verano en el Ayuntamiento de Marbella: nos encontramos con la misma mezcla morbosa de pasión creadora y de angustia, con el mismo desafío a las leyes humanas y divinas, con el mismo descenso a los infiernos de un hombre que quiso quedar en los anales de la Historia por su contribución a la política mundial y vio su obra maestra convertida en un monstruo. Los protagonistas de este culebrón poseen todo el aura crepuscular de héroes de tragedia griega: Jesús Gil, el Prometeo de la Costa del Sol, la mente audaz que arrostrando todos los vientos contrarios busca perpetuarse en un hijo al que no le une la sangre pero sí una comunión de espíritu y miras; Julián Muñoz, la pobre criatura desamparada, que sólo desea ser espejo de su amo, que sólo pretende enriquecerse inocentemente a costa de unos cuantos chanchullos, llevar cadenas de oro alrededor de la papada, merecer unos fajos de billetes por debajo de la mesa a cambio de una rúbrica, de la aquiescencia, del silencio. Maestro y discípulo, creador y vástago, Frankenstein y el monstruo, Layo y Edipo, Darth Vader y Luke Skywalker, papeles ancestrales que respetan una coreografía no menos atávica, la que enfrenta al padre con el hijo, la libertad con la autoridad, el futuro y la tradición: nunca la prensa rosa ha estado tan empapada de literatura como este agosto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.