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Columna
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Seis, de libertad

Lunes de fiesta. ¿Los lunes al sol? No siempre. Sí éste. Lunes de sol, trabajo y juerga. Un sol de ley, calor etíope, de rayos que aplanan y viento ardiente, pero con maneras sociales norteñas. Quemados por el sol estuvieron las hordas, los Cuarenta Mil de la jarana, a los pies de San Miguel, por estar y por estallar de espuma y humo. Pero, a pesar de las montañas de porquería acumulada, todos sobrevivieron (gracias a los géiseres de los bomberos).

Mañana sosegada... o no del todo. Mormones en pareja sentados en la acera, gente -poca- comprando y ocupando las calles, talleres que abren para el mantenimiento y se llenan sorprendentemente de coches. Gente que se va, quizá. Coches que, como carruajes de la Gran Marcha de Agosto, conducen a cierto gentío hacia los hervideros de veraneo. Jubilados en los bancos, jóvenes corriendo en calzones por los parques de la Ciudad. Grúas en los límites, muchas grúas custodiando los nuevos y planos edificios. Inactivas, a la espera; como aquellos caballos que lloraron libres al ser abandonados antes de cruzar el Rubicón; como esqueletos equinos a la espera de la nueva gran batalla urbana que se reanudará en dos días.

Es tiempo de bacanal, de humo, de espuma y de estallido. Allí sobran bolsas de plástico, las botellas estallan, se prenden los puros...

Los huéspedes de todo el año de esta Ciudad -hoy blanda y maleable como la mantequilla, ciudad en formación, ciudad sin perfil ni carácter definido-, se van yendo ya. Los belokis a Lazkao, quizá, mientras se reponen de las heridas del año. La clase media de técnicos y administrativos giputxis y vizcaínos, a París o Barcelona. O quizá a Atxondo, donde comen y firman reyes y pelotaris. Los andaluces, no. Ellos se quedan. Y los extremeños y los gallegos. También los magrebíes y los subsaharianos -a ver...- que miran toda esta historia como las vacas a San Celedón (que es el tren que pone en marcha todo este rosario de disposiciones). Todo ese mundo mayor y menor, que puebla la Ciudad, pero no la gobierna, todo ese mundo, se queda. Se queda y organiza su Blanca a su manera, con mucha gracia y colorido.

Deberán saberlo los nuevos planificadores de esta Ciudad-mantequilla y socavón, Ciudad de futuro, para que, al domeñarla, lo hagan según esas nuevas fuerzas que la habitan. De manera que el precipitado y su consolidación no resulten un corsé, una moldura petrificada, sino que conserven el recién adquirido aire abierto y renovador de Gotham-Vitoria.

Y es así. También los enemigos de Gotham-Vitoria, los pérfidos Enigma y Dos Caras, están aquí. Ahora organizan la txosna de Izan. Sus esbirros se encadenaron sobre el tejado de la ilegal, ilegítima y alevosa por ser amiga de la muerte. Movilizáronse los casacas rojas con txapela (¿o han sido a los beltzas?; da lo mismo). Lo hacían por desencadenarles (no está mal) y porque no fueran impunes a la ley (véase, Crespo). Ocurre que ahora vienen camuflados de Izan-Tom Cruise, agente salvífico, como se sabe, de todos los buenos valores de Occidente. "No nos la darán", le dijo Batman a San Celedón. Y Robin, asintió: "Signos de corchos en el cielo. Enigma está perdido. Bendita espuma".

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Y, mientras está en juego la salvación de la humanidad (Enzensberger), nos tomamos una cerveza. Eso. Y ya está. Huestes de cofradías juveniles se aproximaron hacia La Blanca con sus espumosos en bolsas de plástico. Es tiempo de bacanal, de humo, de espuma y de estallido. Allí sobran bolsas de plástico, las botellas estallan, se prenden los puros, se cuelgan los pañuelos y todo es un exceso de algarabía y excelente humor.

Arranca con un ¡viva la fiesta libertaria!, la que vivirán las hordas juveniles color butano (abstenerse los...) estos primeros días de agosto. Bienvenidas todas las huestes de todas partes. Podrán gozar de seis días de libertad (como en Persia).

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