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Columna
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El cisma soterrado

Aunque lo hemos conocido estos días, fue el 3 de junio cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe hacía público el documento Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, en el que se rechaza terminantemente la posibilidad de establecer analogías entre las uniones homosexuales y el matrimonio, condenando cualquier medida legal que pueda alimentar dicha analogía, conminando a los políticos católicos a que se opongan con claridad a estas medidas. Supuestamente el documento desea "presentar algunas argumentaciones de carácter racional". No lo hace. Sin entrar en cuestiones de mayor calado (como la manera simplista en que se establece una relación absolutamente libre de conflictos entre Revelación, naturaleza, cultura, razón y ley civil), el documento se permite sostener que "la experiencia demuestra" que el desarrollo de los niños integrados en uniones homosexuales se ve sometido a gravísimas distorsiones, incluso a "violencias de distintos órdenes", sin justificar de ninguna manera tan graves afirmaciones.

Qué distinto y distante resulta el tono de este documento respecto a la línea de reflexión abierta para el pensamiento católico -¡nos están condenando a que ambos términos resulten antitéticos!- por la Sociedad Teológica Católica de América en 1977. "El homosexual", se decía entonces, "es el individuo para quien resulta natural e irreversible a todos los efectos prácticos la orientación exclusiva o predominantemente homosexual". Nada de perversiones o aberraciones. En consecuencia: "Los homosexuales tienen los mismos derechos y deberes que la mayoría heterosexual. Habrán de analizar y valorar su comportamiento a la luz de las mismas valoraciones y conforme a las mismas normas morales para determinar si sus acciones ostentan o no las características propias de una sexualidad humana integrada". Y finalizaba así: "No debería ser mucho pedir que la Iglesia y sus dirigentes se comportaran como algo más que barómetro de la pública opinión moral y que se pusieran a la cabeza del movimiento que trata de defender, adelantándose a los tribunales, los derechos civiles de los homosexuales, procurando cambiar una situación social injusta, a pesar incluso de que no se trate de una causa muy popular".

El cisma soterrado. Así ha titulado el filósofo católico Pietro Prini su ensayo sobre la relación existente entre la sociedad moderna y la traducción que la Iglesia hace del mensaje cristiano y que pone en riesgo "la continuidad vida de la Iglesia de Cristo". No se trata de un cisma institucional que pueda acabar en la constitución de una sociedad eclesial separada. Se trata de "un distanciamiento que sencillamente ocultan, o soterran, muchos fieles por su negativa a acatar las enseñanzas de la jerarquía eclesiástica, de la que ya no aceptan posiciones doctrinales o prácticas pastorales por considerarlas fuera del tiempo y del espacio de la ciencia; o, por decirlo con más precisión, por considerarlas incapaces de incorporar significados y valores allí donde la cultura menos impugnable de hoy no parece en contradicción con un conocimiento más auténtico de los principios cristianos". Prini recuerda que el apogeo del poder de la Iglesia católica entre los siglos XIII y XVIII se basó en su capacidad para infundir miedo -miedo a la condenación eterna, además de miedo a la sanción terrena como consecuencia de su influencia sobre los poderes políticos- mediante una práctica pastoral que constituyó un auténtico "terrorismo espiritual", en la que la "condena fóbica del placer" ocupó un lugar central. Bernhard Häring, el gran moralista católico inspirador de la apertura posconciliar, escribió tras su paso por el Santo Oficio, que lo desposeyó de la capacidad de enseñar y publicar: "Preferiría encontrarme nuevamente ante un Tribunal de Hitler".

Prini se pregunta si la Iglesia hoy no está cayendo en una nueva vía antigalileana. La cosa es más grave. No es contra el conocimiento y la ciencia contra lo que se está militando, sino contra el amor, el afecto y el compromiso entre las personas. Hay que hacer emerger este cisma soterrado.

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