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Columna
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La torre prometida

El nuevo diputado general de Bizkaia, José Luis Bilbao, ha anunciado la renuncia de la Diputación foral a construir su torre en Abandoibarra, uno de esos proyectos emblemáticos de los que se estaban acumulando sobre la capital vizcaína, cambiando radicalmente su faz y haciendo de ella no sólo un lugar habitable, sino también un lugar sugestivo. La noticia ha producido sorpresa (El propio alcalde de la villa parecía totalmente sorprendido), y todo tiene aspecto de haberse mantenido en riguroso secreto, hasta que el nuevo diputado general ha decidido dar la buena nueva.

El sentimiento general que ha rodeado a la noticia ha sido la decepción. Bilbao (la ciudad, no el diputado) estaba mejorando, afirmando su carácter metropolitano. Ahora José Luis Bilbao ha lanzado un jarro de agua fría sobre la euforia de toda una ciudad. Claro que él ha expuesto sus razones. En su opinión, no se trata de hipotecar la institución con proyectos que no sean prioritarios. También ha dado a conocer el déficit con que contaba el proyecto de la torre: 97 millones de euros, que son muchos euros para los que aún contamos en pesetas.

Pero uno no quería perfilar un artículo local sino aprovechar la anécdota para reflexionar sobre ciertos comportamientos de nuestra clase política. En un reciente artículo (dedicado, entre otras cosas, a descalificar la sorpresa que ha suscitado la decisión foral) un periodista advertía de que el entonces candidato a la Diputación se reunió en precampaña con "alcaldes y candidatos del PNV para advertir que no podían prometer más de lo que podían cumplir". Quizás esta actitud les parece al periodista y al entonces candidato un meridiano ejemplo de transparencia informativa, pero a los demás nos parece un fraude electoral. Aparte de aleccionar a los otros candidatos del PNV, ¿por qué no empezar dando ejemplo de continencia? Si ya estaba previsto desistir del proyecto de la torre ¿por qué no comunicárselo al electorado?

Sabemos que en Euskadi se vota por razones ideológicas, pero ello no debe eximir a los candidatos de cumplir con la obligación de anticipar sus líneas programáticas. ¿Qué tal si una decisión de semejante calado se nos hubiera comunicado previamente? ¿No habría sido mucho más honrado por parte del candidato? Ocupar primero la poltrona y ponerse después a gobernar forma parte de una lógica secuencia electoral, pero en democracia la secuencia es más compleja: como la poltrona se ocupa por voluntad de la ciudadanía, el candidato está obligado a perfilar con anterioridad sus decisiones. Y el asunto de la torre no era una fruslería: convendría que nos lo hubiera dicho antes. Por curiosidad.

El articulista que defendía vehementemente la decisión del diputado vertía a continuación una frase inexacta: "Bizkaia ha sido más que generosa con Bilbao en los últimos 20 años". Hay que discrepar. Bilbao ha sido centro de atención institucional durante los últimos diez años, mientras que durante los quince anteriores padeció una espantosa dejación, por más que fuera además granero electoral del partido gobernante. La atención que después ha recibido Bilbao no responde a la "generosidad" sino a la mera justicia, en su vertiente indemnizatoria. Otra cosa es que quizás pervivan en Tierra Llana sectores que siguen viendo en la capital vizcaína, absurdamente, un enemigo a batir.

El proyecto de la torre partía, al parecer, con un déficit de 97 millones de euros. Y uno recuerda ahora una de las decisiones más exuberantes que adoptó el anterior diputado general al final de su mandato: el de ofrecer al Athletic Club una subvención de 6 millones de euros para que "paseara el nombre de Bizkaia por Europa", paseo pospuesto una vez más. Esperemos que la decisión de no construir la torre haya sido acertada y que las prioridades que se marque el nuevo diputado también lo sean. Y esperemos que tales prioridades sean más dignas que las de cargarse un edificio emblemático a cambio, entre otras cosas, de financiar las nóminas de un equipo de fútbol profesional. Porque decisiones tan relevantes hay que comunicarlas antes a los votantes, unos seres que, en democracia, somos curiosos por naturaleza.

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