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Columna
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La peste

Oyó todo lo que decía la cosa tránsfuga por la televisión y, al día siguiente, volvió a ver las palabras que había dicho ese ser de dos cabezas en los periódicos, las vio cristalizadas en las páginas como si fuesen un cuarzo negro. Primero, la mitad hombre del monstruo, el traidor, se clavaba a sí mismo puñales en la espalda, al esgrimir los diarios en su defensa: buscaba argumentos, justificaciones y salvoconductos para su canallada en la prensa, pero entonces, pensarían muchos de quienes le escuchaban, si lo que dice la prensa es una coartada, una demostración o hasta una prueba de la verdad, también será cierto que ese hombre era un miserable, un Judas, una escoria humana, un despojo, un delincuente, que era lo que se había escrito y radiado de él. Luego, en su turno, la mitad mujer del bicho volvió a repetir milimétricamente todo lo que había contado el otro.

Sea como sea, la cosa tránsfuga dijo en su descargo una serie de palabras, habló de decencia, honestidad, independencia y rebeldía, se llamó a sí misma una persona de principios y se calificó de inocente. Muchos se indignaron al oír esas palabras en su boca, que consideraban víctimas de un expolio o un sacrilegio, pero lo achacaron a la hipocresía, el cinismo o la desvergüenza. No pensaron que la desfachatez fuese a tener secuelas. Pero ¡vaya si las tuvo! Para empezar, esa misma noche ya hubo quien sufrió agobiantes pesadillas, veía esas palabras convertidas en insectos asesinos, millones de ellos, una auténtica plaga; veía avecinarse nubes de decencia, honestidad, independencia y rebeldía armadas con aguijones envenenados, antenas electrificadas y dientes de vampiro. Los insectos se metían bajo la piel y devoraban a sus víctimas desde dentro, comían primero el hígado; luego, los pulmones; finalmente, el corazón y el cerebro. Algunos se despertaron aullando de pura angustia. Al despertar, se dijeron, ¡vaya!, ha sido terrible, pero, afortunadamente, ha sido sólo un sueño.

A la mañana siguiente, con las dichosas palabras que habían salido de la colmena del tránsfuga dándoles aún, machaconamente, vueltas a la cabeza mientras tomaban el desayuno o iban en autobús a sus trabajos, decencia, honestidad, independencia y rebeldía..., hubo quien tuvo la ocurrencia de ir al diccionario a buscar el verdadero significado del término, decencia, honestidad, independencia y rebeldía. No creyó lo que veían sus ojos: todas esas palabras habían desaparecido, estaban no borradas, sino como mordisqueadas, como si fuesen un trozo de fruta medio comido por un roedor. El hombre que había mirado el diccionario puso la radio y allí, tras algunas otras noticias, apareció una vez más la cosa tránsfuga y le oyó decir decencia, honestidad, independencia y rebeldía, también inocente y principios. Fue al diccionario y vio que inocente y principios empezaban a corromperse. El hombre volvió a mirar decencia, honestidad, independencia y rebeldía, y pudo ver que el lugar en donde antes se encontraban sus definiciones ahora era un espacio en blanco. Y entonces supo lo que iba a pasar.

Otras y otros, como él, ya lo habían adivinado: no se trataba sólo de mentir, sino de convertir las mentiras en verdades. Una vez degenerado el sentido de las palabras más limpias del diccionario, pensaban darles otro nuevo, uno que se adaptase a su miseria, su deslealtad, su usura. Se formaron dos bandos en la ciudad y los dos bandos hicieron lo mismo, pero con intenciones diferentes: compraron diccionarios, todos los que pudo cada uno; los de un lado, para volver a escribir los significados antiguos de las palabras prostituidas; los del lado contrario, para escribir, en los huecos que había abierto la peste emitida por su monstruo, nociones opuestas. "Decencia -escribió uno de los invasores-: acción de traicionar a los camaradas". "Honestidad -mecanografió otro-: condición del desertor, aquel que vende sus servicios a quien mejor alimenta sus intereses y según le dicta, en cada caso, su falta de conciencia". "Independencia -puso un tercero-: ponerle un precio a la ética personal y subastarla al mejor postor, sin dejarse influir por tesis de raíz moral o ideológica". "Rebeldía -redactó un cuarto-: capacidad de algunas personas para acusar a los mismos que han desvalijado, sin dejarse anonadar por evidencias en su contra".

La batalla fue larga. A los dos contendientes les sorprendió mucho el número de los que formaban el bando contrario. Hay quien dice que la peste, al final, siempre resulta vencida.

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