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Columna
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Vasquedades

Notable que el PSOE, al tiempo que rechaza el globo sonda de Ibarretxe, trate de encontrar su propia singladura en la cuestión vasca, donde permaneció demasiado tiempo atrapado en la estela del PP. Si Ibarretxe pide soberanismo, el PSOE va a sumarse a los que reclaman más estatuto, como paso previo, supongo, a otro estatuto. La cuestión vasca y la catalana fueron abordadas por la Constitución de 1978 a la sombra de aparatos de estado disuasorios marcados por el franquismo, y en 1981 hubo un intento de golpe de Estado público y publicado que pretendía volver a los tiempos de la España una, grande y libre. Otros golpes de Estado menos públicos y publicados no han faltado y en el año 2003 los nacionalismos aplazados siguen siendo el desafío político principal con que se enfrenta la nueva restauración democrática.

Aliado de esos nacionalismos aplazados en tiempos de mayoría relativa, el PP no enseñó su verdadera intención hasta que la mayoría absoluta permitió a Aznar proclamar su pulsión metafísica de España y asegurarse así la hegemonía en el voto españolista, aun a costa de enmarañar gravemente el problema vasco. Tiene toda la razón Anasagasti cuando se pregunta si Aznar está contra ETA o contra el PNV, porque la oposición al terrorismo de ETA es y sería la obligación de cualquier jefe de Gobierno, pero la operación de acoso y derribo del PNV para conseguir un sorpasso en el País Vasco confirma el estruendoso fracaso de una política movida por interés partidario. Tiroteado por ETA y acuciado por el PP, el PSOE ha vivido en Euskadi sin vivir en él, como si careciera de capacidad analítica y estratégica ante la situación. El PSOE es la más determinante fuerza democrática de izquierda en España y en el País Vasco y un día u otro tenía que salir de su condición de bella durmiente con plaza de alquiler en el sepulcro del Cid Campeador.

A pocos meses de la designación del heredero de Aznar, tanto el PP como el PSOE deberían asumir el fracaso de su política vasca y la no menor insuficiencia de reducir la cuestión a un problema de doble territorio, cruento e incruento: el de ETA y el del PNV. Mientras Ibarretxe corrige las nuevas versiones no filtradas de su plan, el PSOE debe escapar del sepulcro del Cid.

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