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Reportaje:

La ciudad de la Bienal inexistente

Restauradores y comerciantes no han notado más afluencia de gente ni mayor ambiente

Ferran Bono

"Sólo la hemos notado durante el montaje, cuando venían los obreros y los artistas". Amparo regenta un pequeño bar-cafetería situado justo en frente del antiguo convento del Carmen, donde se ubica el espacio expositivo nuclear de la segunda Bienal de Valencia, el llamado Almacén del adecuado comportamiento. Amparo asegura que no ha notado mayor presencia de gente en el barrio con motivo de la ambiciosa iniciativa que comparte objetivos de índole artística con los de mercadotecnia, con el fin de promocionar y proyectar la imagen de Valencia en el mundo. Varias visitas durante esta semana corroboran esa opinión. Tan sólo algunos espectadores paseaban por esta lúdica instalación de Alsop y McLean. El sopor estival impregnaba todas las estancias. "Por las noches aparecen algunas personas más a tomar una cerveza, pero conforme avanza el verano viene menos gente", comentaba una persona, junto a la peluquera del recinto -porque uno se puede cortar el pelo en esta suerte de moderna superficie de diseño y ocio en que se ha convertido un claustro del antiguo convento-. Al principio había que pagar para entrar entre semana al recinto. A los pocos días, se eliminó la entrada tanto en el convento del Carmen como en la Torre del Reloj. Los otros cuatro espacios expositivos cerrados de la Bienal (Atarazanas, Muvim, palacios de la calle Exarchs y Sant Miquel dels Reis), que empezó el pasado 8 de junio y se clausurará el 30 de septiembre, se pueden visitar por el precio global de tres euros.

Quizás lo más importante sean los impactos mediáticos en la primera semana
"Habría que decirle a Consuelo Ciscar que más Sorolla y menos Bienal de Valencia"

Consuelo, pastelera de la peatonal calle de Roteros, que desemboca en la plaza del Carmen, no alberga dudas: "La influencia de la Bienal no se ha notado nada. No hay más gente. Hay la misma que un mes de julio cualquiera. Se nota más gente cuando hay cursos en la UIMP o cuando se hicieron las exposiciones de Sorolla o de Thyssen. Habría que decirle a Consuelo [Ciscar, secretaria de Cultura], que más Sorolla y menos Bienal". Miguel, propietario de un restaurante en la misma calle, opina lo mismo: "Llevo sólo ocho meses aquí y pensaba que la Bienal sería otra cosa, que ambientaría un poco, pero la verdad es que no ha tenido ningún movimiento especial. Nada ha cambiado". Esther, otra restauradora, discrepa. Al principio de la Bienal sí que notó mucho más ambiente, y ahora por la noche tiene más trabajo que otros veranos, si bien no sabe si achacarlo a la Bienal. María Eugenia, responsable de un gran restaurante también en esa calle, asegura, sin embargo, que trabaja lo mismo y que ha de explicar a muchos clientes qué es la Bienal, porque no tienen ni idea. "Lo que sí se notó mucho fue cuando rodó Almodóvar", añade.

"Los dos centros que mejor están funcionando de público son el Carmen y el Muvim", apunta una responsable de prensa de la Bienal, cuyo presupuesto oficial se ha cifrado en 4,2 millones de euros, siempre según la Generalitat. Todavía no hay datos oficiales sobre asistencia a la Bienal, a diferencia de la pasada edición, en la que se aportaron cifras que aumentaban considerablemente la afluencia real, lo que, sin embargo, no se reflejaba ni en los espacios expositivos —se llegó a decir que 5.000 espectadores acudieron al Tinglado del Puerto, cuando apenas se superó el centenar— ni en un incremento significativo de las pernoctaciones en la ciudad.

Atraer a multitudes tampoco debería ser el objetivo principal, tratándose de arte contemporáneo, en muchas ocasiones incomprendido cuando no incomprensible. Pero desde el principio se ha vendido la Bienal como una iniciativa destinada a proyectar la ciudad y a llamar la atención del turismo. En este sentido, la Generalitat, organizadora de la Bienal con la ayuda financiera de la CAM, Bancaixa y Telefónica, contrató a un experto en mercadotecnia, el italiano Luigi Settembrini, para dirigirla. De modo que los impactos mediáticos han entrado a formar parte del lenguaje sectorial de la Bienal de Valencia. Parece, no obstante, que los centenares de millones de impactos contabilizados en la anterior edición no han influido mucho en la actual. Al menos, en cuanto a presencia de público.

En este saco mediático, de fondo difuso debido a los moldeables cálculos y multiplicaciones para medir el alcance de la publicación o emisión de una noticia, caerá el cruce de acusaciones entre el director de la Bienal de Venecia, Francesco Bonami, y Settembrini, quien ha señalado en diversas ocasiones que el proyecto valenciano cuenta ya con más aceptación de público y tiene más interés que el centenario encuentro de la ciudad de los canales. Bonami ha minusvalorado la iniciativa valenciana, que no considera que se inscriba en la investigación artística, tachándola de inútil, mientras que Settembrini ha calificado la Bienal de Valencia como un laboratorio de ideas interdisciplinar y la de Venecia como un supermercado del arte. Quizá lo más importante son los impactos mediáticos que se obtuvieron en la primera semana de presentación. Quizás con eso basta.

Sorprende, sin embargo, que con estos planteamientos mediáticos de la Generalitat, la Bienal de Valencia ni se mencione en el vídeo publicitario que proyecta Iberia en sus vuelos procedentes del exterior, mientras que se destacan diversas exposiciones en A Coruña o Segovia, por ejemplo.

La Bienal de Valencia en el Convento del Carmen.
La Bienal de Valencia en el Convento del Carmen.JESÚS CÍSCAR

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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