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Reportaje:

Lula recupera la confianza en Brasil

Los inversores extranjeros abandonan los recelos hacia su política, aunque el crecimiento y el empleo todavía no responden

Mientras Luiz Inácio Lula da Silva volaba rumbo a Europa, en su séptimo viaje desde que asumió la presidencia el primero de enero, se informaba en Brasil que en junio hubo una deflación de 0,15%, según el índice oficial. Por primera vez desde noviembre de 1998 hubo una baja generalizada en los precios. Para un gobierno que concentra esfuerzos en el combate a la inflación, tener deflación -es decir, un fenómeno inverso, con reducción efectiva en los precios- podría ser motivo de celebración. En Brasil no todo está conseguido, pero el nuevo presidente de la nación ha logrado remontar la desconfianza de los inversores y concitar una cierta ilusión en los agentes económicos.

Todas las exigencias económicas acordadas con el FMI se han cumplido o, incluso, superado, excepto una: la de inflación. Este año no bajará del 11%
Los empresarios consideran elevado el tipo de interés del 26% anual. El ministro Palocci insinuó que puede bajarse al 20% a final de año

No todos están de acuerdo con los diagnósticos favorables. Los analistas independientes se apresuraron a dar explicaciones, que no han sido contestadas: la caída de los precios se debió a un descenso acentuado del consumo, provocado por la abrupta caída en la renta del trabajador brasileño. Todos los índices de consumo bajaron sensiblemente, con la única excepción de los teléfonos móviles. En algunos rubros, como alimentos y medicinas, se detectó una retracción considerada preocupante, para no mencionar a otros, como el de coches usados, cuyas ventas bajaron un 15% el primer semestre. La industria farmacéutica registró una baja de un 28% en su producción. La de electrodomésticos, de un 16%. Con todo, los primeros seis meses del gobierno de Lula ya registran una inflación acumulada de un 6,64%, y la meta fijada por el equipo económico para todo el año, de un 8,5%, es considerada imposible de cumplir. El Gobierno se resigna ahora a tener una inflación del 11% o el 12% en 2003.

Desde la campaña electoral del año pasado, los mercados financieros -y en especial la banca- dieron muestras claras de la desconfianza provocada por Lula. El riesgo-país subió a la estratosfera, colocando la economía brasileña, en el segundo semestre, como uno de los dos mayores riesgos de inversión en todo el mundo. La cotización internacional de los papeles de la deuda pública, los C-Bonds, bajó a la mitad de su valor de emisión, el dólar aumentó en un 52%, y la inflación terminó el año en asustadores 12,5%.

Desempleo elevado

La primera preocupación del nuevo gobierno ha sido recuperar la confianza de los inversores locales y extranjeros, y calmar al mercado financiero. Heredando una situación bastante delicada, el nuevo ministro de Hacienda, Antonio Pallocci, optó por seguir la receta del gobierno anterior, entre otros motivos porque el presupuesto de la nación para 2003 estaba decidido. Los índices obtenidos en este primer semestre señalan una fuerte recuperación de la imagen del país junto a inversionistas y a los mercados financieros internacionales. Todas las exigencias presupuestarias y financieras establecidas junto al FMI han sido cumplidas, algunas superadas, excepto una: la de inflación.

Los indicadores económicos, sin embargo, han empeorado. El desempleo medio en los seis mayores centros metropolitanos brasileños alcanza un 10%. En algunas zonas, como la región metropolitana de São Paulo, sube a un inquietante 19,6%, el más elevado desde 1985. La renta del trabajador brasileño sufre pérdidas en los últimos seis años, y en este semestre se ha acentuado. Los trabajadores de la industria, por ejemplo, perdieron un 7% de su poder adquisitivo en los primeros seis meses del año.

La producción industrial sufrió pérdidas constantes en este primer semestre. Abril ha sido el mes más duro, con una baja de un 4,2% en la producción nacional y de un 5,2% en la de São Paulo, principal centro industrial suramericano. Las ventas en este primer semestre experimentaron un tímido ascenso de 1,5%, debido al incremento de las exportaciones. Cuando computadas solamente las ventas internas, la baja es significativa: un 4,8% en promedio.

La poderosa FIESP (Federación de las Industrias del Estado de São Paulo) todavía no habla en recesión, pero su presidente, Horacio Piva, dice que el país "está al borde de una". Para el grueso del empresariado brasileño, el país vive "un ambiente económico lento y desalentador", y sería de esperar que el Gobierno adoptase una posición "más osada". El nudo de la cuestión, dicen los dirigentes empresariales y comerciales, estaría en la tasa básica de interés anual decretada por el Banco Central de un 26% al año, considerada absurda. El ministro Palocci finalmente insinuó a los líderes de los partidos políticos que apoyan al Gobierno que existe la posibilidad de que a fines de año esa tasa básica haya bajado a un 20%. Palocci insistió en que no existe vinculación directa entre tasa de interés y crecimiento de la economía: "EE UU y Japón han bajado sus tasas al 1% y aún así no crecen".

Problemas con la inversión

Con problemas de financiación externa, Brasil vio cómo en los últimos años el volumen de recursos aplicados en inversión directa bajó. Han sido 33.000 millones en 2000, año en que el proceso de privatizaciones todavía estaba acelerado, para 22.700 millones en 2001, 16.600 millones en 2002, y ahora las previsiones más optimistas señalan como meta 10.000.

De hecho, los únicos puntos en que se registra un crecimiento espectacular son aquellos que más afectan a los trabajadores: el desempleo y la pérdida de poder adquisitivo. Buena muestra del panorama se registró en Río de Janeiro en las últimas semanas. La empresa municipal de limpieza pública abrió concurso para registrar futuros trabajadores. Poco más de 130.000 personas se presentaron. El sueldo es de 200 euros al mes. Y las largas colas que se extendían por las calles tenían un único objetivo: ingresar en una relación de posibles empleados de aquí a dos años. Entre la gente que pasó noches a la intemperie había abogados, ingenieros, economistas. Querían asegurar la remota posibilidad de, algún día en los próximos dos años, lograr un empleo estable de recogedor de basura.

El presidente de Brasil, Lula da Silva, durante una visita que realizó el pasado enero a un poblado al norte de Brasil.
El presidente de Brasil, Lula da Silva, durante una visita que realizó el pasado enero a un poblado al norte de Brasil.AP

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