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González de Durana documenta la historia del proyecto de la basílica de Aranzazu

Un libro y una exposición repasan el cambio de un hito arquitectónico y escultórico

La construcción de la basílica de Aranzazu mostró las posibilidades creadoras de la arquitectura, en diálogo con otras artes, en un momento histórico sombrío. Así lo recoge el libro Arquitectura y escultura en la Basílica de Aranzazu, de Javier González de Durana, director del Artium. La presentación del libro coincidió ayer con la inauguración de una exposición que documenta los cambios que los arquitectos Luis Laorga y Francisco Javier Sáenz de Oiza realizaron al anteproyecto inicial, apoyándose en la tímida apertura que vivió el régimen franquista en los primeros 50. La muestra ofrece los planos originales, fotografías de las obras y el resultado final, con la vital intervención de Jorge Oteiza.

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Oteiza y los límites

González de Durana llevaba años investigando el antes y el después del proyecto de Aranzazu, uno de los hitos artísticos españoles del siglo XX en cuya gestación intervinieron Saénz de Oiza y Laorga en la arquitectura, Oteiza y Chillida en la escultura, y Lucio Muñoz en la pintura. La celebración el año pasado del quinto centenario de la presencia de los franciscanos en este lugar y el fallecimiento del escultor de Orio aceleraron la redacción final del libro, que se presentó ayer en el museo alavés.

El volumen documenta los cambios que sufrió el anteproyecto de los arquitectos madrileños, que tenían 33 años cuando ganaron el concurso. Fue una transformación radical que estuvo acompañada muy de cerca por las tribulaciones de Oteiza ante el encargo escultórico para la fachada del templo. El escultor interviene de forma decisiva en la transformación de la portada, que en principio era de corte neorrománico, dominada por una virgen rodeada de un círculo de ángeles y rematada en su parte superior por un total de seis arcos entre las dos torres laterales.

En realidad, de la fachada original lo único que permanece intacto es la decoración en puntas de diamante de su superficie, como se puede comprobar en la exposición, que permanecerá en el Artium hasta el 14 de septiembre. Hasta los doce apóstoles originales se convierten en catorce. El cambio de planos fue vertiginoso. Como documenta González de Durana, las transformaciones se realizaban muchas veces a pie de obra. Salvo la planta (tradicional: una nave con crucero y ábside, cuyos muros ya se estaban levantando desde un primer momento), Laorga y Sáenz de Oiza, principalmente, cambiaron todo para estupefacción de los franciscanos.

Correspondencia

Los religiosos tenían su confianza puesta en Laorga, pero era Sáenz de Oiza quien iba transformando el templo sobre la marcha, sin avisar ni a unos ni a otro. Eso sí, el inspirador del conjunto fue su compañero, como demuestran los proyectos de iglesias que en esos años realizó en Madrid.

El libro aporta la correspondencia que mantenían los arquitectos con los franciscanos, y también, de manera íntegra, la que mantuvo Oteiza con los frailes. Las decisiones de éste último irritaron al entonces obispo de San Sebastián, Jaime Font Andreu, y hasta a la Pontificia Comisión Central de Arte Sagrado, que paralizaron las obras, con el consiguiente enfado del escultor, que sólo pudo reanudar sus trabajos en 1969. Oteiza no fue la única víctima de una obra cargada de tensión. Tras concluirla, Sáenz de Oiza y Laorga rompieron su relación.

La edición del libro y la exposición han contado con la colaboración del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco Navarro, por cuyas sedes se realizará una primera itinerancia de la muestra.

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