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Columna
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De Madrid al suelo

Josep Ramoneda

Más allá de los melifluos cantos a la miseria de la política a los que son tan dados algunos intelectuales cuando se pilla a la izquierda en falta, las encuestas -la última, el pulsómetro del Instituto Opina para la SER- confirman lo que dice el sentido común: que la gente tiene pocas dudas sobre que ha sido el poderoso caballero don dinero el que ha movido las voluntades de Tamayo y Sáez, que ha habido una trama inmobiliaria que se ha movilizado para que la izquierda no gobierne en Madrid, que el PP no es del todo ajeno a este lío y que el PSOE se equivoca dejando pasar el tiempo sin depurar responsabilidades, con lo cual la credibilidad de Rodríguez Zapatero está cada vez más afectada.

Dicho de otro modo: el PSOE, que es el que tiene el problema en casa, está reaccionando lento y mal. Si siguen pasando los días sin que las acusaciones a la derecha se acaben de sustanciar, el desgaste crecerá en forma directamente proporcional al retraso en hacer limpieza. Si el PP sigue parapetado detrás de las maniobras del fiscal general del Estado para impedir un esclarecimiento judicial de los hechos, verá afectada también su credibilidad, porque es difícil imaginar, si hubo trama -como la gente cree- y la trama era para decantar las cosas en cierta dirección, que no tuviera algunas terminales en casa de los beneficiarios. La suma de la impotencia de la dirección del PSOE -incapaz tanto de asumir responsabilidades como de demostrar de forma convincente la entidad de la trama- y la impudicia del PP -capaz de utilizar todos los recursos de que el Gobierno dispone para que no se aclare nada- dan como resultado que la desconfianza de los ciudadanos respecto de los poderes públicos siga creciendo.

Los tipos habituales de relación de la ciudadanía con la política son tres: la adhesión, la crítica y el rechazo. La adhesión tiene que ver con la creencia ideológica, que sigue siendo -según confirman las encuestas- el principal motivo del voto de los ciudadanos. El creyente es el que se siente comprometido ideológicamente con una propuesta. Su comportamiento se mueve entre la adhesión prudente y la adhesión inquebrantable. A menudo, cuando las cosas se tensan, su comportamiento se parece al del hincha del fútbol: ve todos los penaltis en el área contraria, ninguno en el área propia. En el campo del socialismo hay mucho creyente quemado porque su fe le hizo negar mil y una veces lo que después resultó evidente (el GAL y la corrupción de los noventa). Y algunos todavía no han querido reconocerlo. Los creyentes del PP emergieron con fuerza en las últimas elecciones cuando un Aznar muy derechizado les convocó a la cruzada contra el radicalismo. El creyente suele votar siempre lo mismo y cuando cambia es como una crisis de fe: cambia para toda la vida. El sistema bipartidista simplifica su trabajo.

La actitud crítica da la figura del escéptico que contempla con distancia las cosas que acontecen. Sus posiciones ideológicas son siempre susceptibles de ser cuestionadas. Sus opciones son de moral provisional. Compromisos concretos para situaciones concretas. Es condescendiente con la debilidad humana, que sabe que es una de las cosas mejor repartidas del mundo, a la vez que exigente con su reparación. Y ante los problemas extiende su demanda a todas las partes implicadas. Se lo pensará mucho en poner la mano en el fuego por algún partido o dirigente. Acostumbra a moverse entre diversas opciones de voto, cosa que en España es fácil en algunos lugares, como Cataluña, por la variedad de oferta, pero más difícil en otros sitios. Lo suyo no es el desencanto porque nunca estuvo encantado ni espera de la política más de lo razonable. Eso sí, nunca renuncia a la posibilidad de cambiar el mundo.

El frente de rechazo es muy amplio. Sus distintas componentes son a menudo contradictorias, lo que no impide que en algunos momentos coincidan. Así, existe el rechazo populista, basado en la demagogia de que todos son iguales y todos roban lo mismo; el rechazo utopista, del que se sitúa fuera del sistema porque le parece irreformable y hay que reconstruir de nuevo, y el rechazo por marginación, del que se autoexcluye o es excluido del espacio de lo políticamente correcto, que define el territorio de la política institucional en cada sociedad.

La buena vida democrática necesita una dosificación equilibrada de estos tres modelos de comportamiento. El problema de la situación española -y de su baja calidad democrática- es que el frente del rechazo crece, y además crece por el lado de la desidia, del desdén y del populismo. Crisis como la de la Comunidad de Madrid contribuyen poderosamente a ello. Y en este caso castiga especialmente al voto joven. Entre las nuevos electores incorporados este año al censo hubo una significativa apuesta por Simancas. Costará convencerles de que vuelvan a votar.

Muchos se preguntan qué repercusiones puede tener en Cataluña la crisis de la Comunidad de Madrid. Hay que extremar la prudencia, porque Cataluña tiende a jugar contracorriente respecto a Madrid, como se demostró, por ejemplo, en las generales de 1996, las de la primera victoria del PP. La sensación de falta de autoridad y de desorden en el PSOE que el PP trata de explotar en España ¿tendrá réditos en Cataluña? Tengo la impresión de que el PSC necesita, como el resto del socialismo hispánico, que Rodríguez Zapatero no siga demorándose en la toma de decisiones. Porque lo letal del problema para el PSOE es que rememora lo que parecía página pasada. Y esto, sin duda, hace daño, aunque el PSC no lo notara en 1996.

Quizá porque dudan del impacto negativo de la crisis de Madrid, desde CiU y desde ERC se intenta poner al PSC ante la prueba del Estatut. Dicho sea de paso, resulta ridículo oír en la radio un anuncio petición de Mas para que se dé el al nuevo estatuto, que ni está sobre la mesa ni ninguna instancia ha convocado a aprobar. Cuando se toma el Estatut en vano se confirma que lo importante no es el Estatut, sino la zancadilla al adversario. Por tanto, habrá que distinguir. Si realmente se quiere un nuevo Estatut, hay que saber -y no engañar a nadie- que sólo si CiU y el PSC están de acuerdo lo habrá. Y si se trata de poner zancadillas al adversario, entraremos en el tradicional y aburrido juego de las acusaciones de antipatriotismo y sucursalismo, porque unos pactan con el PP y otros son hermanos del PSOE. Un debate que generalmente acaba favoreciendo a los nacionalistas porque el PSC siempre cae en la trampa de no querer ser lo que es, mientras que los nacionalistas no dudan de ser lo que son, voten a quien voten y les apoye quien les apoye.

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