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Columna
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Greenpeace

Cualquiera diría que el ministerio de Álvarez Cascos se había propuesto pasar factura también a la internacional ecologista por incidentes anteriores, como el de enero, tras la catástrofe del Prestige, que reveló cómo repostan petroleros peligrosos en Gibraltar. En todo caso, la fianza de 300.500 euros impuesta al Rainbow Warrior, buque insignia de la flota de Greenpeace, sucesor de aquel que el espionaje francés hundió en 1985 durante la batalla por los ensayos nucleares en Mururoa, amenazaba con mandar a pique la campaña de este verano contra el comercio de madera ilegal. Y eso hubiera supuesto un serio contratiempo para una organización cuya razón de ser es hacer olas en el frente mediático. Una olas sobre las que a veces navega con más audacia que fundamento, como le ocurrió el 13 de junio, cuando el Rainbow Warrior abordó al carguero de bandera panameña Honour frente al puerto de Valencia para denunciar que transportaba troncos procedentes de talas ilegales sin ser capaz de demostrar que tal hecho era cierto. El desproporcionado asalto de la Guardia Civil al barco ecologista, las multas judiciales a su capitán, Joel Stewart, y a cuatro activistas y el amarre de la nave, a la espera de que se hiciera efectiva la fianza, desataron el engranaje de protesta de Greenpeace y la poderosa solidaridad que en la opinión pública suscita la causa de una asociación con tres millones de socios en el mundo, 75.000 de ellos en España. La ruidosa respuesta, que prometía hacerse más y más intensa, ha llevado a Fomento a aflojar el cabo para que el Guerrero del arco iris quede libre y, aunque con retraso, pueda surcar las aguas de una campaña contra la deforestación tan oportuna como urgente. Los bosques primarios, aquellos que albergan dos terceras partes de la biodiversidad del planeta, son ya sólo un 20% de lo que fueron un día. Los árboles talados en ellos sin una gestión forestal sostenible entran por millares en nuestros puertos, dada la condición de España de gran importadora de madera tropical. Mirar hacia otro lado sólo alienta ese expolio y hay que denunciarlo. Pero Greenpeace haría bien en evitar errores que abonan la crítica de que el efectismo se impone al argumento.

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