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Reportaje:

Quebec, el modelo que copió Ibarretxe

La respuesta está en Quebec. Puede que la experiencia irlandesa llegue a aportar algo al procedimiento de la negociación-desaparición de ETA, pero el modelo y el proceso hay que buscarlos en la provincia francófona canadiense de 7,3 millones de habitantes que actúa de vanguardia en el club internacional de nacionalistas sin Estado. Aunque las realidades políticas, sociales, jurídicas, económicas, históricas y culturales son bien distintas -no hay allí, por supuesto, 800 asesinados en nombre de la independencia, miles de víctimas y una oposición amenazada de muerte-, el nacionalismo vasco está aplicando de forma bastante mimética la estrategia secesionista diseñada por los soberanistas quebequeses. El proyecto de "estatus libre asociado" puesto en marcha por el lehendakari Ibarretxe es un calco del planteamiento táctico de "soberanismo-asociado" con el que el independentista Partido Quebequés (PQ) trata de adherir a su causa a aquellos nacionalistas refractarios a la pura y dura secesión. Y la consulta popular anunciada por el presidente del Ejecutivo vasco no deja de ser una réplica de los referendos soberanistas que los Gobiernos independentistas de Quebec ya han llevado a cabo, hasta ahora sin éxito, en 1980 y en 1995.

La provincia francófona canadiense, con más de siete millones de habitantes, actúa de vanguardia en el club internacional de nacionalistas sin Estado
El proyecto de "estatus libre asociado" puesto en marcha por Ibarretxe es un calco del plan táctico de "soberanismo-asociado" del Partido Quebequés
La violencia es el elemento esencial que establece la diferencia abismal entre Quebec y Euskadi. Los quebequeses abominan de todo ejercicio de violencia
Según el catedrático Juan José Solozábal, los nacionalismos vasco y quebequés tienen un fondo histórico común alimentado por el fervor religioso católico
Benoit Pelletier: "Me extrañó que Ibarretxe lanzara el proceso soberanista porque cuando estuve con él no me pareció que fuera separatista"
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El pacto previo con ETA

Hasta el acuerdo de Lizarra-Estella, prefigurado en el pacto previo con ETA, parece inspirado en la dinámica de acumulación de fuerzas plasmada en el documento que las formaciones soberanistas quebequesas firmaron el 12 de junio de 1995. La invocación al derecho de autodeterminación de los pueblos -desautorizada últimamente por el Tribunal Supremo de Canadá-, la presentación del proyecto bajo el edulcorado formato de evolución sin ruptura legal, la descalificación de los tribunales en función del sentido de las sentencias, la proclamación de la preeminencia de la política frente al corsé legal y el juego político de ocupación de espacios de dudosa competencia y de enfrentamiento simbólico con el Ejecutivo central son, asimismo, algunos de los elementos comunes que comparten ambos nacionalismos.

Conviene, pues, detenerse en el último intento soberanista quebequés. La farragosa pregunta que el Gobierno independentista de Quebec planteó a sus ciudadanos el 30 de octubre de 1995 fue la siguiente: "¿Aceptaría usted que Quebec llegue a ser soberano tras haber ofrecido formalmente a Canadá una nueva asociación económica y política, en el marco del proyecto de ley sobre el futuro de Quebec y del acuerdo firmado el 12 de junio de 1995? Además de establecer sus propias vías jurídicas para el acceso a la independencia, ese proyecto de ley sobre el futuro de Quebec establecía que la proclamación de la soberanía no podía estar sujeta ni condicionada al resultado de las eventuales negociaciones con el resto de Canadá. Tras la ajustada derrota del referéndum -el sí a la soberanía obtuvo el 49,44% de los votos, frente al 50,56% del no-, el proyecto de ley fue retirado a la espera de momentos más propicios.

Pese a que los discursos oficiales y las declaraciones públicas de Ibarretxe y del resto de los dirigentes del nacionalismo están huérfanos de referencias a esa inmensa región canadiense, tres veces superior a Francia, siete veces Gran Bretaña, Quebec es su principal fuente de inspiración, la meca a la que peregrinan ocasionalmente los líderes y los fontaneros teóricos del PNV, EA y Batasuna, los dirigentes del sindicato nacionalista ELA, los maestros titulares de la escuela oficial vasca de la mediación, los expertos y aficionados a las virguerías jurídicas y políticas que rondan en la Europa de los Pueblos o en cualquier otro foro organizado por la "paradiplomacia internacional de las regiones".

Detrás del plan Ibarretxe hay mucha cocina, muchos intercambios de recetas, contactos, visitas e invitaciones, pero hay que decir que el entusiasmo que despliega el nacionalismo vasco hacia Quebec tiene sólo una pálida correspondencia en esa provincia canadiense. Según el catedrático de Relaciones Exteriores por la Universidad de Laval (Montreal), Louis Balthazar, el Gobierno independentista quebequés rechazó el propósito de Juan José Ibarretxe de efectuar una visita oficial a ese país. Louis Balthazar cree haber asistido a los primeros momentos de alumbramiento del soberanismo en el seno del Gobierno vasco, aunque, con anterioridad, el PNV ya había mostrado interés en el proceso y, de hecho, los burukides (dirigentes) Joseba Egibar y Juan Maria Ollora asistieron como observadores al referéndum de 1995. Doctorado en ciencias políticas por Harvard, licenciado en filosofía, teología y literatura francesa, autor de numerosas obras sobre el nacionalismo y las relaciones internacionales, Balthazar visitó Bilbao por primera vez en septiembre de 1997 para participar en un coloquio que la Universidad del País Vasco organizó en el campus de Leioa (Vizcaya).

El profesor quebequés no ha olvidado, desde luego, la buena comida, la excursión en velero ni los agasajos de sus colegas universitarios Francisco Aldekoa y Michael Keating, pero lo que recuerda como más significativo de aquel "primer encuentro con los vascos" es el extraordinario interés que los altos cargos del Gobierno y del PNV le mostraron acerca del proceso quebequés. "Más tarde me entrevisté con Ibarretxe y con el ministro de Exteriores [presumiblemente, el asesor del lehendakari para Asuntos Internacionales José María Muñoa], entre otros. Estaban entusiasmados con los resultados de nuestro referéndum y querían saberlo todo, conocer todos los detalles del proceso", indica en una charla mantenida con este periódico en Montreal.

Su testimonio ayuda a documentar retrospectivamente el giro del nacionalismo vasco porque fue en aquel mismo año, 1997, cuando el PNV decidió "moverse" y buscar su propia vía para la "solución del conflicto", cuando empezó a sondear a Batasuna, cuando marginó a sus socios del PSE-EE en el Gobierno de coalición y forzó una ruptura que el lehendakari Ardanza trató de evitar en última instancia con un nuevo plan.

La visita que no se produjo

"Después de nuestro encuentro en Bilbao", explica Balthazar, "los vascos enviaron aquí una delegación para preparar una visita oficial del presidente Ibarretxe, pero nuestro primer ministro de Quebec, que era entonces Lucien Brouchard, se negó en redondo. Como ellos insistieron e insistieron, Brouchard les dijo que no podía ser de ninguna manera porque una visita de esas características desencadenaría las presiones del Gobierno federal. Era una excusa. La verdad es que lo que no quería de ninguna manera era que el Gobierno soberanista quebequés quedara asociado a la violencia. Tenía miedo de que al día siguiente de la visita, los periódicos titularan: "ETA-Partido Quebequés, mismo combate" o algo parecido.

No es que los políticos, los intelectuales o los hombres de negocios quebequeses ignoren las diferencias que separan al PNV y EA de Batasuna. Es casi lo contrario. El problema es que las informaciones que les llegan, a veces fragmentadas, describen un cuadro de situación: la oposición vasca, no nacionalista, amenazada de muerte; un nacionalismo gobernante acusado de contemporizar con el brazo político de los terroristas que pactó con ETA antes de firmar el acuerdo excluyente de Lizarra..., que no contribuye precisamente a deshacer esa amalgama. Y eso es independiente del reconocimiento a la pujanza exportadora y a la competitividad de las empresas vascas que, como Gamesa, Caf o Goratu, esta última en la máquina-herramienta, están bien instaladas en Canadá.

Lo explica en su despacho de la Universidad Laval de Montreal el profesor de ciencias políticas Louis Massicotte, que conoce España bastante bien: "No hay simpatías aquí por el nacionalismo vasco y, de hecho, a nadie se le ha ocurrido llamarle facha al Gobierno español por la ilegalización de Batasuna. Quebec no tiene interés en formalizar muchos lazos con el Gobierno vasco, y eso que por aquí pasan escoceses, galeses, bávaros y otros miembros de la internacional de Gobiernos sin Estado, donde, en el plano ideológico, hay un poco de todo. Ese club funciona bastante soterradamente y no acostumbra a aparecer en la prensa, pero practica muy eficazmente", afirma, "una especie de solidaridad internacional. Son subgobiernos que se mueven por el sentimiento de defensa de su autonomía o, simplemente, por la ambición de poder y que se intercambian las estrategias, los análisis y hasta los discursos; se apoyan mutuamente y llegan a acuerdos de cooperación en muchas materias".

La violencia es, en efecto, el elemento esencial que establece la diferencia abismal entre Quebec y Euskadi. Los quebequeses y el conjunto de canadienses, en general, abominan de todo ejercicio de violencia, un asunto en el que esta sociedad modelo de pacifismo y tolerancia se muestra intransigente. Los dos activistas de la kale borroka Eduardo Plagaro Pérez de Arrillaga y Gorka Perea Salazar, que se refugiaron en Quebec huyendo de una condena de seis años dictada por la Audiencia Nacional, se equivocaron si creían que iban a encontrar aquí asilo político. Fueron detenidos el 6 de junio de 2001 en Montreal y hoy se encuentran pendientes de extradición a España. Y a juzgar por el saludo que ETA dirigió a la formación nacionalista quebequesa Reagrupamiento Alternativo Progresista (RAP) en el Zutabe correspondiente a septiembre de 2001, el terrorismo vasco tampoco dispone de más interlocutor en Quebec que un grupúsculo marginal.

"La palabra violencia no está en nuestro diccionario, y tampoco la de independencia, porque la asociamos a la guerra civil americana y a lo que eso conlleva de armas, batallas y sangre. Tampoco es de muy buen gusto hablar de secesión por sus connotaciones de arrinconamiento y aislamiento", advierte Jean Fortín, director de Comunicación del Gobierno de Quebec, un hombre que tiene un sorprendente parecido con el actor Donald Sutherland. "Fíjese lo que le digo: si a alguien se le ocurre aquí coger algún día las armas en nombre de Quebec, ese mismo día se desplomará el soberanismo. Nos hace tanto daño la violencia", añade, "que para referirnos a los viejos sucesos cruentos utilizamos la expresión 'los acontecimientos de octubre de 1970'. Me parece que la solución para Euskadi", concluye, "no puede venir de Quebec".

Según el catedrático español de derecho constitucional Juan José Solozábal, los nacionalismos vasco y quebequés tienen un fondo histórico común alimentado por el fervor religioso católico, por la idea de una sociedad diferente a la de sus vecinos y por la tentación de la violencia como vía de solución del problema. Sólo que en el caso de Quebec, la suma de asesinados por la violencia terrorista a lo largo de su historia reciente es igual a uno. Ocurrió en Montreal, en la capital económica y financiera de Quebec, que cuenta hoy con tres millones y medio de habitantes. Siete años después de haber hecho estallar sus primeras bombas, el Frente de Liberación de Quebec (FLQ), un grupo numéricamente insignificante y de inspiración argelina, secuestró al cónsul británico, James Cross, y al ministro de Trabajo federal, Pierre Laporte. A instancias de su homólogo quebequés, el primer ministro de Canadá, Pierre Elliot Trudeau, reaccionó al desafío decretando la Ley de Estado de Guerra y enviando al Ejército a Montreal.

La gran redada

Durante las jornadas siguientes, la policía detuvo a 457 personas, algunas de ellas personalidades importantes en la vida quebequesa, que permanecieron largo tiempo detenidas sin que en muchos casos hubiera una acusación solvente contra ellas. Todavía hoy se discute sobre la vulneración de derechos de aquella gran redada, se polemiza sobre si Trudeau debería primero haber intentado negociar. El caso es que el FLQ respondió con el cadáver de Pierre Laporte, antes de liberar a su otro rehén a cambio de un salvoconducto para Cuba. Fue la crisis más grande de la historia moderna de Quebec, el final del FLQ y del terrorismo, un acontecimiento catártico que provocó una mutación en el movimiento nacionalista.

El catedrático de ciencias políticas de la Universidad Laval Jean Pierre Derrienic sostiene que la desaparición del nacionalismo violento fue debida a la conjunción de dos factores: la firmeza de la reacción federal y el ascenso fulgurante de una fuerza como el Partido Quebequés (PQ), pacífico y legal, que desde su nacimiento, dos años antes, mantenía una crítica frontal al terrorismo. A su fundador, René Lebesque, padre del nacionalismo quebequés, se le atribuye la frase: "La independencia de Quebec no vale una sola vida", que en boca de los soberanistas de hoy día sigue sonando con frescura y autenticidad, sin retórica. Todavía más: a lo largo de su vida, Lebesque censuró sistemáticamente cualquier actitud, cualquier gesto agresivo o despectivo, de palabra o de obra, que conllevara una carga potencial de violencia. Los soberanistas cuentan que en uno de los congresos de su partido aceptó a duras penas la presencia de un delegado, antiguo miembro del FLQ, que se había afiliado al partido tras haber pasado 17 años en la cárcel.

El diputado soberanista del PQ y profesor universitario Daniel Turp repite también que la independencia no vale una vida cuando visita Euskadi, invitado por el grupo mediador Elkarri o por la asociación de ayuntamientos del PNV-EA Udalbiltza. Dice que esas palabras suscitan el asentimiento o el aplauso mayoritario del público, pero que no consiguen sacar del silencio a las gentes de Batasuna presentes en estos encuentros. Lo ha intentado en Montreal cuando los de Batasuna, con su eurodiputado Koldo Gorostiaga al frente, le han devuelto la visita y no ha tenido mucho éxito. "Si les digo que para conseguir la independencia hay que abandonar la violencia, ellos me responden de manera confusa que si la de ETA es una violencia de respuesta, que si el Estado trata de ahogar al nacionalismo". La última vez que Turp explicó en Euskadi el proceso soberanista quebequés fue en diciembre ultimo. Se ha entrevistado, por supuesto, con el lehendakari Ibarretxe, con el presidente del Parlamento, Juan María Atutxa, y con otros dirigentes del PNV, pero no ha entrado en contacto con políticos vascos no nacionalistas.

Una ikurriña y la bandera quebequesa con la flor de lis, distintivo clásico de la realeza francesa, posan juntas en la oficina de su circunscripción electoral, situada en un barrio popular de Montreal. El diputado esboza una sonrisa para confirmar que, en efecto, el Gobierno vasco se ha inspirado en el modelo soberanista quebequés. Le pregunto si considera responsable o legítimo, desde el punto de vista democrático, lanzar un proceso soberanista mientras la violencia terrorista está presente y la oposición vive amenazada. Visiblemente, la pregunta le resulta embarazosa, pero, tras un momento de vacilación, Turp responde que el Gobierno vasco no tiene por qué esperar a que desaparezca la violencia para iniciar el proceso y que es ilegítimo asociar soberanismo y terrorismo.

No todos los soberanistas quebequeses hacen abstracción de la opresión que ejerce ETA, aunque algunos de los que han pasado por Euskadi repiten, aparentemente sin malicia, el argumento prestado de que luchar por la independencia es también, de alguna manera, luchar contra ETA, porque "el terrorismo se acabará cuando se obtenga la independencia". Más veterano, ilustrado y viajado, Balthazar requiere la versión de su interlocutor vasco, antes de deslizar en la conversación este comentario, más bien irónico: "A mí me dijeron en Bilbao que también Batasuna condena a ETA".

Nacionalismos y nacionalismos

Lo primero que el ministro de Relaciones Intergubernamentales de Quebec, Benoit Pelletier, quiere aclarar a los lectores españoles es que el término nacionalista "tiene aquí un significado distinto al que manejan ustedes, aunque ya sé", dice, "que en Cataluña, al contrario que en Euskadi, también hay nacionalistas parecidos a nosotros que, en el fondo, no están por la separación con España". "Yo soy nacionalista y miembro del PLQ, convencido, por tanto, de que Quebec se defenderá mejor si continúa dentro de Canadá. No hay contradicción alguna", subraya. "Para nosotros, ser nacionalista significa apostar por la identidad de Quebec, defender su carácter particular, promocionar la lengua. Los soberanistas", añade, "son los secesionistas, los independentistas, los que creen que el futuro de Quebec pasa necesariamente por la separación".

En marzo del pasado año, Pelletier, entonces portavoz de la oposición, participó en un coloquio organizado por Elkarri y también se entrevistó con el presidente del Gobierno vasco. "Me extrañó que Ibarretxe lanzara el proceso soberanista", indica, "porque cuando estuve con él no me pareció que fuera separatista, aunque tampoco fue muy claro en sus planteamientos". La discreción obligada por su cargo le impide responder directamente a la cuestión de la legitimidad del proceso soberanista, pero no hasta el punto de soslayarla completamente. "La violencia es un problema interno de los vascos, pero tiene una repercusión internacional evidente y nadie puede permanecer indiferente o insensible ante eso". La respuesta más común, recogida en ámbitos bien diversos, es que, obviamente, un proceso soberanista requiere un escrupuloso respeto a la democracia y de ninguna manera puede desarrollarse bajo la coacción y la amenaza de muerte.

Mañana se publicará en las páginas de Internacional la segunda parte de este reportaje.

Dos jóvenes con las banderas y los símbolos en la cara de Canadá y Quebec.
Dos jóvenes con las banderas y los símbolos en la cara de Canadá y Quebec.REUTERS

El cartel de Cataluña

"CON LOS CATALANES es muy distinto, porque tenemos más afinidades", indica el catedrático quebequés Louis Balthazar. Un juicio unánime que cualquier observador puede recoger entre los políticos, los intelectuales y los hombres de empresas quebequeses vinculados o no al soberanismo.

Considerada, junto con Québec, la región francesa de Rhône-Alpes, uno de los cantones suizos de Baviera, como uno de los "grandes motores de las naciones sin Estado", Cataluña goza de un buen cartel, no sólo en Québec, sino también en la Federación canadiense, una imagen envidiable de sociedad pacífica, próspera y dinámica. El presidente Jordi Pujol, -"si fuera quebequés habría votado sí en el referendo", dijo en cierta ocasión-, es recibido con todos los honores y paseado por las universidades y empresas, una amistad y relaciones administrativas, comerciales y políticas que las delegaciones de Cataluña en Québec y de Québec en Barcelona estimulan permanentemente.

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