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Columna
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Último acto

Cuando Aznar abandonó el hemiciclo tras el debate del Estado de la Nación, con un 52% de zurra a su adversario, según la bola del CIS, el cronista, sin embargo, no pudo evitar un repentino sentimiento de clemencia ante la desolación de aquella imagen. Y es que no hay imagen más patética que la del estadista representándose a sí mismo, una vez terminada la función y con el telón de boca echado, hasta la próxima temporada. Como tampoco hay imagen tan empañada si no es la de un fiscal general representándose a sí mismo, y simultáneamente, al dato indiciario, a la improcedencia de la querella contra la "trama de Madrid", y a la reiterada negativa a que Anticorrupción meta sus narices en el pastel, es decir, eso de momento, que ya se verá mañana, porque el fiscal general, además de representarse, se dobla y se desdobla a sí mismo, lo que tiene su miga y su muy alabada versatilidad. Tanta que junto a la empañadura, puede despertar incluso la terneza que despierta ese hombre orquesta, que lo mismo se marca un chotis que una España cañí. En resumidas cuentas, la galería de estampas costumbristas, filigranas retóricas, mamoneo parlamentario y buena mano derecha en la sala, se contempla en los cursos político y judicial, sin que el hombre de la calle se escandalice más allá de lo tolerable: "Es que con la que está cayendo", y mira los 35º a la sombra, como echándoles un capotazo a sus señorías.

El hombre de la calle al que le sudan tantos intríngulis de sus presuntos representantes, a quienes sí que les ingresa una considerable nómina de su nada boyante salario, aún se preocupa de sus señorías: "A estas alturas, que se vayan de veraneo y que le den más a la agenda de planificación sexual, y se olviden de la de hacer puñetas y declamar insultos". Naturalmente no toda esa abundante e ilustre fauna, bien sea de urna, bien de libre e interesada designación, está como para cumplir con sus débitos, ni los sábados, y salta a la vista, pero sí para echarse en la cama un buen sueño, aunque no necesariamente el sueño de los justos, pero sí algo reparador. Si escucharan al hombre de la calle, si además del voto le pidieran opinión y consejo, más y mejor les luciría el pelo o los viriles efectos de la alopecia, y hasta puede que ocuparan un puesto en este tanto por ciento de ligones o románticos que se lo hacen en la playa, con nocturnidad y a la luz del vodka, mientras un descuidero les birla los euros, la visa y el acta de diputado autonómico. Por cierto, las playas de esta comunidad tienen tantas banderas que sólo alcanza su altura la inseguridad ciudadana.

En esta comunidad las cosas se resuelven sin estridencias, como en la Villa y Corte. Los socialistas han rebanado por lo sano la rebelión de l'Alacantí, y ahora le andan poniendo tiritas, mientras ceden a EU- l'Entesa, por un puñado de votos, un escaño en las Cortes. Y, entre tanto, el nuevo gobierno valenciano ni pierde el tiempo, ni para de hacer guiños así como de buen entendimiento. Su presidente, Francisco Camps, ya ha cumplimentado al Rey; y el jueves último, hizo su primera visita oficial al pueblo de Alicante, bueno, al jefe de la patronal. Que para Camps, tan culto, viene a ser lo mismo: se trata de un bello recurso retórico. Pero el personal no sabe ni lo que es un tropo.

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