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Reportaje:

¡Habla memoria!

Gesto por la Paz reúne en Bilbao a víctimas de la violencia para que no caigan en el olvido

La memoria sopló el miércoles con aires renovados. Memoria con mayúsculas, suscitada por la Coordinadora Gesto por la Paz, para varias víctimas del terrorismo y sus familiares. Para personas que un día aciago dejaron de ser amas de casa o periodistas a secas para obtener el indeseado título de víctima de la sinrazón. Entre lágrimas, pero con una fortaleza casi sobrehumana, desgranaron recuerdos, agradecimientos, miedos y una pregunta sin respuesta que aún les asalta "¿Por qué a mí?".

Resurrección Basarrate parece lo que es, una ama de casa. Bien peinada, arreglada, morena de piel, Resu presenta una mirada casi juguetona. Sin embargo, algo extraño en su ademán le delata. "Me amputaron la mano". Recuerda con nitidez aquel 29 de mayo de 1994 cuando un paseo con su hija por la playa de La Arena en Muskiz acabó en el hospital después de recoger una carpeta que resultó ser una trampa fatal cargada de explosivo. Aún se desconoce quién o qué organización colocó ese artefacto.

Resu entró en una pequeña burbuja. Su vecinos le dieron la espalda. "Tuve miedo a luchar con lo cotidiano, con las conversaciones que oías. Nos cerramos porque ves el rechazo". Sólo consiguió salir de ella con la ayuda de la familia, de "dos nietos que tengo ahora, que son unos pocholos", y de Dios, que "si no existe, yo me lo invento; lo necesito todos los días", confiesa.

Resu había tomado la palabra después de que Manoli se hubiera roto ante la audiencia al recordar los años que ha estado pegada a una cama en la que ETA postró a su marido, policía, de un disparo que le dejó tetrapléjico de por vida. "Ocho años de mi vida con mucho amor. Y volvería a estarlos con él y con mi hija", dijo tragándose las lágrimas con una fuerza inusitada, al recordar que Domingo Durán ha dejado de sufrir este año. "Mi cuarto era una UVI", así resume la larga convivencia en su domicilio con su esposo, tras los tras los primeros 22 meses que permaneció en el hospital de Toledo especializado en estas lesiones.

Lo más duro, cuando un día se le acercó su hija:

-Papá no mueve los pies.

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-No va a poder.

-Es que no mueve ni los pies ni las manos.

Entonces se armó de valor y le dijo: "Es que ni siquiera te va a poder abrazar".

Hay otra pregunta que le asalta al periodista Juan Palomo: ¿Cómo explicar algún día a su hijo de cuatro años el exilio forzoso al que les ha condenado ETA? Palomo es consciente que, en la ruleta del terror, su familia es una privilegiada. Impresionado tras escuchar los testimonios anteriores, recordó aquella mañana en que involuntariamente se convirtieron en noticia. Él, su mujer Aurora Intxausti, también periodista, y su hijo, que entonces tenía año y medio, tuvieron suerte: el detonador que debía activar la carga mortífera escondida en una maceta falló.

Joseba Arregi habló con miedo a "estropear" con algunas reflexiones los testimonios escuchados. Defendió que las víctimas "deben tener un significado político profundo" y abogó por que su "recuerdo permanente nos oblique a sacarnos de la comodidad diaria".

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