Huyendo
A George Steiner le gusta repetir que quienes tienen raíces son los árboles y que los seres humanos tenemos piernas para correr. Las raíces fijan al suelo, esa es una de sus funciones, de ahí que siempre que lo veo me pregunte por la función de las que cubren el cuerpo del monstruo Eusk-eusk de Juan Carlos Eguillor. Es un monstruo que vuela, casi un globo aerostático, y al que tendría que calificar con un adjetivo que me falta: no me sirve enraizado, ya que no lo está, ni radical, ni radicoso, ni podría decir que tiene raigambre. Digamos que tiene raíces, es casi un tubérculo, una patata voladora con sus raicillas. Árbol no es, aunque tampoco parece que sea humano o que remita a algo humano. Sea lo que sea ese monstruo, el caso es que ayer noche soñé con él. Volaba sobre un mar de espumas y pretendía devorar a Ainhoa Peñaflorida, atada a una roca en medio de un mar proceloso cual una Andrómeda. Y he aquí que de pronto entra en escena un caballero lanza en ristre sobre un delfín. No era San Jorge, ni Perseo, ni Ruggiero, ni siquiera era yo, como me hubiera correspondido. No, que el caballero en cuestión, de afilada estampa, era ni más ni menos que Juan María Atutxa, quien al ver a la Angélica de turno le preguntó con bravura: ¿sois Soberanía, de quien voy en pos? A lo que la joven encadenada respondió: no, soy Peñaflorida, pero apiadaos y salvadme del monstruo.
Sobra decir que el caballero Atutxa tiró de las riendas del delfín y cambió de rumbo, pese a los gritos de la condenada, quien como último recurso se había acogido a un "Ainhoatxo naiz!" que sonaba desgarrador. Cuando me desperté, el monstruo Eusk-eusk alentaba al caballero para que no se dejara impresionar por aquella desvergonzada, a la que en último caso podría someterla a la prueba del subjuntivo a fin de comprobar que entre ella y Soberanía mediaba todo el abismo del diccionario trilingüe de Larramendi. Y supongo que en la continuación del sueño, que me fue hurtado por el picotazo de un mosquito, Eusk-eusk devoraría a Ainhoa y el caballero Atutxa recorrería el Cantábrico en pos de Soberanía sin hallarla, por lo que ahora mismo debe de andar ya por el mar de los Sargazos.
Mi sueño, he de confesarles, no fue una pesadilla, sino pura sublimación. Y de verdad que maldije al mosquito que me sacó de él, porque yo me hubiera quedado allí: Eusk-eusk con sus raíces excitadas, cual una tuberosa del Neolítico; Ainhoa, con sus velos desgarrados y sus muslos de plata bañados por las olas; el caballero Atutxa, dignamente ennoblecido con las sandalias aladas de las Musas y un kiki en la frente que ni Estrellita Castro; Soberanía, que brillaba por su ausencia. Todo era encantador, vaya, y el sueño uno de los más maravillosos que he tenido en mi vida.
La realidad es muchísimo peor. No hay Dios que la entienda entre juicios, querellas, supremos y otras parafernalias, y creo que en las próximas elecciones además del carnet de identidad van a pedir para votar el título de experto en Derecho Constitucional. O, ahora que están tan contentos los obispos, tal vez soliciten un acto de fe para que ya se les caiga la baba. Por ejemplo, pueden preguntar, ¿cree usted en Soberanía?, o bien, ¿cree usted que Fulanito es malo? Porque lo cierto es que al ciudadano corriente y moliente, es decir, al ciudadano, se le están hurtando los criterios y condenándole poco menos que a eso, a un acto de fe. Propongo, por lo tanto, que en las fechas electorales se le compense al votante de toda angustia postelectoral, causada por su ignorante osadía, no con un ejemplar de los Ejercicios espirituales, sino con un juego de tabas, para que así recupere la inocencia.
Convendrán conmigo en que el curso político que acaba ha sido decepcionante, por no decir algo peor. Pero igual resulta que uno se está quedando anticuado y que no acaba por acostumbrarse al reino de las aleluyas. Aleluya al que manda y alfombra roja, o en caso contrario consulta al siquiatra. También la libertad construye sus gulag, es la triste conclusión que aún no me atrevo a formular. ¡Ah!, pero ha llegado el verano, y uno puede acogerse a las palabras de Steiner y hacer uso de sus piernas. Para huir. ¿A dónde? A algún lugar en el que poco importen los picotazos de los mosquitos, porque allí no habrá sueño al que aferrarse, ni del que caerse a una realidad no deseada. A un lugar en el que Eusk-eusk y otros monstruos no menos ominosos hayan dejado paso a Angélica. Libre y desnuda.
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