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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aznar se despide

A nueve meses de las próximas elecciones generales, en las que Aznar ya no será candidato, el presidente del Gobierno se empleó más en descalificar a quien sí lo será, Rodríguez Zapatero, que en defender su propia gestión desde el anterior debate del estado de la nación. En ese sentido, podría decirse que el debate de ayer abre la campaña electoral. Zapatero intentó convencer a sus futuros electores de que Aznar ha resultado un presidente autoritario y mentiroso, y Aznar, de que difícilmente puede gobernar el país quien no es capaz de gobernar su partido.

Aznar introdujo la fórmula de "fortalecimiento de las funciones esenciales del Estado" como defensa frente a los intentos de ruptura del actual modelo territorial por parte de los nacionalismos. También en este punto puso más énfasis en criticar a los socialistas, por su supuesta falta de firmeza, que a los nacionalistas mismos. No explicó qué motivos le han llevado a olvidar la reforma constitucional que defendió hasta mediados de los noventa para convertir el Senado en una auténtica Cámara territorial, y con argumentos similares a los que ahora utilizan los socialistas: hacer más coherente y eficaz el sistema autonómico frente a las tendencias disgregadoras.

Esas tendencias existen (en el País Vasco), pero ello hace especialmente inexplicable la agresividad de Aznar hacia Zapatero. Para contener esas tendencias habría que reforzar el frente constitucionalista, no dinamitarlo colocando al PSOE, injustamente, en el otro lado. Zapatero recordó a Aznar que como presidente del Gobierno y aliado de los nacionalistas en la anterior legislatura, alguna responsabilidad tendría en ese deterioro.

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Es una acusación grave, que refleja un aspecto que Aznar pretende ignorar: su incapacidad para distinguir entre relaciones partidistas e institucionales, que elimina cualquier posibilidad de arreglo en crisis como la actual en relación al Parlamento vasco. Y lo mismo cabe decir respecto al terrorismo. Si Aznar ha podido sacar adelante la Ley de Partidos y demás iniciativas contra la impunidad del mundo de ETA ha sido gracias a la lealtad socialista, plasmada en el Pacto Antiterrorista. Pero el presidente parece más interesado en encontrar pretextos, como los problemas de Navarra, para denunciar su incumplimiento que en reforzar el pacto.

Aznar construyó su discurso sobre los buenos resultados económicos desde 1996; Zapatero argumentó que el modelo en que se ha apoyado ese crecimiento se ha agotado y que ya aparecen sus efectos negativos. Para el presidente, que la economía y el empleo crezcan ahora en un contexto europeo desfavorable desmiente el argumento de que la buena marcha de la economía española se debía a la coyuntura internacional. Sin embargo, no respondió a la principal objeción de Zapatero: que con la ampliación de la UE y la reducción del paro ya no va a ser posible un modelo basado en los fondos comunitarios y empleo barato y precario de jóvenes e inmigrantes; que ese modelo ha descapitalizado la economía española, y será cada vez menos competitiva.

Este debate se produce un año después de que, tras un congreso triunfal del PP, las cosas comenzaran a irle mal a Aznar: a la huelga del 20 de junio contra la reforma laboral siguió un debate del estado de la nación que ganó Zapatero, y luego, la crisis del Prestige y la guerra de Irak, que movilizaron al electorado desmotivado del 2000. Todo ello colocó a Zapatero en posiciones óptimas para ganar, según las encuestas. Aunque las elecciones del 25-M rebajaron esas expectativas, el PSOE tuvo más votos que el PP en el conjunto del territorio. Ha sido la crisis de Madrid, que ha puesto de relieve debilidades de la dirección socialista, la que ha colocado a Zapatero en posición defensiva.

Pero no sería Aznar quien es si hubiera renunciado a aprovechar la circunstancia para lanzar una ofensiva feroz contra quien será contrincante de su sucesor. La idea de que no puede gobernar España quien no gobierna su partido tiene gancho, pero para que sea eficaz más allá del electorado fijo del PP se necesita hacer olvidar los incumplimientos de este partido, por una parte, y despejar, por otra, las obvias sospechas de que la corrupción que se adivina tras la deserción de los dos diputados infames salpica al PP. Zapatero se aplicó a ello con bastante acierto, recordando las promesas de regeneración política abandonadas por el Aznar de la mayoría absoluta, su utilización falaz del pretexto de las armas de destrucción masiva, su negativa a asumir responsabilidades políticas. Las conexiones comprobadas entre los tránsfugas y el PP son mucho más que los "chismorreos de barrio" que quisiera Aznar.

Sobre las armas de destrucción masiva no necesitó Zapatero muchos esfuerzos, porque el propio Aznar volvió a mentir ayer al Parlamento. Ayer aseguró que se basó en los informes de los inspectores internacionales, cuando éstos nunca afirmaron haber encontrado dichas armas, sino que el régimen de Sadam Husein no había dado cuenta de toda una serie de armamentos o capacidades. Aznar, por el contrario, sí había afirmado el 5 de febrero, como en otras ocasiones, que "todos sabemos que Sadam Husein tiene armas de destrucción masiva", y el 6 de marzo, que "el régimen iraquí miente sistemáticamente al respecto". A diferencia de los laboristas en el Parlamento británico o de los republicanos en el Senado de EE UU, el cerrojo del PP no ha permitido una investigación para saber qué es lo que sabía realmente el Gobierno. Aparezcan eventualmente o no, Zapatero tiene razón: las armas de destrucción masiva han sido una excusa, no una razón, para la guerra, y el país espera aún una explicación.

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