El último debate
El debate sobre el estado de la nación llega cuando se cumple el aniversario de la huelga general contra el decretazo. Empezó entonces el periodo más complicado y de mayor desgaste que ha tenido Aznar desde que llegó al poder, centrado en la desastrosa gestión del Prestige, que hizo añicos la imagen de eficacia del Gobierno, y la apuesta por la guerra de Irak, que expresó el divorcio del Gobierno respecto al parecer de la inmensa mayoría de la población.
A la vista de esta secuencia, sería razonable pensar que Aznar debería enfrentar su último debate del estado de la nación en condiciones escasamente favorables. Pero la política está hecha de dos partes (Gobierno y oposición), y los fracasos del que manda son menos graves si no consigue capitalizarlos o también fracasa quien se opone. El PSOE se alzó por la mínima con la victoria en las elecciones municipales y autonómicas, pero el PP aguantó el tirón, y la crisis en la Comunidad de Madrid ha hecho el resto. Un Aznar crecido por haber salvado los muebles se enfrenta a un Zapatero debilitado por la traición de Tamayo y Sáez, que sirve en bandeja al PP su argumento favorito: ¿cómo puede gobernar el país alguien que no controla su partido?
En estas circunstancias y conociendo a Aznar, no sería nada extraño que tratara de invertir los papeles: que el presidente se convirtiera en implacable censor del líder de la oposición. Pero han pasado muchas cosas graves este año y Aznar debe muchas explicaciones no a la oposición, sino a la opinión pública. Sobre la guerra, por haber montado su argumentación en la falsedad de que Sadam Husein y sus armas de destrucción masiva representaban una amenaza directa para nuestra seguridad. Sobre política internacional, por la ruptura del consenso labrado durante 25 años de democracia. Sobre el Prestige, que sigue en el fondo del mar todavía sin taponar mientras el chapapote sigue llegando a las playas. Sobre la inmigración, que ha suscitado un cuarto proyecto de ley que proclama el fracaso del Gobierno a los cuatro vientos. Sobre seguridad, donde la demagogia legislativa, en forma de endurecimiento de las leyes penales, no se corresponde con la eficacia en la gestión. Sobre infraestructuras, donde la obsesión por el déficit cero combinada con un mala política del gasto está creando serios problemas en las redes básicas de comunicación.
Éstos son los temas que interesan a los ciudadanos, preocupados por un Gobierno que hace aguas por todos los lados. La crisis de la Comunidad de Madrid es una circunstancia que determina el ambiente en que el debate se producirá, pero no puede ser el tema estrella, aunque sea el único que le interese a Aznar. Y, en cualquier caso, las responsabilidades del PSOE no pueden ocultar el pobre ejemplo democrático que ha dado el Gobierno, al que no parece importarle que una trama de corruptos y corruptores violente el sistema democrático mientras y siempre que beneficie al PP.
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