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REDEFINIR CATALUÑA
Columna
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La otra trama

La distancia que separa la pelea ideológica (con sus escisiones, sus traumas, sus frustraciones, sus lógicas internas) de la guerra sucia es la misma que separa la política del negocio. Desde luego, lo de Madrid podría formar parte del primer paquete de feos políticos, como en su momento fueron la escisión del PNV y EA, o las reiteradas escisiones de IC y el PCC, o la guerra que llevó a Diego López Garrido y a Cristina Almeida a pasar al Grupo Mixto desde las filas de Izquierda Unida. Por supuesto, no obvio la fea guerra por el poder que protagonizamos en Esquerra y que culminó con la conocida escisión. Sin duda la guerra de partidos conforma la parte más antiestética de la política, y los que, por contingencias diversas, hemos vivido en propia carne esos procesos saturnianos sabemos hasta qué punto pueden ser dolorosos, feroces y agrios. Todos, por supuesto, estamos convencidos de la honestidad de nuestros gestos y, al final, lo que queda es una irresponsabilidad perfectamente repartida a partes iguales, como en las buenas separaciones matrimoniales. Como le dije una vez a Josep Lluís Carod Rovira -él que tanto sabe de lo que pasó y tanto más calla-, cada uno tenemos el cien por cien de nuestra propia culpa... Sin embargo, a pesar de lo duro que puede ser, tanto para el político como para el militante o el votante del partido que lo vive, todo ello forma parte del proceso dialéctico de la política, cuyas entrañas tienden a ser generalmente convulsas. Al fin y al cabo, se trata de confrontación de ideas, proyectos, convicciones.

Los que hemos vivido las guerras de partidos sabemos hasta qué punto pueden ser agrias, dolorosas y feroces

Sabidas las tormentas endémicas de la Federación Socialista Madrileña -algo conocí en la última etapa de Felipe González-, lo de Tamayo y Sáez podría haber sido un gesto estridente más de la estridencia pugilística de los partidos cuando deciden devorarse a sí mismos. Sin duda, la FSM tiene tendencias suicidas demostradas. Pero, con las biografías de la parejita en la mano, los datos económicos, los proyectos urbanísticos en jaque, las llamadas telefónicas y las visitas a los amigos, y etcétera..., una tiene la obligación de mirar hacia el lado oscuro de la política, harto convencida de que esto no es política, sino altas finanzas. Hablemos de la burbuja urbanística -sobre todo ahora que tanto se esfuerzan en negarla los Botín y Rato-, hablemos de las grandes familias de este país, nombres notables e influyentes de la élite social, que se han cubierto el hígado a golpe de promiscuidad política, magníficos amigos de sus amigos. Hablemos de financiación irregular, de nuevas fortunas de viejos descamisados, hablemos del precio de vergüenza de la vivienda en este país, de cómo se permite el latrocinio, de cómo el sector piedra inunda las instituciones públicas, las contamina y las pervierte. Hablemos de lo que va a costarle a usted ese piso que quiere comprarse y que lo va a tener ahogado de por vida, no porque los pisos valgan eso, sino porque hemos permitido que cien promotores influyentes nos descontrolen totalmente el sistema económico. Hablemos de ayuntamientos que recalifican, de favores que se pagan después de los favores, de lo concreto, que muy a menudo tiene que ver con necesidades electorales, votos asegurados y otras miserables lindezas. Hablemos, por tanto, de la zona oscura de la democracia.

Lo de Madrid es eso, el baúl de los horrores que todos guardamos en algún vestíbulo oculto de la casa común. La ecuación es muy simple: Simancas -cuya honestidad habrá que homenajear algún día- quería retirar el recurso que presentó el PP ante el Supremo para poder garantizar su ultraliberal

ley del suelo. Si Simancas retiraba ese recurso, automáticamente quedaban afectadas docenas de proyectos urbanísticos cuya transformación en consorcios públicos -y no en juntas de compensación- arruinaba los beneficios ultramillonarios de unos cuantos. La red de la araña especulativa, fina pero sólidamente traba-da, podía tambalearse en cuestión de segundos. Podía... hasta que llegó Tamayo y salvó los muebles amigos y probablemente los propios. El resto, las llamaditas, visitas, excusas, amistades peligrosas, todo forma parte de la crónica negra ya conocida. La pregunta, sin embargo, se sitúa en el fondo de la fosa: ¿los favores urbanísticos de Tamayo y Cía. son cosa nueva o sólo han resultado pornográficos cuando han cambiado de bando y han dejado de regar las arcas propias?

Éstas son mis humildes acusaciones: primero, esto de Madrid es corrupción urbanística; segundo, ningún partido puede tirar la primera piedra de un monumental escándalo urbanístico, de carácter estructural, que daña los intereses directos de millones de personas; tercero, el precio del suelo y de la vivienda es desorbitante porque así lo han permitido, con culpa más o menos grave, los partidos políticos; cuarto, todos ellos tienen amistades peligrosas con el sector ladrillo; quinto, el paraguas de la "inevitable" financiación irregular tiene unas tragaderas de aquí a Lima; sexto, el socialismo español hace mil años que lo sabe, lo padece y... lo disfruta; séptimo, después de Roldán y su peculiar burbuja, ¿quién se aplicó a limpiar los bajos donde ya habitaban felices los Balbás?; octavo, al PP le llueve café cuando hay sequía y al PSOE le crecen todos los enanos; noveno, lo único importante es que los proyectos urbanísticos continúan con sus precios cuatro veces abultados, y décimo, en Madrid no hay playa, pero importan la de Levante con todos sus Naseiros. Conclusión: todo esto no tiene nada que ver con la política, pero es de la política de donde los monstruos de la piedra sacan el oxígeno para alimentar burbujas.

Pilar Rahola es periodista y escritora. rahola@vodafone.es

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