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LOS NUEVOS

Derecho de admisión

A diferencia de lo que le sucede al autor ya consagrado, cuya nueva novela tiene garantizada la recepción crítica, muchos autores noveles padecen, con su primera novela, un prolongado síndrome de invisibilidad. Son autores, porque así lo declara su nombre en la portada, pero lo consideran un crédito insuficiente hasta que no lo airean los medios de comunicación, cosa que no siempre se produce. De ahí la queja, más o menos justificada, que imputa a suplementos y revistas literarias ser poco permeables a las primeras novelas. Esta sección de Babelia se prorroga ahora con el fin de atenuar, en lo posible al menos, ese lamento obstinado.

Se ha declarado, aquí y allá, con la precisión adecuada, que en la actual novelística española no puede hablarse de tendencias, ya que cohabitan, en un heterogéneo conjunto, diversas modalidades -y varias generaciones en activo-, sin predominio de ninguna, y sin que colisionen unas con otras, ajustadas todas en una simultaneidad de pacífica convivencia. Lo curioso, en este estado de cosas, es que se espera mayor audacia de los autores maduros. Los que comienzan se muestran poco sediciosos, como si tuvieran bastante con hacerse un sitio en el territorio literario, por lo demás muy concurrido, sin reserva del derecho de admisión.

Psicóloga de formación y

guionista de cine documental, Esther García Llovet (Málaga, 1963) presenta en su primera novela, Coda (Lengua de Trapo), una sugestiva exploración del espacio suburbial al que atribuye contornos de pesadilla. Más que una novela, Coda es un ensamblaje de relatos, interconectados por una escenografía común, deudora de los ambientes góticos, por donde transitan personajes afligidos, o bien directamente obedientes a instancias misteriosas: un camionero, que años atrás sufrió el secuestro de su hijo en la misma cuna; una fotógrafa solitaria, contratada por una empresa que se anticipa a los robos y las muertes; un mozo de gasolinera, para quien todo es fugaz, excepto los desperdicios; unos chicos que roban la caja negra de un avión derribado en un bosque; unos hermanos que deben ganar la apuesta de encontrar un Ford negro. García Llovet usa un lenguaje de entonación lírica que dota a sus personajes de cierto espesor metafísico. Sin duda ésta es su mejor baza, pero hay en sus historias muchos huecos, y según se avanza en la lectura, tienden a agrandarse, de modo que la novela escamotea lo más importante: el cruce y la influencia de unos personajes sobre otros. No obstante, es una impugnación de la que la autora es consciente, al señalar en el último párrafo, en un cierre que recoge los objetos simbólicos dispersos en los distintos capítulos, que "la trama es lo que falta" en un texto "que lleva a cualquier parte".

Con mayor explicitud, y ejecutada con una cuidadosa solvencia narrativa, Manuel Pérez Subirana (Barcelona, 1971) desarrolla en Lo importante es perder (Anagrama) la crisis de un abogado a quien, de un día para otro, abandona su mujer, en el periodo que él creía más estable y seguro de su vida. Contada por el propio damnificado, ya en las primeras líneas hay un tono airoso, autoburlesco, que busca emanciparse de la desgracia mediante la ironía, acrecentada además por cierto empalago a verse a sí mismo como víctima: "Frases que uno ha oído demasiadas veces en la televisión, en el teatro, en el cine, frases leídas en novelas". Esta resistencia a conformar una figura estereotipada no impide, sino que incrementa, su particular descenso al descalabro.

Trastornado, pero repentina-

mente libre, redescubre la vida nocturna, y con ella los beneficios del atolondramiento y de la irresponsabilidad. Así que renunciará a su profesión, a la seguridad y la vida doméstica, para ocupar el lugar social más bajo, ese "que nadie quiere cubrir". El argumento ha sido muy utilizado en muchas novelas de la última hornada, pero Pérez Subirana logra conferir al tema un rango nuevo. Con pulso sostenido, trenza hábilmente los lances etílicos -la visita al burdel, con el mareo trasladado a la sintaxis, es magnífica- con una grávida capacidad de reflexión, donde entrevera humor, filosofía práctica y adaptación a la derrota. Es perceptible la influencia de la narrativa de Millás, en especial de Papel mojado, sin que la asimilación alcance el mimetismo. Seguro que Pérez Subirana puede escribir novelas aún mejores.

El periodista Asís Lazcano (Bilbao, 1966) debuta con Las calles del aire (Siete Mares), novela de corte costumbrista, por tanto bien intencionada, sobre los peligros de la delincuencia juvenil, en un Madrid marginal de reportaje de telediario. Nada hay en esta novela que reclame del lector una atención más allá del deber de leerla. Se apoya en un lenguaje inseminado de obviedad, y por lo mismo -dicho sea a su favor- sin cargar nunca las tintas, pero en conjunto queda como un ejercicio más bien plano, de nula resonancia. Con deficiente entidad narrativa, sigue los pasos de unos cuantos chicos, cuya vida de desarraigo familiar les lleva a cometer pequeños delitos, y de ahí a trapicheos en los poblados de chabolas y al consumo de drogas. Una medalla, cuya posesión propone un destino trágico, enhebra sus circunstancias, a la vez que los encierra en la fatalidad. Los escenarios, que son numerosos y variados: desmontes de extrarradio, comedores para indigentes, edificios en construcción utilizados para dormir, estaciones de ferrocarril, han sido desaprovechados; Lazcano es perezoso para la descripción, denota el espacio sin preocuparse de hacerlo visible. Esto carecería de importancia, si sus criaturas fueran convincentes, pero resultan tópicas. Y la resolución, con una escena justiciera de western, malogra todas las expectativas.

Cuba y otras instrucciones

ADEMÁS DE ser una isla, un país, un ritmo, un concreto régimen político, Cuba amenaza con ser también un género literario. Raro es el escritor cubano que no ha hecho de la isla una mitología general. Más extraño es que se ocupe de Cuba un forastero, y lo haga usando los modismos cubanos y giros vernáculos como si fueran propios. Pero éste ha sido el propósito rocambolesco de Iñaki Pérez Armendia (Elgoibar, 1953) a la hora de escribir Echando cuentas (Pre-Textos), el relato de las confesiones de un gánster caribeño de medio pelo (ajustador, en el argot de la novela), que no obstante, cuando lo necesita, cita a Voltaire con propiedad ("el secreto de aburrir es contarlo todo") para no extenderse en las numerosas atrocidades que cometió o sufrió. En su modalidad confesional, son páginas más bien enigmáticas; su jefe es un tal Hachepunto, y otros personajes se nombran Cepunto, Uvepunto, o escuetamente M., R., G., al modo de casillas de un juego que no se desvela. El autor pone todo su afán en los equilibrios estilísticos, con no poco desparpajo y un aire chocarrero y zumbón, pero los malabarismos verbales desvían la atención sobre los hechos, y a duras penas distingue el lector la broma, o el cachondeo verbal, del resentimiento que parece animar a la voz narradora.

Mil perros dormidos (DVD), de Antonio Pomet (Granada, 1973), reúne cinco cuentos, una serie de prosas breves o microcuentos, que da título al libro, y una parte final de instrucciones a la manera del Cortázar de Historias de cronopios y de famas. En general, el conjunto es muy cortaziano, y bien está que sea así. Pomet no oculta su adhesión a la tradición cuentística cuyo primer efecto, como suele decirse, es desmontar los mecanismos de lo convencional. Hay en este autor novel un evidente talante subversivo, a veces descontrolado al exhibir una imaginación en exceso disgregada y fecunda, que produce la sensación de haber elaborado el libro con un surtido de trabajos dispersos. No obstante, se imponen como una unidad, gracias a su estilo. Los temas que toca Pomet van desde la falsedad de las relaciones familiares hasta la burla sobre las encuestas callejeras. Pero su procedimiento es siempre el mismo: elaborar materiales con que derribar la lógica que impone la realidad. Con sentido autocrítico, no concede a estas páginas otro estatuto que el de apuntes para construir una novela con "una historia y una naturaleza más tradicional". Esperamos que no sea demasiado fiel a esas instrucciones.

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