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Reportaje:

Los arrozales de los mosquitos

El pueblo de Isla Mayor sufre desde hace medio siglo el acoso sistemático de plagas de insectos al llegar el verano

Desde hace medio siglo, todos los días, desde mayo hasta octubre, millones de mosquitos de los arrozales de Las Marismas del Guadalquivir salen al atardecer (repiten al alba) e invaden las casas, calles y plazas, de Isla Mayor (Sevilla) buscando los fluidos corporales de sus 6.000 habitantes. Es, dicen en el pueblo, como una maldición bíblica.

A los niños de pecho se les meten en los oídos los orejones, los insectos más pequeños; también por la nariz, en los ojos. A los adolescentes y a los adultos, sencillamente, no les dejan vivir. "Si no eres de aquí, te vuelves loco manoteando; nosotros ya los conocemos y no les hacemos caso", dice, riendo, Pepe, el Barbas, camionero en Sevilla y dueño de un pequeño arrozal en el pueblo. Pero Pepe no acaba de creerse lo que cuenta y, por si acaso, se aplica por todo el cuerpo un conocido producto antimosquitos. "Y cuando estoy en el arrozal me embadurno de barro hasta las cejas".

Lo cierto es que no matan. "Su interés no es otro que chupar los fluidos corporales (sangre, sudor, suero) y el efecto que causan, generalmente, apenas deja unas ronchas rojas, que al cabo de unos días desaparecen", explica la alergóloga Carmen Moreno, adjunta en el Servicio de esta especialidad en el Hospital Reina Sofía de Córdoba. El tratamiento que recomienda Moreno es sencillo: "Lavar bien con agua y enfriar. Sólo en caso de que se sea alérgico se debe ir al médico y, quizá, recomiende un antihistamínico".

"Está claro que salen del arrozal a chuparnos la sangre...", sentencia Mariló Rubio, empleada de una de las farmacias del pueblo. Mariló está trabajando este verano más que nunca; entre otras cosas, no para de atender a la prensa. "Debe ser por el alcalde, que es nuevo... y ha decidido acabar con este agobio" añade. "Es que estamos hartos de aguantar esta tortura que dura ya demasiado", resume Antonio Cotano, primer teniente alcalde y concejal de festejos.

De la misma opinión que Mariló es el arrocero Rafael Corts acaba de entrar en la farmacia, precisamente, para reponer su reserva antimosquitos. Corts, un valenciano que llegó a estas tierras en 1954, lo tiene claro: "Si los mosquitos hiciesen daño a los pájaros, o si tuviésemos playa, verías como se acababa el problema. Mira, en Punta Umbría y en Huelva ya lo han resuelto". Luego explica: "este año hay más mosquitos que nunca porque ha llovido mucho en primavera, ha llegado el calor de repente y, además, no tenemos paulilla, la plaga que ataca el arroz; por eso no hemos fumigado".

La plaga de insectos está en pleno apogeo; sus huellas se ven. A la entrada de las casetas de la feria, que se celebra estos días, hay colocados mosquiteros. También en las ventanas de las casas y zaguanes se observaban mallas oscuras. Algunas farolas lucen envoltorios extraños y el velador del bar El Tejao parece un gallinero al estar totalmente cubierto de una tela tupida y oscura. "Ahí es donde nos refugiamos las noches que queremos tomar una cerveza al aire libre", reflexiona Corts.

En la Consejería de Salud dicen que ni siquiera es un problema de salud pública. Quizá no lo sea, porque por al centro sanitario del pueblo nadie ha acudido todavía por esta causa. Sin embargo, ante las dimensiones que está cobrando el problema, tres Consejerías, la de Agricultura, Medio Ambiente y Salud, han decidido intervenir.

Se aplicará el mismo plan que ya tiene éxito en Huelva desde 1984. Consiste, informa Lucía Vallellano, en ataca al insecto en su fase embrionaria. Según los científicos, lo más eficaz es acabar con la larva. En la provincia onubense este tratamiento se está aplicando sobre 140.000 hectáreas de reservas naturales y marismas; también es útil para zonas urbanas. En Isla Mayor, los arrozales abarcan 35.000 hectáreas, aunque hay otra docena de pueblos en el Bajo Guadalquivir que sufren el mismo problema: cuatro meses al año los mosquitos no les dejan vivir.

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