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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Einstein y la sociedad de la información

Joaquín Estefanía

DECÍA EINSTEIN que "hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad". Esa voluntad es la que parece faltar para llevar a España a la vanguardia de las naciones industrializadas en la sociedad de la información (SI). Los analistas más críticos con la labor del Gobierno en este terreno -los que han visto en el fallido programa Info XXI una mera maniobra propagandística- piensan que se ha perdido el último lustro en la aplicación de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), mucho más obsesionados los gobernantes en cubrir el expediente del déficit cero que en aprovechar las mejores condiciones de la economía española respecto a las de nuestro entorno, para reducir la distancia tecnológica.

España está a la cola de Europa en su acceso a las tecnologías de la información y la comunicación, sólo superada por Grecia. Hemos perdido en el último lustro el tren para estar a la vanguardia del mundo digital

¿Cuál es la situación? Los porcentajes indican, según Eurostat, que los gastos de I+D en España no llegan al 1% del PIB (otro asunto, también muy polémico, es su desagregación entre proyectos militares y civiles), mientras que la media europea es del 1,94%. La propia UE, como consecuencia de la cumbre de Lisboa, llegó al objetivo de dedicar a esta partida el 3% del PIB, dos terceras partes con fondos privados, hasta el año 2010.

Recientemente apareció un reportaje en la revista Business Week que eliminaba una parte de este pesimismo tecnológico que forma parte de la cultura general española. Sus reporteros decían que para un sector tecnológico hambriento de crecimiento, España es el nuevo Eldorado; que las ventas de ordenadores se incrementaron un 29% en el primer trimestre del año, en contraste con el 6% de Europa en general, y que mientras sólo el 16% de los españoles estaban conectados a Internet en 2000, la cifra alcanzó el 26% a finales del pasado año.

Mucho menos optimista en su tono y en su contenido es el estudio España 2003. Informe anual sobre el desarrollo de la sociedad de la información en España, que de forma anual edita la Fundación Auna. Los resultados son deprimentes: se cuente como se cuente (población usuaria de Internet, seguridad en la Red, infraestructuras, Internet en la empresa, banda ancha, gasto público, entorno innovador, etcétera), España está a la cola de los países europeos. Sólo Grecia tiene un índice de penetración de la sociedad de la información peor que el nuestro. Suecia, Dinamarca, Finlandia, el Reino Unido, Holanda, Alemania, Irlanda, Austria, Bélgica, Francia, Portugal, Luxemburgo o Italia están mejor que España. Siendo esto malo, peor es la tendencia, pues nuestro país forma parte del pelotón de naciones que han experimentado un estancamiento en 2002.

La Fundación Auna describe los retos pendientes para España. Un país, dice, que supo durante la transición cumplir con el objetivo de insertarse en la primera división europea, y que ahora debería esforzarse por intentar la penetración en esa vanguardia que dejó atrás la revolución industrial y se adentra con rapidez en la sociedad de la información y en las herramientas de la nueva economía. Estos retos son los siguientes: en primer lugar, anticipar las necesidades de formación, que tienen que ver con una reforma educativa que no se ha producido; potenciar la Administración on line; evitar el riesgo de la brecha digital, y favorecer el uso del castellano en Internet.

Para salir de estas posiciones tan rezagadas en relación con el entorno europeo (y el norteamericano) hay que tener en cuenta algunas condiciones estructurales de la sociedad de la información, que ya vamos conociendo: se trata de un proceso fundamentalmente urbano; no existe un único modelo hacia la sociedad del conocimiento, sino experiencias muy distintas; es un proceso muy poco ordenado y muy compulsivo, y su catalizador debe ser una mezcla de los sectores público y privado, correspondiéndole a la Administración un marco adecuado para el desarrollo de las TIC y mecanismos de apoyo a las empresas y a los ciudadanos. Lo que, evidentemente, no se ha producido.

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