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Reportaje:LA CUMBRE DE SALÓNICA

Los agravios del gigante ruso

Moscú se debate entre su deseo de aproximarse a la UE y su sentimiento de marginación

Pilar Bonet

La ampliación de la Unión Europea con 10 nuevos miembros, entre ellos tres Estados fronterizos con Rusia que en el pasado fueron parte de la URSS, reactiva viejos complejos en Moscú. Rusia no quiere ingresar en la UE ni estaría en condiciones para ello si se planteara a medio plazo. Pero, acostumbrada aún a ejercer su influencia sobre un espacio que hoy le vuelve la espalda, soporta mal el desarrollo de un club en el que no participa y del que, además, se siente excluida.

Más allá del análisis sobre ventajas e inconvenientes del régimen común de aranceles, visados y fronteras que sustituirá a los regímenes bilaterales entre Rusia y sus vecinos, la ampliación impulsa a las élites rusas a formular de nuevo ese "ser o no ser" en relación a Europa, que otros países han ido resolviendo en su proceso de integración en el continente.

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Desde hace tres años, el presidente Vladímir Putin reitera regularmente su compromiso estratégico con Europa. En su relación con la UE, Rusia pretende para sí un papel privilegiado, y quiere ser reconocida como un vecino más relevante que otros, pero los europeos, concentrados en la ampliación, muestran menos entusiasmo hoy por Rusia que los rusos por Europa.

Los europeístas rusos más activos se han sentido ofendidos porque su país ha sido tratado como "uno más" en una ponencia redactada bajo la responsabilidad del comisario Chris Patten, titulada Los vecinos de una Europa ampliada: un nuevo marco para las relaciones con nuestros vecinos del Este y del Sur. La ponencia, que debe recibir el visto bueno en la cumbre de Salónica tras haber sido aprobada por el Consejo en Bruselas, es más un ejercicio de reflexión que una directriz de política exterior, pero las comparaciones de Rusia con Túnez o Marruecos han dolido en Moscú. En una reunión del Comité Rusia en Europa a mediados de junio, el director del departamento de cooperación europea del Ministerio de Exteriores, Alexandr Gruchko, opinaba que el lugar adjudicado a Rusia en el documento contradice la relación estratégica con la UE y el coordinador del comité, Vladímir Rizhkov, expresaba su esperanza de que la cumbre de Salónica rechace el texto. En la misma reunión, el ex jefe de Gobierno finlandés Esko Aho, intentaba explicar a sus interlocutores que la UE mantendrá una relación diferenciada con cada uno de sus vecinos, dentro de una política común.

Los rusos rechazan, como si fuera un insulto, la comparación de Rusia con el norte de África, pero no se han parado a analizar las realidades que reflejan los números. Si se trata del PIB per cápita en relación a la media de la UE, los rusos, con un 8,3%, están algo peor que los tunecinos (9,9%), mucho peor que los israelíes (79,7%) o los libaneses (19,1%) y no mucho mejor que los argelinos (7,8%) y los egipcios (7,3%). Entre 1998 y 2001, Rusia atrajo un 0,4% de la inversión extranjera mundial, por debajo de Israel (0,5%), pero por encima de Egipto (0,2%). La comparación con los nuevos miembros de la UE y los candidatos es aún más lacerante, ya que éstos atrajeron un 3,4% de esa inversión y la inversión extranjera per cápita en Rusia, por otra parte, no llega a una sexta parte del nivel de Polonia. La prioridad que Rusia reclama en las preferencias de Europa queda muy en cuestión cuando se comparan los montos de las ayudas repartidas por la UE entre sus vecinos del Este (Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Moldavia) y los del Mediterráneo. Entre 1995 y 2002, el primer grupo recibió algo más de 3.000 millones de euros y el segundo, más de 5.000 millones.

De momento, la pretensión rusa de una relación exclusiva se basa en la exportación de energía y materias primas a Europa y en las perspectivas de aumentarla, pero no en ideas innovadoras, desarrollos tecnológicos o siquiera en el factor militar. A la UE corresponde el 39% del volumen comercial ruso, cifra que se incrementará hasta más del 50% tras la ampliación.

Tras lograr una solución para el tránsito de viajeros al enclave ruso de Kaliningrado, Putin ha comenzado una campaña a favor de la supresión de los visados que hoy necesitan sus conciudadanos para desplazarse por la UE. La consigna es popular, pero también funciona como una cortina de humo que impide ver la problemática en su conjunto. La UE no quiere abrir de forma indiscriminada sus fronteras a un país que no ha firmado tratados de readmisión con sus vecinos asiáticos y cuyos ciudadanos se identifican aún con documentos de la URSS. La iniciativa de Putin pone a prueba sobre todo la capacidad de la burocracia rusa para regular sus problemas de ciudadanía, emigración y fronteras.

Por otra parte, la campaña para suprimir los visados tiene elementos demagógicos. Los visados rusos son más caros que los europeos y la burocracia ha complicado hasta lo indecible la tramitación de viajes particulares, académicos y de negocios a Rusia en los últimos meses. Eso sin hablar de las zonas del país que, para comodidad de los funcionarios locales y ante la indiferencia de los políticos occidentales, se han vuelto a cerrar a los extranjeros. Por ahora, los países europeos no se han mostrado dispuestos a librar grandes batallas ante este cierre ni a actuar de forma recíproca, y se contentan con aplicar la normativa Schengen.

La idea de abrir la UE a los rusos suscita reacciones diversas en los distintos países de la Unión. Una reciente encuesta en 12 ciudades europeas, bajo la dirección del sociólogo Román Mogilevski, revelaba que cuanto más alejados están los encuestados de Rusia, más positivos se muestran hacia este país. En el sur de Europa, un 84% de los encuestados consideraba que Rusia es un país amigo, mientras en los países escandinavos, el porcentaje descendía al 70%. También en el sur de Europa se encontraba la actitud más abierta al ingreso de Rusia en la UE.

Una política común europea de apertura a Rusia llevará tiempo y exige cambios en profundidad. En la relación de Rusia con la UE se combinan hoy los palos de ciego, las consignas demagógicas y los reflejos imperiales, pero existe también una línea de trabajo productivo que a la larga puede producir esos espacios de libertad, seguridad, justicia, investigación y educación identificados como metas en la reciente cumbre de San Petersburgo. De momento, el lobby proeuropeo ruso va cobrando entidad. Un papel excepcional ha correspondido al Comité Rusia en Europa, que coordina Vladímir Rizhkov. Desde su creación en 2001, el Comité se ha planteado objetivos cada vez más ambiciosos, y más importante aún, está aprendiendo a formular nuevas preguntas y a romper esquemas burocráticos, sentando a la misma mesa a un heterogéneo grupo de actores de la política europea.

El presidente ruso, Vladímir Putin.
El presidente ruso, Vladímir Putin.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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