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Columna
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La ortodoxia y los complejos

El PP tiene bien aprendido el principio político que reza que la máxima libertad de actuación de un partido se consigue reduciendo al mínimo la capacidad de maniobra del oponente. Y una de las maneras más eficaces de lograrlo es imponer como única y universalmente aceptada la interpretación particular (e interesada) de los pactos y las normas. Lo sucedido con las cinco importantes alcaldías de Navarra que los socialistas han conseguido a costa de UPN, los socios navarros del PP, es el enésimo ejemplo de una estrategia tan simple como efectiva.

Está acreditado que los candidatos socialistas de Tafalla, Barañáin, Burlada, Estella y Sangüesa no negociaron o buscaron acuerdo alguno con IU, EA, Aralar o, en el caso de la última localidad, la candidatura autorizada de la izquierda abertzale, que condenó sin ambages el último atentado de ETA. Si estas formaciones les dieron gratis sus votos fue por elegir de entre los males el que era menor desde su perspectiva. Sin embargo, Javier Arenas no ha perdido ni un un ápice de su bronceado al exigir a Rodríguez Zapatero que aplique a esos alcaldes la pena de "expulsión inmediata" impuesta a los diputados traidores de la Asamblea de Madrid, por entender que su conducta supone "una clara vulneración" del Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo.

Si el secretario general y ministro del PP se hubiera tomado la molestia de releerlo antes de salir en el Telediario, comprobaría que el llamado Pacto Antiterrorista lo que impide es "cualquier acuerdo político o pacto institucional" con el PNV y EA, mientras sigan éstos en la dinámica soberanista de Lizarra. Considerar que aceptar unos votos sin contraprestación alguna y sin haberlos pedido encaja en esa prohibición implica una interpretación abusiva. Lo curioso es que la propia ejecutiva federal del PSOE la dio por buena anticipadamente -o se puso la venda antes de que le llovieran los palos-, cuando ordenó a sus concejales navarros votar en blanco para neutralizar los apoyos que pudieran recibir. Con esta actuación acomplejada, similar en algunos aspectos a la apresurada diligencia con que Rodríguez Zapatero retiró el amago de Javier Rojo por la Diputación alavesa, el PSOE ha hecho una faena redonda. No ha evitado las descalificaciones, de las que Arenas ha sido casi el portavoz más elegante, y tiene que hacer el paripé con unos expedientes disciplinarios que la ejecutiva no se cree y la militancia socialista no entiende.

Volvemos así al precepto inicial, que también tiene otro enunciado. Si por falta de iniciativa o debilidad terminas aceptando que sea el contrincante quien defina la ortodoxia, ningún grado de incumplimiento le parecerá satisfactorio.

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