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Entrevista:ANA PALACIO | MINISTRA DE ASUNTOS EXTERIORES | ENTREVISTA

"Francia y Alemania tienen voluntad de fusionarse"

Carlos Yárnoz

Eurodiputada desde 1994 y experta jurista en los complicados vericuetos de la construcción europea, la ministra de Exteriores, Ana Palacio (Madrid, 1948), se apasiona mucho más cuando habla del proyecto de Constitución europea que cuando aborda cualquier otro asunto de las relaciones exteriores de España. "Es de lo único que quiero hablar ahora", advierte al inicio de esta entrevista, hecha el pasado miércoles en Bruselas. Ha sido la punta de lanza del Gobierno español en el año y medio de existencia de la Convención. España no ha salido muy bien parada, pero Palacio confía en lograr una mejor solución en los próximos meses. Pero, por encima del contencioso español, a la representante del Gobierno ante la Convención le preocupa especialmente la deriva que ha tomado el imparable eje franco-alemán. Berlín y París, afirma sin ocultar sus prevenciones, han dado "un viraje estratégico" hacia "una unión estrechísima, casi diría una fusión".

"Si hace un año nos hubieran dicho que íbamos a tener lo que ha conseguido la Convención, nadie lo hubiera creído"
"Hay un viraje estratégico para articular de verdad una unión estrechísima, casi diría una fusión, entre Francia y Alemania. Todo va a cambiar"
"España y el Reino Unido son dos países con una larguísima vocación atlántica, y eso genera terrenos de entendimiento que son muy naturales"
"En la Convención hemos sido pioneros en pedir más política exterior común. La crisis de Irak ha actuado de catalizador en asuntos difíciles"
"El reconocimiento de la herencia cultural cristiana me parece perfectamente razonable, y perfectamente compatible con nuestra Constitución"

Pregunta. ¿Cuál es su valoración global del proyecto de Constitución?

Respuesta. Si hace un año nos hubieran dicho que íbamos a tener lo que ha conseguido la Convención, nadie lo hubiera creído. Hay acuerdos sobre cuestiones absolutamente controvertidas hace un año. Desde el valor jurídico de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE hasta la desaparición de los clásicos tres pilares, pasando por el nuevo procedimiento legislativo... Estas cosas parecen olvidadas. Estamos debatiendo sobre un acuerdo general sobre cuestiones que preocupan de verdad al ciudadano europeo. Si al ciudadano le empezamos a hablar del sistema de votación, seguramente pierde el interés. El ciudadano está mucho más interesado, por ejemplo, en saber si hay avances en materia de justicia o de seguridad, que sí los hay, y muy importantes.

P. Pero la batalla más importante se ha centrado, como siempre, en el reparto del poder, que, por cierto, ha ganado por goleada el eje franco-alemán.

R. Desde el inicio de la construcción europea nadie puede imaginar que Europa avance sin contar con Francia y Alemania. Todos estamos interesados en que esa relación vaya bien, que funcione. Pero dicho esto, evidentemente en una Europa con 25 países ya no puede haber las mismas que cuando sólo había seis Estados. Y es en ese terreno donde estamos viendo renacer una especie de nostalgia de la Europa de los fundadores. Y no es eso lo que toca. Lo que toca es hacer frente a la Europa que tenemos y hemos heredado. Nos enfrentamos a una responsabilidad histórica porque la reunificación de Europa consiste en culminar la vocación de muchas generaciones.

P. El eje ha funcionado como un reloj, pero es chocante que Francia haya aceptado que Alemania logre, por vez primera, tener mucho más poder que nadie en la Unión Europea.

R. Uno de los grandes debates que hubo en Niza se centró en que Alemania no tuviera ni un solo voto más que Francia en el Consejo. La discusión se prolongó durante días. Ahora, en cambio, Francia acepta ir mucho más lejos que lo que Alemania pretendía en Niza.

P. ¿Por qué?

R. En el 40º aniversario del Tratado del Elíseo, a comienzos de año, se exteriorizó una situación clara: hay un viraje estratégico para articular de verdad una unión estrechísima, casi diría una fusión, entre Francia y Alemania. Todo va a cambiar.

P. Quizá hay un reparto de papeles: Alemania manda más, pero Francia tendrá el liderazgo político en Europa, por ejemplo, en relaciones exteriores y defensa.

R. No me gusta hacer juicios de intenciones desde fuera, desde la posición española. Esa voluntad de fusión de Francia y Alemania tienes aspectos enormemente positivos, pero hay otros que debemos discutir: cómo se relaciona ese proyecto con una Unión con 25 Estados, que no deja de ser una nueva aventura en la que habrá países pequeños y algunos realmente muy pequeños. ¿Cómo se articula esa fusión con ese hecho? No hay que olvidar que la razón de ser de la construcción europea es que no vuelva a haber una guerra en Europa, y, sobre todo, que no pueda producirse entre Francia y Alemania. Por tanto, sí hay aspectos positivos, pero hay que analizar otros con detalle.

P. España ha protagonizado en la Convención la otra alianza de peso: la de Londres y Madrid.

R. España y el Reino unido son dos países con una larguísima vocación atlántica, y eso genera, indudablemente, terrenos de entendimiento que son muy naturales. Pero eso no tiene nada que ver. No hay ninguna vocación de fusión de la que antes hablábamos.

P. ¿En qué se basa para insistir en ese supuesto proyecto de fusión entre Alemania y Francia? ¿En que hablan, por ejemplo, de un intercambio de ciudadanía entre los dos países?

R. No sólo eso. También han hablado de la fusión del derecho de familia, y ése es uno de los puntos más controvertidos del espacio de seguridad y justicia. Alemania está dispuesta a armonizar su derecho de familia con Francia, y ése es un cambio enorme. Y cito el derecho de familia porque, a fin de cuentas, es ahí donde más se plasma la idiosincrasia de un país.

P. Puede ser una consecuencia más del realineamiento de muchos países europeos a raíz de la ampliación. Incluso parece acelerarse un proceso de satelización de varios países.

R. Yo no hablaría de satelización. La Unión Europea con seis Estados tenía un determinado carácter que se va modificando, claro; pero con 15, por ejemplo, no hemos llegado a una situación en la que hubiera diferencias de ritmos o velocidades. El mejor ejemplo es la Unión Monetaria. En la medida en que la Unión Monetaria es un terreno común, resulta muy difícil la satelización.

P. ¿Ha pagado España una buena parte del precio derivado del empuje franco-alemán?

R. Efectivamente, en estos momentos hay un cierto desequilibrio en el proyecto de Constitución en cuanto al procedimiento para tomar decisiones. Creo que se pierde de vista que Parlamento, Consejo y Comisión componen un triángulo institucional, y que el equilibrio entre los tres es lo más importante de la construcción europea. En la propuesta que está ahora sobre la mesa se ha roto ese equilibrio. Creo que al final se corregirá porque la inercia del sentido común es muy fuerte. Con la propuesta actual, tres países grandes, siempre y cuando uno de ellos sea Alemania, podrían bloquear cualquier tipo de decisión en el Consejo y en el Parlamento. Es una situación extraña, ajena a los principios que inspiran la UE, que es una unión de ciudadanos. Y hay que mirar en el Parlamento, donde está representada esa unión de ciudadanos, y ver las enormes diferencias entre los votos necesarios para elegir a un eurodiputado alemán o a un eurodiputado de Malta. Pero a la vez hay que equilibrar esa cuestión en el Consejo, la segunda fuente de legitimidad, en la que están representados los Estados, porque también la UE es una unión de Estados. No es una arquitectura federal, y, por tanto, no vamos a pedir que ocurra como sucede en EE UU, donde Hawai y California tienen cada uno dos senadores. El Consejo no es una cámara territorial, pero está claro que el factor puro y duro de la proporcionalidad de la población es absolutamente ajeno a la propia idiosincrasia del Consejo.

P. También con el sistema de Niza, que España quiere perpetuar, los cuatro países más grandes pueden bloquear cualquier decisión.

R. Estoy hablando de una cuestión de principios. Y en todo caso, no es lo mismo tres que cuatro. Es una diferencia importante, sustancial. Lo que cambia realmente más la naturaleza del sistema es tomar directamente la proporcionalidad de población en el Consejo. Hay que buscar acuerdos constructivos.

P. ¿Por qué no se plantea España simplemente variar el porcentaje de población necesario para respaldar una decisión? ¿Qué ocurre si, en lugar del 60%, España se plantea que sea el 70% o más?

R. He escuchado hoy mismo en la Convención a algún representante que decía: "Si esto sigue así provocará que mi país no ratifique la Constitución"

[la representante francesa, Pascale Andreani, al hablar de cultura, educación y salud]. No seré yo quien diga cosas de ese tipo. Tengo claro cuáles son los principios, cuáles son las líneas rojas. Analizaremos todo racionalmente. Veremos si el proyecto final recoge razonablemente los intereses de España y si recoge también los intereses generales, comunes. Es ése el secreto en Europa: saber que es legítimo defender unos intereses propios, pero sabiendo siempre que hay que compaginarlos con los de los demás.

P. El Gobierno español se agarra a Niza, un tratado que ya nació con críticas desde todos los lados. Visto que prácticamente todos lo rechazan ahora, ¿tiene España una alternativa?

R. En primer lugar, no hay textos que se deban sacralizar, y Niza, como cualquier otro texto, se puede cambiar. Hemos puesto sobre la mesa distintas propuestas y seguiremos haciéndolo. El sistema de voto conlleva cuestiones muy prácticas y complejas que hay que estudiar sobre el terreno con fórmulas matemáticas para saber cómo influyen sobre cada país. Modificar el umbral de voto que ahora se propone, el porcentaje de población necesario para la mayoría absoluta, es una alternativa a tener en cuenta, una más, para encontrar una solución.

P. Pero España está en franca minoría. ¿Confía en que algunos países cambien de actitud o más bien en un posible veto final español en la Conferencia Intergubernamental (CIG) en otoño?

R. No me gustaría apelar al veto, en absoluto. Al final, la UE se convence de que hay cosas que no son razonables. Eso sí, hay que mantener un espíritu, una actitud abierta.

P. El ministro francés de Exteriores, Dominique de Villepin, ha dicho en la Convención que Francia no cederá.

R. En las negociaciones europeas hay que tener bien firme el timón, saber cuáles son los principios generales, los intereses particulares, y a partir de ahí estar abiertos a nuevas propuestas. Esto es lo que hemos defendido siempre desde España, es una constante de todos nuestros Gobiernos.

P. Algunos dibujan así la situación del Gobierno español: está casi aislado frente al empuje franco-alemán y sólo cuenta para algunas cosas con el apoyo del Reino Unido, un socio nada fiable para intereses españoles claves, como la política agrícola o los fondos regionales europeos.

R. No es así. Y no lo es por dos razones. En el Gobierno tenemos una visión de lo que queremos que sea esta Europa a 25. Es una visión muy clara, y las visiones de futuro nunca pueden ser a remolque, o en contra de, o por oposición a. Es decir, no pueden ser visiones en negativo. Y menos frente al gran reto de la mayor ampliación de la UE, que es nuestro proyecto común, nuestra apuesta para el futuro. Debemos tener todos una visión en positivo, no aislando unos a otros. Y por supuesto, haremos alianzas particulares con quien haga falta. En el aceite, nos aliaremos con los países de sur frente a los del norte. Y con el chocolate, será al revés. Ése es el juego europeo. Pero lo que no se puede es tener una visión en negativo. Para empezar, el euro no nos lo permite.

P. Pero el aliado actual, el Reino Unido, ni siquiera está en el euro. Y encima es el que parece haber tenido más interés en frenar los avances que se planteaban en la Convención.

R. Hemos tenido puntos en común con el Reino Unido. También porque esa sensibilidad atlántica existe de verdad. Pero lo que nos importa a nosotros y a nuestros ciudadanos es cómo se refleja la pertenencia a Europa en la vida cotidiana. Sí, existen los fondos estructurales o el mercado interior, pero ahora nuestro gran reto es avanzar en el espacio de ciudadanía, y ahí nuestra visión coincide con Francia. Y no digo con Francia y Alemania, porque con Alemania hemos tenido ámbitos de coincidencia y otros no, como el derecho de familia o la inmigración. Francia tiene un proyecto de Europa muy parecido al español. Tenemos una alianza muy satisfactoria en muchos puntos. ¿Por qué nadie ha subrayado estos días la cooperación en materia de terrorismo, en la creación de un espacio de justicia, donde nuestro socio privilegiado ha sido siempre Francia?

P. Habla usted de la sensibilidad atlántica, pero el peso de España en la UE se ha basado más en sus privilegiadas relaciones con Latinoamérica y el mundo árabe.

R. En la Convención hemos sido pioneros en pedir más política exterior común. La crisis de Irak ha actuado de catalizador en asuntos difíciles. No digo negativos, pero sí difíciles. Ha actuado de catalizador porque nos ha puesto frente a nuestras debilidades. No tenemos una política común exterior y de defensa. Y nosotros apostamos por estas políticas. En el Mediterráneo, España tiene una posición de referencia. No es la única, porque también están Francia, Italia, Portugal... Y ahí España también ha ido de la mano con Francia. En las relaciones con la Autoridad Palestina, tenemos la misma posición España, Francia y Alemania.

P. ¿Ha jugado Valéry Giscard d'Estaing duro contra España, sobre todo cuando dijo que estaba aislada?

R. Globalmente, el presidente Giscard ha tenido una actitud que mostraba su deseo de avanzar. El éxito de la Convención se debe en gran medida a él. Ha hecho declaraciones más afortunadas que otras, pero eso nos pasa a todos.

P. Giscard ha estado en contacto permanente con las capitales y llegó a presentar propuestas que ni siquiera habían sido debatidas en la Convención. Una de ellas, el sistema de votación en el Consejo que tanto molesta a España.

R. Él ha mantenido un diálogo permanente con todos. A veces duro, pero con todos. Es verdad que ha presentado en ocasiones propuestas suyas, pero alguna de las más queridas por él, como crear el Congreso de los Pueblos, ha sido rechazada, no está en el proyecto, y él lo ha admitido con espíritu deportivo.

P. Su última jugada consistió en recoger las exigencias de los países pequeños para la formación de la Comisión y así logró que dejaran de apoyar a España en su rechazo al sistema de votación en el Consejo.

R. Francamente, yo no lo he visto así. Distintos miembros del Presidium y de la Convención me han comentado que esto es como las lentejas porque ya hay una posición cerrada en el Parlamento, en el Consejo y en la Comisión. Sí hay propuestas que suponen un paso adelante para encontrar un compromiso, pero no es el compromiso que nos gustaría y por eso seguimos trabajando. Siempre lo he visto así, sin ninguna agresividad. El presidente Giscard ha tenido una primera reacción muy tajante, de cerrarse en banda, de no admitir negociaciones. Pero luego ha tenido que cambiar en algunos terrenos, como en el de esa cámara de los pueblos, y ha cambiado para negociar.

P. El preámbulo cita como origen cultural europeo la herencia religiosa, no la cristiana específicamente, en contra de lo que usted defiende. ¿Es un tema realmente importante para el Gobierno español?

R. Me parece algo lógico. La cuestión religiosa tenía tres aspectos. Primero, la incorporación en la Constitución de un concepto de trascendencia, como figura en la Constitución polaca, tanto para los creyentes como para los no creyentes. La polaca es una fórmula muy poética, bella, pero no creo que haya que incorporar ese aspecto en la Constitución europea. El segundo aspecto era la relación con las Iglesias, de la que ya habla el proyecto. El tercero es el cristianismo como fundamento cultural. El reconocimiento de la herencia cultural cristiana me parece perfectamente razonable, y no sólo asumible por mí, sino perfectamente compatible con nuestra Constitución. Incorporar un asunto privado, como la religiosidad, es, en cambio, otra cosa. Con la herencia cultural cristiana en el preámbulo, sin ningún valor normativo, hasta Turquía puede estar muy cómoda en esta Constitución. Turquía es un país de mayoría musulmana, pero que reconoce la religión como un asunto privado, y en esto estamos de acuerdo. Hacer una referencia a las raíces cristianas, judaico-cristianas, no quiere decir olvidarse de la herencia musulmana, que es también muy importante para Europa; pero de todos estos componentes, la cristiana es indudablemente la más importante.

La ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, habla del futuro de Europa.
La ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, habla del futuro de Europa.ULY MARTÍN

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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