Relato de un sacrificio
La muchacha de 17 años, alumna de la Facultad de Derecho de Río, que en 1937 escribió Cerca del corazón salvaje para asombro de los críticos y lectores cuando la conocieron varios años después -en 1944, publicada por la editorial A Noite tras ser rechazada por la prestigiosa editorial José Olympio-, recibió el Premio Graça Aranha y se convirtió en algo más que una gran promesa. A esta obra la siguieron cuatro más entre cuentos y novelas hasta llegar a La manzana en la oscuridad y puede decirse que con esta última se consagró definitivamente, es decir, pasó a ser uno de los pilares indiscutibles de la literatura brasileña. Después seguirían el conjunto de narraciones que permiten considerarla una escritora de talla mundial.
LA MANZANA EN LA OSCURIDAD
Clarice Lispector
Traducción de Elena Losada
Siruela. Madrid, 2003
360 páginas. 22,50 euros
No es fácil leer a Clarice Lispector, pero el lector que se siente tocado por su escritura difícilmente se desprende de ella. Porque, efectivamente, es su escritura lo primero que atrapa. Lispector no es una narradora que se atenga a las reglas de la tradición del orden literario; su escritura opera como una invocación que va desvelando el camino hacia el misterio, pero nunca el misterio; nos lleva hasta él, pero lo multiplica; lo asedia de tal modo que la escritura se convierte en un cuerpo vivo que husmea y conduce su propio destino y así sucede que el lector ha de trabajar doblemente: sobre el espíritu (el misterio), sobre la escritura (el cuerpo). Pocas veces la mirada de una mujer al mundo, a la vida, se habrá mostrado con tanta propiedad y tal corporeidad como en la literatura de Clarice Lispector.
Pero vayamos a La manzana en la oscuridad. Un hombre, Martim, huye de la ciudad tras cometer un crimen. Se refugia en un hotel que parece la línea de separación de dos mundos, cruza esa línea y se encuentra huyendo en plena noche, apenas sin conciencia de sí, cruza un desierto, habla a las piedras -sus primeros interlocutores en el lado de acá de la línea-, sube a una montaña, desciende a un valle, encuentra una hacienda y se queda en ella de manera pasiva a cambio de trabajos varios. Se queda y calla, parece ajeno a todo, mira: "Su gran silencio no era apatía. Era una profunda somnolencia en guardia, y una meditación casi metafísica sobre el propio cuerpo, con el que parecía estar imitando atentamente a las plantas de su terreno".
Martim permanecerá en la hacienda y la novela cuenta la reconstrucción de sí mismo que el hombre intenta a partir de un acto de cólera que lo saca de la vida exterior y anterior. No se trata de entender y asumir su culpabilidad sino de algo más profundo: se trata de buscar el principio de su inocencia hasta llegar al "instante en que se produjo el gran desvío" y entonces, cuando lo consiga, tomar la dirección opuesta al desvío. Y una vez reconstruido el mundo en su interior -piensa- sabrá cómo actuar y actuará. Eso piensa. La novela es la historia de ese proceso, una historia narrada por una escritura en la que la relación de la conciencia con la naturaleza es el hilo conductor; lo que sucede es que esa relación no es real sino, por utilizar una palabra suya, metafísica. La grandeza de las cosas y los actos pequeños conquista así un territorio cósmico y la escritura se construye con ese esfuerzo; desde imágenes casi homéricas ("su ambición de duros dedos" o "la noche de las sequías conserva en sus entrañas una radiante profundidad, como una luz encerrada en una dura nuez") hasta audacias expresivas capaces de reunir cuerpo y alma, sentimiento y entendimiento, de una sola vez ("su corazón se contrajo en su pecho como para no tocar un desastre" o "no vio realmente su cuerpo sino sólo su andar; como si viese sólo el espíritu del cuerpo" o también "cuando finalmente empezó a llover, la señora había llegado a un punto de silencio en que la lluvia le parecía la palabra"). A esta prosa se la llamaría poética si no fuera porque su narratividad reside precisamente en el progreso dramático de su expresividad.
Finalmente, Martim entiende que "él había querido ser libre para salir al encuentro de lo que ya existía", esto es, del mundo real del que procede, pero ahora transfigurado en su reconstrucción. Sin embargo, son los dos mundos de nuevo los que se atraen, imantados ambos por la dueña de la hacienda, que ni soporta ni entiende la figura de Martim. El primero, el de los que vienen por él para llevarlo preso ante la denuncia de la dueña -es decir, el mundo al que pertenece el crimen- ; el segundo es él mismo, el que se reconstruye, que sólo tiene vida en la hacienda, que es denunciado y arrojado así de ella y al mundo del que huyó asustado y al que vuelve inerme. "Nosotros somos de una perfección atroz y el dolor está en que no estamos a la altura de nuestra perfección; y por lo que se refiere a nuestra belleza, apenas la soportamos". Esta novela es, en lo más hondo, el relato de un sacrificio.
Lo objetable de la novela es su extensión, que la hace reiterativa y excesiva, pero aquí nace la mejor escritura de Lispector, la que dará lugar a sus obras mayores. También insisto en su dificultad, sólo por avisar, porque aún es más insistente su belleza.
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