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¿Todos contra el PSC y el PSOE?

Los ciudadanos de este país nuestro llevan un cuarto de siglo votando mayoritariamente al PSOE-PSC en las generales y al PSC-PSOE en las locales. Pese a ello, y sin duda por eso, los demás partidos catalanes no pierden su vieja costumbre de anatematizar a la socialdemocracia española; unos, por considerarla incorregible enemiga histórica de Cataluña (CiU y ERC); otros, por no ser de izquierdas de debò (ICV) o por ser todo lo contrario, es decir, rojo-terroristas, según el reciente sorites (falso silogismo) del PP: Rodríguez Zapatero-Maragall = Llamazares = Madrazo = Ibarrretxe-ERC = ETA. Veamos la sinrazón de las contradictorias razones esgrimidas contra el primer partido de nuestra renqueante democracia.

Que el PSOE es un enemigo histórico de Cataluña lo desmiente su apoyo a la asamblea de parlamentarios autonomistas convocada en 1917 por Cambó en Barcelona; su sostén al proyecto autonómico catalán en 1918: el voto favorable de la Federación Socialista Catalana al Estatuto de Núria (1931) y el de los constituyentes socialistas al Estatuto definitivo de 1932; la colaboración de ERC en los gobiernos del bienio republicano-socialista y su vinculación en 1934 al alzamiento contra la entrada en el Gobierno de la CEDA, que era el PP de entonces. En la redacción de la Constitución de 1978, el PSC y el PSOE fueron decisivos, como sé de primera mano, para impulsar el nuevo Estado autonómico. Pero, por el contrario, los gobiernos de Felipe González, con un Narcís Serra que puso para siempre en su sitio al Ejército, y un Ernest Lluch, que universalizó la Seguridad Social, fueron acusados por CiU de "enemigo exterior", y el PSC, tachado de quinta columna infiltrada, sucursal de Madrid y traidor a la patria catalana. El apoyo posterior de Pujol a González para ser "decisivo" en las Cortes se trocó pronto en soporte al PP para lo mismo hasta que el amparo se invirtió para seguir mandando en Cataluña. Todo se hizo -no faltaría más- por el bien de ésta y sin complejo de sucursalismo alguno. Con el ascenso de Maragall, los tres tenores de CiU, junto a sus insultos personales, han ido dedicando al temido opositor improperios similares a los de Aznar a Zapatero: pirómano político, subversivo, antipatriota, destructor de Cataluña, etcétera. Por supuesto, el PSOE compartiría con el PP idéntico centralismo anticatalán, pese a las repetidas e inequívocas declaraciones de Zapatero en pro de un Estado federal y la reforma progresista del Estatuto de Cataluña.

La interesada identificación del PSOE con el PP, que desmiente la evidencia, es también uno de los grandes eslóganes de ERC, amén del tópico sucursalista. Sin embargo, este partido, que aspira a ser independiente a fuer de independentista, no niega su ambición de gobernar en Barcelona e incluso en Madrid; cosa que sólo podrá hacerlo con el PSC y con el PSOE, a no ser que lo haga con una CiU coligada a su vez con uno y otro o con un PP en minoría. Cualquiera de esas posibilidades, si se cumplen, provocaría tales tensiones internas que peligraría la unidad del partido, sólo mantenible desde una oposición que a nada compromete de inmediato. Los ataques verbales al PSOE, basados en la exageración de hechos nimios, y al PSC, en repetición de frases acuñadas por CiU, ¿de qué pueden servirle a ERC en el futuro? Algo semejante le ocurre a ICV. Que el PSOE y el PSC no hayan sido en sus años de gobierno español y municipal catalán demasiado fieles al honesto voto útil de muchos comunistas, pese a la incorporación de valiosos políticos surgidos del PSUC y del PCE, les permite a mi querida pareja Saura-Mayol reivindicar con razón un izquierdismo de verdad y no de boquilla, así como reclamar aún más la recuperación del voto de antaño. Pero el reproche a quienes sitúan a su derecha, en caso de que sirva para poder hablarles más alto, acabará dando paso a una colaboración con la socialdemocracia, pues, si no, como ocurre con ERC, conducirá a perpetuar un testimonialismo incompatible con su voluntad y capacidad de gobierno. ¿Qué otra cosa puede hacer hoy una izquierda socialista y verde que sea en verdad útil como no sea colaborar con el PSC y el PSOE, tirando de ellos, sí, pero aunando fuerzas contra una derecha que lucha por mantener su poder con uñas y dientes? Ser anticapitalista, o sea, socialista de verdad, no da de momento muchas posibilidades de gobierno, aunque la realidad social ofrezca tantas al combate de base. Cuando ICV gobierne en la Generalitat e IU en Madrid es de esperar que se note, como se ha notado en importantes municipios de Cataluña y España, y seguro que no se repetirán convergencias con la derecha, del estilo de antiguas y anguitas épocas, para pinzar al PSOE.

Nos queda por analizar la genial fórmula pepera de meter en el mismo saco que guarda la bomba etarra a socialdemócratas, socialistas y nacionalistas vascos o catalanes. ¡Qué buen eslogan para movilizar a la hasta ahora silenciosa extrema derecha y a esas clases medias tradicionalmente incultas, conservadoras y miedosas! Mas no se equivoca el PP al confundir arteramente grupos tan distintos. Son la fuerza que podría acabar, si actuara unida, con la actual mayoría reaccionaria en las Cortes y un gobierno nefasto en La Moncloa, exceptuada ETA, claro está, que es, sin duda, el reclamo falaz usado por su mejor cómplice objetivo. Electoral y políticamente no hay más centro anticentralista en España que la alianza firme entre nacionalistas demócratas y socialistas alrededor de los socialdemócratas. Ese centro sigue girando a la izquierda del PP porque éste nunca abandonó, aunque lo fingiera apoyándose en los hoy denostados Pujol y Arzalluz, la derecha heredera del franquismo. Como dije hace 20 años, el PSOE es nuestra mejor "derecha civilizada". Por esa razón provoca tantas rivalidades y tantos codazos inútiles que buscan descentrarlo y desconcertarlo. Por eso, ahora todos dicen estar contra el PSOE y, de paso, contra el PSC. Pero si el sentido común, o, al menos, la perspicacia política se imponen al falso centrismo de unos y al exigente izquierdismo de otros, dentro de unos meses, Cataluña y España habrían iniciado la urgente renovación que está pidiendo a voces lo mejor de nuestra gente.

J. A. González Casanova es catedrático de Derecho Constitucional.

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