Impuestos
Va siendo hora de que nos atrevamos a proclamar que bajar los impuestos, además de ser de derechas, es un crimen. Parece evidente que carecemos de recursos para frenar la delincuencia; para que una mamografía sea cuestión de horas y no de meses; para que los papeles de su divorcio de usted se guarden en un archivador y no en un retrete del juzgado; para construir residencias de ancianos; para que los que viven solos no mueran como perros frente al televisor encendido. Mientras escribo estas líneas acaba de fallecer otro viejo que al abrir los ojos, ya difunto, se ha creído que estaba en el infierno, y no era el infierno, sino la televisión basura de la que Aznar abomina con la mano izquierda y promociona con la derecha.
¿Para qué más? Para abrir guarderías; para que la enseñanza pública engorde en vez de adelgazar; para que nuestros soldados viajen como personas, y no como chatarra, en aviones de verdad y conducidos por pilotos de verdad; para que el mantenimiento de la red ferroviaria sea el adecuado. Llevamos once o doce choques de trenes en cuatro meses y más muertos de los que cualquier sociedad sensata debería soportar. No se puede salir de casa sin hacer el testamento. Bajar los impuestos nos está costando un ojo de la cara; a veces, los dos. Un programa electoral mínimamente juicioso debería revisar la situación fiscal para protegernos del desastre.
Subir los impuestos es de izquierdas. Administrar bien el dinero público no es, en cambio, ni de derechas ni de izquierdas, sino de personas decentes o indecentes. Durante la última campaña electoral, el Ministerio de Fomento se gastó no sé cuántos millones en proclamar que Aznar iba a inaugurar una traviesa de ferrocarril. Ahí tienen un ejemplo de indecencia, ya que el dinero del anuncio no era de Cascos, ni del PP, sino suyo y mío. Usted y yo habríamos preferido que lo dedicaran a mejorar la seguridad de los sistemas ferroviarios. Quizá subir los impuestos resulte impopular, pero bajarlos a costa de reducir mantenimiento y justicia y educación y sanidad es un crimen. El problema es a quién se les sube. Yo lo tengo muy claro: a mí el primero y, de mí para arriba, a todo el mundo. No más muertos. Viva la declaración de la renta.
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