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Columna
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Una sentencia

Elvira Lindo

No sé cuáles serán las lecturas literarias de los integrantes del Tribunal Supremo ni si serán víctimas de algún tipo de íntima perversión. Ni lo sé ni me importa. Sí me importa, en cambio, la redacción de esas sentencias que aparecen en los periódicos y que a los ciudadanos ajenos a la letra jurídica nos dejan más aterrados que cualquier cuentecillo perverso. Leo que el Supremo ha considerado lícito rebajarle la condena a un padre que abusó sexualmente de su hija durante años porque al parecer el progenitor no ejercía violencia física contra ella para conseguir sus fines sexuales. No dudo de que la sentencia tenga su lógica dentro del sistema de agravantes y eximentes establecidos por la ley, pero la lógica jurídica choca en ocasiones de manera brutal con otras lógicas inherentes en el ser humano. Es tan brutal para un niño que alguno de sus familiares abuse de él, tan inconcebible, que no sólo se siente culpable por lo que está ocurriendo, sino que además mantiene un silencio cómplice con el abusador que a veces logra romperse cuando la criatura alcanza la adolescencia y empieza a tener sus propios criterios sobre lo que le ocurre. El niño desea creer en sus padres, desea quererlos, aunque éstos no le quieran o aunque le hagan daño, aunque le hagan cosas que no puede contar ni a sus amigos ni a otros adultos de su familia. Tal es el deseo de quererlos y tal la espantosa contradicción que se produce cuando aquel que te debe proteger te está destrozando la infancia que, siguiendo el testimonio de niños que sufrieron abusos, lo normal es que la víctima se quede paralizada, en un estado cercano a la ensoñación, igual que el animal que, siendo consciente de que va a ser devorado, genera sustancias adormecedoras, opiáceas. Se pregunta uno entonces por qué no ejercer la violencia es un eximente cuando, en la mayoría de estos casos, la violencia física no parece necesaria. Más bien, uno entiende que debería existir un agravante por aprovecharse de la relación de confianza que un niño deposita en aquel que lo está criando. Porque las secuelas son para siempre. En los ojos de la gente se puede adivinar quién guarda un niño feliz en su interior y quién esconde los secretos de una infancia desgraciada.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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