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Columna
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Aznar, indignado con nosotros

El presidente del Gobierno, José María Aznar, está indignado con nosotros. Por algo será. En una entrevista que acaba de conceder a Luis del Olmo, director del espacio Protagonistas, de Onda Cero, según cuentan, aprovechó tan difícil momento para lanzar una diatriba contra quienes, como se sabe, andan promoviendo la televisión basura. Dicen los oyentes que se mostró legítimamente escandalizado y responsabilizó de la catástrofe a los empresarios y a los profesionales del periodismo que se prestan al desastre del vertedero televisivo. En resumen, que cualquiera de los escuchas hubiera podido deducir de esa diatriba que Aznar y los suyos son por completo ajenos a lo que sucede en las televisiones privadas y en las públicas de estricta obediencia a los gobiernos autonómicos del PP. Otra cosa muy distinta es que desde 1996 estemos ante el Gobierno de etiqueta más liberal y al mismo tiempo de praxis más intervencionista.

En todo caso, recordemos el gusto que daba leer los programas electorales del PP en 1996 sobre opinión pública y democracia. Con cuánta justa indignación se quejaban los populares de los abusos socialistas. De qué manera abominaban de los excesos de manipulación de María Antonia Iglesias y sus mariachis en los telediarios de TVE. Cómo, escuchando a los liberales, cuya llegada al poder se anunciaba entonces como inminente, cualquiera hubiera dicho que estaba al llegar una regeneración democrática. De qué forma nos alegraban las denuncias del PP contra los comportamientos del Gobierno socialista que había convertido los medios de titularidad pública en su patrimonio privado y los había manipulado hasta límites intolerables en una sociedad democrática. Decían entonces aquéllos, a los que con tanta fe votábamos para buscar soluciones, que la ordenación del espacio audiovisual debía garantizar el máximo pluralismo compatible con la tecnología y el mercado. Para el PP de esa hora estelar el Ente Público RTVE y sus sociedades debían desempeñar leal y eficazmente una triple función: sujetar su actividad a los principios de objetividad, veracidad e imparcialidad de las informaciones respecto al pluralismo político, religioso, cultural y social; proyectar y defender los valores constitucionales y de la cohesión nacional, y prestar atención preferente a la comunidad hispanohablante con el refuerzo de los vínculos compartidos.

Pero, pasen y vean lo que escribían los jerifaltes de Génova en pro de la reestructuración del modelo audiovisual. Se proponían la reforma del marco jurídico, de su organización, de sus medios operativos y de su sistema de financiación. Denunciaban la irresponsable y sectaria dirección ejercida por los socialistas cuyas consecuencias cifraban en un exorbitante nivel de endeudamiento (que desde entonces se ha multiplicado por tres) y una gestión cuajada de despilfarros e irregularidades, inspirada por una beligerante orientación partidista que había dañado gravemente su credibilidad. Cuánta lucidez crítica entonces a cargo de los peperos cuando acusaban a los socialistas de haber conducido a RTVE a una situación de extrema gravedad donde quedaba comprometida su propia supervivencia.

Qué esperanza cuando se proclamaban decididos a diseñar un modelo viable de RTVE, a reformar el estatuto de 1980, a configurar un consejo de administración a base de personas con relevantes méritos profesionales, a establecer mecanismos de garantía para la observancia de los principios de objetividad, neutralidad e imparcialidad y la determinación de las obligaciones indeclinables de las televisiones públicas. Enseguida añadían su compromiso a favor de la creación de una Comisión Nacional de Radio y Televisión mediante una ley acordada por las fuerzas políticas que actuaría como órgano superior para asegurar el pluralismo y como árbitro de los conflictos que se pudieran producir.

Cuatro años y cuatro directores generales después, en el programa para las elecciones de 2000, los del PP se declaraban insatisfechos con la regulación del sector público audiovisual, dispuestos a reformarla por consenso y a constituir un Comité de medios audiovisuales de carácter independiente. Pero todo ha quedado en José Antonio Sánchez y sus muñecos como acabamos de comprobar en las elecciones del 25 de mayo. Después de las elecciones del 25-M, ¿empezará alguien dando ejemplo? ¿Romperá el maleficio televisivo Rafael Simancas o preferirá poner a su servicio RTM?

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