David Cardús, investigador de la gravedad artificial
David Cardús, nacido en Barcelona en agosto de 1922, falleció ayer en Houston (Tejas) como consecuencia de sus dolencias cardiovasculares. Cardiólogo de formación, dedicó la mayor parte de su vida a la investigación en el texano Baylor College of Medicine, donde fue profesor desde 1960. Ya en los sesenta colaboró con los responsables de la astronáutica de Estados Unidos antes de que la NASA fuera creada: formó parte del equipo que seleccionó a los primeros siete astronautas estadounidenses. Esta colaboración continuó hasta los últimos años de su vida y le llevó a investigar sobre cómo reacciona el cuerpo humano en situaciones de microgravedad, centrando su interés en la gravedad artificial.
Durante años, Cardús compaginó su entusiasmo por los viajes espaciales con su defensa de la cultura catalana desde su voluntario exilio exterior: en 1979 fundó en Texas el American Institute for Catalan Studies y en 1996 fue elegido, en su reunión constitutiva, vicepresidente de la Federación Internacional de Entidades Catalanas.
En la década de los sesenta, cuando se empezó a pensar en viajar fuera de la Tierra, era preciso escoger a hombres realmente duros. El cardiólogo Cardús fue uno de los elegidos para hacer esta selección y desde entonces su afición por el espacio no hizo más que crecer. Él siempre estuvo convencido, pese a los accidentes y los recortes presupuestarios, de que la especie humana va a acabar colonizando el espacio. Dentro de 80, 100 o más años, pero acabará colonizándolo.
Su idea de colonización no incluía, al menos en el futuro previsible, la conquista de un planeta como Marte. "No creo que se colonice ningún planeta interior del Sistema Solar", solía decir. Su idea pasaba por la construcción de grandes estaciones, similares a la nave en forma de anillo giratorio de la célebre 2001, una odisea del espacio.
Ese convencimiento sobre cómo el hombre empezará a habitar el espacio exterior coincide con su interés por la gravedad artificial. Esas naves en forma de anillo, de 50 o 100 metros de radio y girando continuamente, generarían en su borde externo una fuerza similar a la de la gravedad terrestre. Similar, pero no idéntica. Para lograr que la percepción fuera lo más parecida posible, Cardús buscó soluciones entre lo que se denomina fisiología de la percepción: cómo lograr que el individuo se convenza de que no hay nada de qué preocuparse aunque haya una cierta percepción del giro; cómo se representan los techos, las paredes; cómo se codifica el ambiente para que éste se perciba de la manera más parecida a un ambiente normal en la Tierra.
Muy didáctico en sus explicaciones, a David Cardús le gustaba contar cómo los trabajos sobre microgravedad en el espacio han permitido conocer mejor cómo la gravedad actúa aquí en la Tierra sobre nuestros cuerpos. Cómo, en definitiva, la prolongada permanencia en la cama en posición horizontal tiene efectos debilitantes similares a los que sufren los astronautas que están largo tiempo en el espacio porque en ambos casos se modifica, entre otras cosas, la capacidad reguladora de la presión sanguínea: al tratar de ponerse en pie, la sangre fluye hacia los pies y el individuo se desmaya.
Mientras esas grandes naves en forma de anillo no llegan, Cardús ideó sistemas más sencillos para simular gravedad en los vehículos tripulados que, por ejemplo, vayan a viajar a Marte. Ya no podrá ver si esas ideas se convierten en realidad.
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