Protestas de los grupos antiglobalización
¿Qué hacen miles de jóvenes en tiendas de campaña cubiertas por un mar de banderas rojas en medio de los Alpes? No es un festival de rock, es una contracumbre del G-8 organizada en el hasta ahora tranquilo pueblo fronterizo de Annemasse (Francia), a sólo ocho kilómetros de Ginebra (Suiza). Los grupos antiglobalizadores, ante la imposibilidad de estar en Evian, optan por tomar los pueblos cercanos y desarrollar allí sus actividades. Debates, charlas y proyecciones marcadas por el "no a la guerra" animan los días previos a la gran marcha de hoy.
Fuera de los centros de debate, Annemasse es en estos días un pueblo fantasma. El recuerdo de Génova pesa, y la práctica totalidad de los comercios ha optado por cerrar y proteger sus vitrinas con tablones de madera. Otros, los que abren, colocan muy claro el cartel "Bienvenidos a Annemasse" para intentar aplacar a los violentos.
La presencia policial es apabullante. Sobre los montes sobrevuelan constantemente reactores y helicópteros. Ya desde la frontera, la policía francesa deja claro quién manda. Tres horas y media estuvieron bloqueados en la madrugada del viernes unos autobuses procedentes de Barcelona en La Jonquera. y dos miembros de la expedición tuvieron que darse la vuelta, a pesar del convenio de Schengen.
La policía arrojó ayer gases lacrimógenos para dispersar a unos 400 manifestantes radicales que atacaron un local del Partido Socialista en Annemasse. Al margen de estos incidentes, la contracumbre y su programa inabordable continúa. Los ejes de las charlas son el pacifismo, el problema del agua y las pensiones. Miles de jóvenes de todo el mundo tienen que escoger entre escuchar a José Bové, viajar hasta Ginebra para discutir sobre nuevas movilizaciones o acudir, como postre, al ya clásico concierto de Manu Chao.
Es imposible entrar en Evian, y nadie lo va a intentar, pero está previsto tratar de bloquear carreteras para impedir el acceso de las delegaciones. Los líderes vendrán por aire, pero al menos se puede intentar parar a sus ayudantes. Eso creen los antiglobalizadores.
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