Los nuevos detectives del SARS
Hay carteles de peligro biológico en las puertas, y sistemas de ventilación diseñados para impedir que los virus salgan de los laboratorios. En uno de estos laboratorios, un investigador lleva guantes, bata y máscara. En otro es obligatorio llevar un traje espacial con bombona de aire incluida. Al visitante, que tiene permiso para mirar a través de paneles de cristal, se le advierte, medio en broma medio en serio, que no le dé nunca la mano a alguien que lleve guantes de látex. Estamos en el Edificio 15, sede del departamento de patógenos especiales en el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta (CDC), Estados Unidos.
En este edificio se estudian las enfermedades más temidas, causadas por virus letales y muy contagiosos. En esa categoría entran el ébola y el lassa; no entran la malaria ni la hepatitis.
El 18 de marzo, los científicos advirtieron que ocurría algo en un grupo de células en las que se había depositado una muestra de la garganta de un paciente
En la Universidad de California, DeRisi estaba impaciente por trabajar con muestras del virus procedentes del CDC. "Se lo suplicamos literalmente al CDC", cuenta
En los primeros momentos del brote del síndrome respiratorio agudo (SARS), cuando todavía se consideraba una enfermedad misteriosa, se vio que el microbio que lo causaba tenía un comportamiento similar a lo que el CDC designa como patógeno especial: se extendía con rapidez en hospitales, había decenas de profesionales sanitarios infectados y se estaban produciendo víctimas mortales en un número alarmante.
Fuera lo que fuera aquel germen, había que asignarlo al CDC.
La peor pesadilla de los expertos en enfermedades infecciosas es que una nueva y muy contagiosa, con un alto índice de mortalidad, se instale en un aeropuerto internacional y salte inmediatamente a otros países antes de que nadie pueda advertirlo. Y eso es precisamente lo que ha hecho el SARS.
La capacidad del SARS de diseminarse con rapidez por todo el mundo y desatar una reacción en cadena de epidemias mortales empujó a la Organización Mundial de la Salud a poner en marcha un esfuerzo de colaboración internacional para identificar la causa de la enfermedad e intentar desarrollar métodos de diagnóstico, contención, tratamiento y prevención.
En estado de alerta
Cuando surgió el SARS, muchos laboratorios y expertos en enfermedades infecciosas se encontraban ya en estado de alerta, tras los ataques con carbunco de 2001.
El mundo supo del SARS a mediados de marzo, y, al cabo de sólo una semana, los científicos ya habían aislado el virus que parecía ser el causante. Pocas semanas después, dos equipos descifraron el genoma viral, lo que suponía contar con una información que podía ayudar a crear pruebas de diagnóstico, vacunas y fármacos antivíricos, además de descubrir de dónde procedía el virus. La semana pasada, los científicos indicaron un posible origen del SARS -civetas, tejones y perros mapaches que se venden, por su carne, en la provincia china de Guandong-, y pudieron comparar la secuencia genética del virus animal con la del hallado en las personas afectadas.
Ahora bien, la campaña tuvo que empezar con una pregunta sencilla y fundamental: ¿qué causaba el SARS?
Al principio fue difícil obtener especímenes de pacientes infectados. A primeros de marzo empezaron a llegar al departamento de patógenos especiales especímenesprocedentes de Hong Kong, Tailandia y Vietnam: frascos con sangre, esputo, lavados de garganta y pulmones, trozos de tejido.
Los investigadores confiaban en que las muestras, depositadas en cultivos de células e inyectadas en ratones, produjeran un suficiente número de virus o bacterias que les permitiera identificar la causa de la nueva enfermedad.
El 18 de marzo, los científicos advirtieron que ocurría algo en un grupo de células en las que se había depositado una muestra de la garganta de un paciente.
El frasco contenía un cultivo de células de riñón de mono, denominadas células Vero, que son terreno fértil para ciertos virus. Habían empezado a formarse claros, lo cual quería decir que alguna cosa estaba matando las células. "Eso es señal de que está creciendo algo", explica Thomas Ksiazek, jefe del departamento de patógenos especiales. "Después hay que descubrir qué es lo que crece".
El siguiente paso fue procesar el contenido del frasco para observarlo con un microscopio electrónico. El 21 de marzo, Cynthia Goldsmith examinó un tipo de muestra concreto de células infectadas. Casi inmediatamente pudo ver una serie de características significativas: una especie de collar de puntos negros de material genético dentro de virus esféricos.
"Mi primera reacción fue pensar en el coronavirus", dice Goldsmith. Le sorprendió, dice. Aunque los coronavirus causaban males graves en los animales, en la gente sólo se sabía que producían resfriados y malestar intestinal, o graves como la pulmonía.
Goldsmith pasó los 20 o 30 minutos siguientes examinando más células, pensando si podía estar equivocada y observando imágenes de otros coronavirus para comparar. Después envió un correo electrónico a su supervisor, Sherif Zaki, para decirle que, aunque le parecía increíble, lo que estaba viendo era un coronavirus. Por la tarde, Goldsmith y Zaki se reunieron con otros científicos del CDC. Todos estuvieron de acuerdo en que la imagen del microscopio no era más que el principio.
"Tenemos un coronavirus", dijo Ksiazek. "¿Y ahora qué?".Cuando otros patólogos se enteraron de que Goldsmith había descubierto un coronavirus, probaron muestras del virus del SARS con 35 o 40 anticuerpos de coronavirus diferentes.
Los anticuerpos procedentes de cerdos y seres humanos dieron resultados positivos. Pero la reacción más fuerte, con mucho, fue la de un anticuerpo de coronavirus procedente de gatos. "Eso no quiere decir que el SARS proceda de un gato", explica el patólogo Wun-Ju Sieh. De hecho, la semana pasada, investigadores en Hong Kong dijeron que habían hallado un virus casi idéntico al del SARS en otros animales, como civetas, tejones y perros mapaches.
En la Universidad de California, Joseph DeRisi, profesor ayudante de bioquímica y biofísica, estaba impaciente por trabajar con muestras del virus procedentes del CDC. "Se lo suplicamos literalmente al CDC", cuenta DeRisi. Obtuvo sus muestras al día siguiente de que Goldsmith identificara un coronavirus. DeRisi y sus colegas estaban deseando saber si ellos también podían identificar el virus del sars con ayuda de un chip o microdespliegue de ADN. El chip consiste en un portaobjetos de microscopio con fragmentos de genes de 1.000 virus. Si una muestra tiene una parte de material genético que coincide con alguno de los del portaobjetos, se adhiere y se ilumina. Entonces, el despliegue de puntos aparece en una pantalla de ordenador y, si se fija el cursor sobre cualquiera de ellos, puede verse el nombre del virus de cuyo ADN se trata.
A la mañana siguiente, DeRisi y David Wang vieron puntos iluminados en su microdespliegue. En unas horas ya estaban seguros de que las muestras eran de un coronavirus, que tenía semejanzas genéticas con tres coronavirus que afectan a aves, vacas y personas, pero no era idéntico a ninguno de ellos. A mediados de abril, dos laboratorios tenían ya el mapa del genoma del virus del SARS: el Organismo del Cáncer de Columbia Británica, en Vancouver, y el CDC.
Los hallazgos confirmaron lo que sugerían los estudios iniciales: el virus era distinto de cualquier otro coronavirus conocido. Antes del SARS eran pocos los científicos que estudiaban los coronavirus. Se sabía que causaban resfriados en los pollos y diarrea en los cerdos. Se creía que en los humanos sólo provocaban malestares leves, y muchos investigadores los consideraban aburridos y difíciles de cultivar en laboratorio. Antes del SARS, explica un científico, los coronavirus constituían "un rincón somnoliento de la virología".
Como estrellas del rock
LOS EXPERTOS EN CORONAVIRUS son los más solicitados por los centros de enfermedades y la OMS. "De pronto, son estrellas del rock", dice Donald Ganem, virólogo de la Universidad de California en San Francisco.
La mayor experta citada es Kathryn Holmes, catedrática de Microbiología en la Universidad de Colorado (Denver). Lleva más de 20 años estudiando los coronavirus y ahora su atención se centra en el que se supone culpable del SARS.
Uno de sus objetivos es saber cómo entran los coronavirus en las células. Todos los virus, para sobrevivir, tienen que entrar en células, porque no pueden reproducirse por sí solos y necesitan apoderarse de los mecanismos celulares para hacer copias. "Es un secuestro", dice Holmes, que añade que una célula invadida puede producir mil virus o más. "Es una cadena de montaje increíble".
Al final, el proceso mata la célula. Saber cómo entran los virus en las células es esencial para comprender las enfermedades víricas. Puede explicar por qué un virus concreto ataca sólo a ciertas especies e invade sólo ciertos tipos de células.
"¿Por qué existe un coronavirus de pollos, y otro de perros, y otro de ratas, y por qué no se infectan mutuamente?", pregunta Holmes. "No sabemos cómo escoge un virus la célula en la que se va a alojar, y sabemos muy poco de cómo causan la enfermedad".
"Encontrar el origen del SARS, sean las civetas o algún otro organismo receptor, puede ayudar a descubrir cómo ha evolucionado el virus y cómo ha llegado a los humanos", dice Holmes. Es una pregunta que no se limita al SARS, sino que abarca el problema creciente de las nuevas enfermedades infecciosas, una categoría en la que entran decenas de infecciones, como la encefalitis del Nilo occidental, el hantavirus, la enfermedad de Lyme y el sida.
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