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Reportaje:MAX AUB, VIDA Y OBRA

El hombre que quiso ser español

Cuando conocí a Max Aub, en aquel primer y malhadado viaje que hizo a España en 1969 -que luego dio lugar a su magistral La gallina ciega, ese renovado "viaje por España" que debiera seguir repicando en nuestra conciencia como si las campanas de John Donne siguieran doblando -que siguen- por todos, lo que más me sorprendió de él fue que era un hombre que había decidido ser español en su primera juventud, por sí mismo y él solito, sin que nada ni nadie le empujara o ayudase a serlo. "El hombre es de donde hace el bachillerato", dijo después como para justificarse con su característico humor de siempre. Pues, en realidad, él había nacido en París, hijo de alemán y francesa -ambos judíos laicos-, su primera lengua fue el francés, y allí vivió e inició estudios políglotas (y en el antiguo Collège Rollin, actual liceo Jacques Decour), hasta que el estallido en 1914 de la Primera Guerra Mundial hizo poner a su familia los pies en polvorosa. Se instalaron en Valencia por razones profesionales y amistosas (su padre, corredor de comercio en bisutería fina, viajaba mucho por nuestro país y hasta hablaba en español con su esposa) y allí cursó Max Aub el bachillerato en el instituto Juan Luis Vives, donde entabló relaciones con un amplio grupo de amigos e intelectuales posteriores como Medina Echevarría, los hermanos Gaos, Juan Rejano o Gil-Albert y Juan Chabás después, empezó a leer y escribir en español, se dedicó a ayudar a su padre en el negocio (seis meses al año, lo que le proporcionó independencia económica) adquiriendo legalmente a su mayoría de edad la nacionalidad española.

Decía que había vuelto a España en 1969 para preparar una película con Buñuel sobre la vida de Cristo protagonizada por Carlos Barral
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Bien, un joven políglota, viajero por Europa, de formación cosmopolita, sin demasiadas raíces nacionales, ni raciales, ni religiosas, aficionado a leer y escribir desde su primera juventud y que además elige ser español por voluntad propia, porque aquí hace el bachillerato, y que hasta no le molestaba ser calificado de "valenciano", el colmo. ¿No les parece raro? ¿Acaso los españoles no lo somos por resignación y no por no poder ser otra cosa? Juan Benet dijo con sorna en el primer artículo de su proyecto constitucional que "todo español, por el mero hecho de serlo, tiene derecho al fracaso" y Cioran, que la Iglesia había inventado a España "para destruirla mejor". Y hasta en su vejez, cuando le conocí, más bien bajito, bastante miope, con leve acento extranjero (rodaba las "erres"), sarcástico, mitómano y bien humorado, Max Aub me quiso convencer (yo había ido a hacerle una entrevista conducido por nuestro común amigo Manuel Andújar) de que había venido a España para preparar una película con Luis Buñuel sobre la vida de Cristo, que iba a protagonizar Carlos Barral, cosa que yo, advertido y ya lector de su gran Jusep Torres Campalans y su admirable Antología traducida, no publiqué, claro está, aunque la broma privada me lo definió desde el principio. Al final terminamos un grupo de amigos en una cena que le ofreció Jaime Salinas en nombre de Alfaguara (que luego editaría sus seis Campos de El laberinto mágico sin cortes, pues Aub no los consentía) con Ángel González y un servidor debajo de la mesa y brindando en su honor.

Primero fue un escritor muy esteticista

y hasta vanguardista -era la moda de los años veinte- en prosa, poesía, teatro y narración al alimón, introducido por sus lecturas de las revistas francesas y alemanas, por Jules Romains y Enrique Díez-Canedo, por las publicaciones de entonces y en el Ateneo de Madrid. Ser vanguardista es algo que confiere a todo buen aprendiz de escritor un mejor conocimiento de su herramienta literaria (Francisco Ayala lo dijo), pero menos mal que luego vino la Segunda República, la política (se inscribió en el PSOE el año 1928 y nunca dejó de militar en el socialismo democrático, aunque nunca fue comunista, ni tampoco anticomunista, claro) y la Guerra Civil, y conforme su literatura se "comprometía" y politizaba, el resultado final fue el de la derrota, el exilio, el paso por cárceles y campos de concentración hasta desembocar en un exilio del que nunca regresó. Le habían expulsado del país de su elección, aunque nunca pudieron hacerlo de la lengua que tan bien eligió y a la que rindió un tributo total con su vasta, dispersa, unitaria y variada obra literaria que ahora empieza a ser conocida de manera completa ya de una vez, pues con motivo de su centenario se van completando todas las iniciativas iniciadas ya hace más de un lustro. Ha sido, sin duda, el escritor más "español" de toda nuestra literatura, porque lo fue precisamente porque quiso, por amor al país y a la lengua de su elección, lo que le acompañó hasta el final, siempre con la moral por delante, la justicia social detrás y el respeto a una literatura que conoció como nadie.

Y una última nota final: Max Aub escribió de todo -verso, prosa y teatro- y en todos los géneros, poemas en verso y prosa, textos propios o simulados disfrazados de apócrifos, novelas y cuentos largos, breves y brevísimos, aforismos, piezas teatrales largas -más de una decena- y más o menos cortas hasta una treintena más. Como dramaturgo (que es lo que fue, Ramón Pérez de Ayala lo dijo el primero sobre Valle-Inclán, su gran modelo, al definirlo sub speciae teatri, que es lo que era el propio Aub) es el mejor del pasado siglo en nuestro país, donde apenas se le representó (como al propio Valle). Su teatro -que era en su opinión lo mejor de su obra- quedó "incompleto" para siempre por irrepresentado en su tiempo y momento, pero aquí lo tenemos como "literatura", que es lo único que de él (del teatro) queda y quedará por siempre jamás. Hasta el teatro también expulsó a Max Aub de su seno, pero da igual, esa expulsión ha colocado al escritor en la memoria universal, de donde ya desaparecen todos nuestros efímeros juegos escénicos de pandereta y tatachún, donde ya no queda sitio ni para la literatura, ni para la cultura, ni para el propio teatro en general. Y todo con la sonrisa y el humor en la boca, como fue su permanente actitud frente a todas las tragedias que le tocó vivir. Si eso no es una moral y una ética política y una moral de la esperanza ¿quién podrá nunca bajar a decírnoslo? ¿Es que tenemos, o podemos tener, otra? Max Aub, con sus sorprendentes juegos (como una "caja de sorpresas" le definí entonces) y la sonrisa permanente en los labios, es una de las pocas esperanzas que nos quedan y malhaya sea para quien no lo vea así.

Max Aub, en 1937.
Max Aub, en 1937.

Letra e imagen del centenario

LO MÁS importante que se está publicando en torno al centenario de Max Aub es evidentemente la gran edición de sus Obras completas (Institució Alfons El Magnànim), de la que han aparecido hasta hoy seis volúmenes. En principio su director literario, Juan Oleza, había previsto 11, pero la acumulación de materiales ha obligado a la duplicación de los volúmenes III y VII, que se han dividido en dos partes, señaladas con las letras "A" y "B". Lo aparecido recoge la Obra poética completa, con introducción de Arcadio López-Casanova (tomo I), y los dos primeros de la serie narrativa El laberinto mágico a partir del tomo II, que ya contiene Campo cerrado y Campo abierto, con introducciones de Ignacio Soldevila y José Antonio Pérez Bowie, respectivamente (tomo II) y luego dos títulos más -el III A y el III B- con Campo de sangre y Campo del moro (introducciones de Lluis Lloréns y Javier Lluch) el primero y Campo de los almendros (introducción de Francisco Caudet) el segundo. Más recientemente se ha publicado el tomo VII dedicado a su Primer teatro (tomo VII-A), introducido por Joseph Lluis Sirera, y el VII-B, dedicado al Teatro breve con introducción de Silvia Monti. La edición es magnífica desde el punto de vista literario, aunque no tanto desde el punto de vista material, por sus excesos formales: portadas toscas, papel demasiado grueso, carencia de índices, paginaciones en vertical, desorden en situación del aparato crítico.

Mientras tanto, la Fundación Max Aub de Segorbe, que viene editando excelentes textos breves en buenas ediciones, acaba de darnos, tras la memorable recopilación facsímil en tres volúmenes de la revista Sala de Espera la preciosa reproducción fotostática de las siete hojas de El correo de Euclides con las que Aub felicitaba el año a sus amigos sustituyendo las postales navideñas por panfletos publicitarios que eran un derroche de imaginación poética y malevolencia política.

Por su parte, Edhasa ha recopilado en su colección de aforismos la cosecha recogida por Javier Quiñones de la abundante y dispersa producción de Max Aub en este terreno, bajo el título de Aforismos en el laberinto, que ha prologado un fascinado José Antonio Marina. En bolsillo, además, Punto de Lectura ha empezado a publicar los primeros campos que configuran El laberinto mágico.

Entre los peritextos hay que citar Los laberintos del exilio (Renacimiento), de Manuel Aznar Soler, que recoge 17 largos ensayos sobre su obra, y Esteticismo y compromiso. La poesía de Max Aub en el laberinto español de la edad de plata (1923-1939) (Biblioteca Valenciana), que hasta carece de índice, sumario y nombre de los autores, aunque uno de ellos debe ser el profesor Juan María Calles. Es un estudio muy completo sobre un tema menor en un periodo de tiempo quizá demasiado corto. Pero su tema, que es el paso de la obra de Max Aub desde su primera vocación vanguardista hasta el compromiso político de toda su gran obra posterior, es del máximo interés.

Por otro lado, el Museo Reina Sofía ofrece hasta el 30 de junio una exposición dedicada a Jusep Torres Campalans, el pintor cubista cuya vida y obra inventó totalmente Max Aub, que lo retrata en su diario como "amigo de Picasso; alto, fuerte, colorado, al rape (la cara de Miguel Hernández, la apostura de José Gaos). Vestido de pana. Manazas.

Católico". Es un buen complemento a la muestra El universo de Max Aub, cuya itinerancia está realizando el mismo camino que el escritor (Valencia, Madrid, París y México) y cuyo catálogo recoge textos de, entre otros, Jorge Semprún, Juan Goytisolo, Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina, Ignacio Soldevila y Manuel García.

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