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El Artium muestra la última reflexión de Javier Pérez sobre la existencia

El artista bilbaíno usa materiales frágiles para hablar de tiempo y espacio

Javier Pérez (Bilbao, 1968) es uno de los artistas más conocidos del Artium. Su obra Un pedazo de cielo cristalizado, una cúpula invertida formada por miles de lágrimas de vidrio soplado, preside el vestíbulo del museo. Desde ayer, los visitantes del Artium tienen además oportunidad de disfrutar de las últimas creaciones del artista, que reflejan su obsesión por el tiempo y el espacio. La exposición estará abierta hasta el 14 de septiembre.

La pinacoteca vitoriana presenta, en colaboración con el Carré D'Art de Nimes (Francia) y con el patrocinio del Ministerio de Educación y Cultura, las últimas creaciones de Javier Pérez, un resumen de lo que ha venido realizando desde 1998. En total, son seis vídeos, 14 instalaciones o esculturas y una veintena de dibujos que muestran a primera vista, en palabras del director del museo, Javier González de Durana, "una exquisita ejecución, sin alardes, con un acabado perfecto".

Pérez es artífice y artesano al tiempo que artista en su consideración contemporánea. No sólo crea obras bellas y únicas, sino que su trabajo está plagado de homenajes a los ingenios mecánicos, a la habilidad manual, a la perfección técnica. Pero las obras van más allá del artificio formal y al final muestran "la cosificación del tiempo y del espacio, la preeminencia de las referencias antropomórficas y biológicas, desde una perspectiva en donde el componente onírico es fundamental", resumió Durana.

Formado en la Facultad de Bellas Artes de Leioa y en la Escuela Superior de Bellas Artes de París, Javier Pérez ha estudiado también los modos de fabricación artesanal del vidrio y la porcelana, materiales recurrentes en su trabajo artístico. Esta combinación entre la elucubración teórica y la destreza práctica está presente en obras determinantes de la muestra como la inédita Tempus fugit y la ya conocida Un agujero en el techo, con las que se cierra el recorrido de la exposición que se presenta en la sala Norte del museo.

Exquisitez técnica

El comienzo es igual de sugerente: el recorrido se abre con Cúmulo, una gran escultura de poliéster cuya forma y sensación de ingravidez anuncia algunos de los rasgos de las obras siguientes. Además, se acompaña de dos dibujos que confirman la exquisitez técnica de quien representó a España en la última Bienal de Venecia, junto a la también bilbaína Ana Laura Aláez. El siguiente paso es el vídeo Reflejos de un viaje, en donde se descubre la obsesión por el tránsito por el tránsito, la deriva sin voluntad de descubrimiento urbanístico o geográfico, sino como metáfora de la orfandad contemporánea. "Son vídeos grabados en distintos momentos, pero me he dado cuenta de que en todos ellos trato sobre personajes que están en una continua superación de sus propios conflictos", comentó ayer Javier Pérez en la presentación de la exposición.

Entre estas videoinstalaciones destaca 60 escalones, una recreación del mito de Sísifo acompañada por un mecano móvil que acentúa la angustia de las imágenes del escalador desnudo de escaleras gigantes. O Látigo, que reproduce la danza ritual de una persona cubierta con una máscara forrada de crines de cabello. En todas ellas, el protagonista es un hombre en busca de un destino.

Otras piezas se relacionan más con el discurso surrealista, "un postsurrealismo intimista, con un componente onírico más doméstico que literario", sugirió González de Durana. Es el caso de Anatomía del deseo, un intrigante conjunto de piezas de porcelana en una disposición que recuerda a la mesa de un forense. O la divertida Un sueño largo, una larga cama con dimensiones y texturas cercanas al imaginario del cómic.

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