Escucha el tiempo de la noche
Nos abandona Luciano Berio, un poeta de la música. Más aún: un pensador desde la música. "No hay cómodas respuestas; solamente incómodas preguntas", afirmó en cierta ocasión, y en cierto modo supone el primer punto de su credo estético. Le interesaba la voz, la palabra. En realidad le interesaba todo. La voz la contempló desde un tratamiento experimental en que se valía desde lo puramente fonético a lo electroacústico. También se volcaba en el tratamiento escénico de unos textos cuidadosamente seleccionados: Homero, la Biblia, Joyce, Cummings, Sanguinetti, Umberto Eco, Petrarca, Auden, por ejemplo. Italo Calvino, desde siempre, con sus óperas La vera storia o la extraordinaria Un re in ascolto. En su Cronaca del luogo, cuyo estreno inauguró con gran éxito el Festival de Salzburgo de 1999, intercalaba dos fragmentos dignos de un epitafio: "Escucha el tiempo de la noche", procedente del Deuteronomio, y las "voces de un sutil y largo silencio", inspiradas en Paul Celan. La noche, el silencio: el nuevo estado de Luciano Berio. No, no puede ser.
En su testamento discográfico están en un lugar destacado sus Sequenze para instrumento solo, interpretadas por el Ensemble Intercontemporain: para voz, arpa, trombón, flauta, oboe, viola, saxofón, clarinete, acordeón, guitarra, trompeta, violín, fagot. Un tratado ejemplar de cómo elaborar música para las posibilidades de cada instrumento. El intelectual se convierte aquí en músico esencial.
Y como todo músico esencial, Berio cultivó los diálogos con el pasado en sus transcripciones y reelaboraciones. ¿Quién no recuerda el Combattimento di Tancredi e Clorinda, de Claudio Monteverdi? ¿O su versión de las Siete canciones populares, de Manuel de Falla? Y, por supuesto, la Retirada nocturna de Madrid, de Boccherini.
¡Cuántos recuerdos! Aquellas canciones con la inolvidable Cathy Berberian, su compañera entonces, en aquellos ciclos de Cantar y tañer en la sala Fénix de Madrid. Los más recientes proceden de Valencia, cuando se le otorgó el I Premio Mundial de las Artes. Estaba contento con sus inseparables habanos y no comprendía cómo no se había empezado a cenar en Xátiva pasadas las doce de la noche. "Esto es increíble", decía. "En Italia no queda este espíritu mediterráneo de la noche ni en Sicilia". Y ante el mar evocado recordaba El mar la mar, que compuso sobre texto de Rafael Alberti 50 años antes.
Berio, querido. Su música siempre sorprendía. Por la sutileza de sus composiciones, por el perfecto engranaje de sus estructuras, por sus juegos de tensiones, por la capacidad de combinar memoria y deseo, pasado y futuro. Era un lince de la comunicación sin ceder nada a la facilidad.
Con Luciano Berio se va un humanista de la música, un intelectual comprometido con su tiempo desde la cultura en su dimensión más global. Se va, también, inevitablemente, un amigo, pero queda para la eternidad el ejemplo de un artista integral y verdadero.
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